
La poeta Elisabeth Mulder.
¡Si pudiera salir de mí
Acaso me salvaría!
Tal vez se marchitaría
Como una flor
el dolor
en que mi vida se abisma
si no diera a lo exterior
tan gran parte del horror
de mí misma
Un misterioso capuz
me oculta a la vida extraña
que fuera de mí florece.
Al acercarme a la luz
Me transformo en niebla huraña
que la tamiza y empaña
hasta que la luz fenece.
¡No poder nunca ver nada
como los otros lo ven!
Tener luz propia: alborada;
Y sombra propia: la nada,
Y en este luchar eterno
Por apartarme de mí
ser esclava del infierno
fatal donde me sumí
por ignorar lo que hacía.
¡Si pudiera salir de mí
acaso me salvaría!
¡Pero no puedo!
En vano mi alma buscó
algo distinto a su «yo»
en la misteriosa prisma
de la vida donde ahondó,
porque tan sólo encontró
un reflejo de si misma.
¡Y fue una imagen tan triste
La que acertara a mirar
que ahora el alma se resiste
a volverla a contemplar!
¡Y ahora es tarde!
Es ella sola, yo sola,
lo que en la vida he de ver.
¡Estandarte que tremola
sobre la hoguera y la ola,
sobre el dolor y el placer;
mi sombra, que huye de mí
cuando avanzo hacia una cosa,
mi sombra, ¡Oh fatalidad!,
compás, pauta, ritmo, norma,
mi sombra, que a todo da
los contornos de mi forma!
Y es triste, cuando uno ama
Lo externo, vivir así:
sin más noche que su noche,
sin más llama que su llama,
en febril
agitación,
arrimándose al candil
de su propio corazón
que se alimenta de su pena.
¡Es triste vivir así
cuando uno adora la ajena
palpitación!
¡Prisionera!
Prisionera en la demente
Personal limitación
del plano en que me coloco.
Y es tal la concentración
en que me llego a abismar,
que aunque me adelante un poco
sólo consigo avanzar
las rejas de mi prisión.
Como figuras lastimosas
vuelven a mí todas mis penas.
Soy de esas almas misteriosas
esposadas con sus esposas
y atadas con sus cadenas.
Yo soy mi propio carcelero.
Soy mi tirano y mi señor.
Yo soy el propio constructor
del patíbulo donde muero.
Abrasada en mi misma llama
y asfixiada en mi mismo humo,
en vano la paz mendigo
porque ha de morir conmigo
el fuego en que me consumo.
Mi cuerpo es tan sólo un cirio.
¡Oh fuego, blasón y emblema
de esta existencia que quema
con convulsión de delirio!
Mientras viva no veré extinto
el fuego de mis hogueras,
como no escaparé del recinto
de mis fronteras.
Sin otro que mi sol,
sin otra losa que mi losa
para ocultar mi existencia;
sin otro estol que mi estol
para seguir mi demencia
terrible y maravillosa,
soy igual que una alquimista
portentosa
filtrando de su crisol
el extracto de su esencia
misteriosa.
Soy la eterna sombra, que avanza
ante mí quiero ir lejos.
Soy la noche de mi esperanza.
¡Soy un reflejo de reflejos!
Y es triste vivir así
cuando hecho polvo de rubí
todo mi ser disgregaría…
¡Si pudiera salir de mí
acaso me salvaría
Elisabeth Mulder Pierluisi nació en Barcelona en 1904. Su madre era sudamericana y su padre era holandés, pero vive durante su infancia en Puerto Rico hasta que por problemas de salud se trasladan a Barcelona. Gracias a su cuidada educación y numerosos viajes por Europa, aprende seis idiomas. También recibió educación musical y estudió piano teniendo como profesor a Enrique Granados en la escuela que éste dirigía en la Ciudad Condal. Por estos años comienza también su colaboración periodística en El Noticiero Universal, de Barcelona, en el que se hace cargo de la mencionada sección sobre literatura inglesa, en la que Elisabeth se dedicaba al comentario de la novela victoriana. En 1921 se casa con Ezequiel Dauner y hasta la muerte de este en 1931, firma sus trabajos como Elisabeth Mulder de Dauner. Su primer libro se publica en 1927, Embrujamiento , y tras él continua con la poesía en sus siguientes dos libros. En 1934 comienza su carrera de novelista con Una sombra entre los dos. Escribirá también un par de libros para niños y obras de teatro, Casa Fontana y Romance de media noche en colaboración con María Luz Morales y otras aún hoy en día inéditas. Participa en la vida cultural barcelonesa entre los cuarenta y los sesenta formando parte del círculo cultural de Eugenio d’Ors en la Academia del Faro de San Cristóbal y en la tertulia Trascacho. Colaboró con la Revista Ínsula y con Vértice. Hizo traducciones de varios idiomas, incluyendo ediciones de Pushkin, Keats y Shelley. Murió el 28 de noviembre 1987 en Barcelona.