Tu sexo es un grano de café,
nos ha dicho mientras apretaba la carne
intentando alumbrarte un poco más.
Mis piernas abiertas son un mero recuerdo
de lo que antaño habitaron otros poemas:
el protagonista aquí es la pantalla,
el movimiento, los latidos,
los fémures, los oídos,
tu cordón umbilical,
tú.
Observamos boquiabiertos la experiencia nueva,
rebuscamos entre palabras olvidadas
-trapos viejos al fondo del armario-
el lenguaje necesario para nombrarnos,
pronunciamos a media voz términos
que se nos quedan grandes:
padre (…) madre.
Habitamos situaciones extrañas,
calculamos luz y espacio en pisos nuevos,
observamos de reojo a todas las embarazadas
del mundo (uno diría que cubren la faz de la tierra),
imaginamos nombres y escrutamos el calendario
aguantando la respiración para escuchar
latidos que ya no son los nuestros,
aguantando la respiración para saber
qué encuentra este hombre en mis entrañas,
qué desconocidos milagros, qué contornos,
qué medidas, esperando en definitiva
que nos diga algo, cualquier cosa sobre ti.
Un grano de café, nos ha dicho.
Ha señalado una mancha en la pantalla
y nos lo ha repetido. Un grano de café,
ha dicho, y ha sonreído: serás niña.