Madre e idiota

 

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La niña de oro puro, de Margaret Drabble

Traducida por Antonio Rivero Taravillo

Narrativa Sexto Piso (2015)

A Margaret Drabble la recordamos por La piedra de moler, esa novela redonda sobre una maternidad accidental pero permanente, ambientada en el maravilloso Londres de los años 60. Descubrimos entonces a una autora, especialmente sensible, dispuesta a criticar las incongruencias de esta sociedad individualista con la dependencia y la vulnerabilidad de los seres.

Con La niña de oro puro la autora da un paso más allá y crea una obra mucho más madura que, aunque repite varios elementos de La piedra de moler (como la madre soltera, los espacios, la maternidad como herida, como destino y casualidad), plantea dilemas éticos de mayor calado. Lo que Margaret Drabble hace ahora es señalar con el dedo a la lectora o lector y preguntar directamente: y tú, qué te parece esto a ti, qué es cuidar bien o mal, cómo cuida la sociedad, tu sociedad, ¿es cuidadosa con sus miembros más débiles?

Una novela moral moderna

Somos insoportablemente vulnerables y La niña de oro puro va de esto. El libro trata ampliamente los cuidados que nos rodean, aunque nadie hable de ellos. Aunque nadie los vea y muchos miren para otro lado, ahí están los padres que envejecen, las madres solas, las suegras enfermas, los bebés, los hospitales, los asilos, las residencias… la enfermedad.  Cada caso es un mundo, un planeta, y entre todos un agujero negro para las leyes y la economía. ¿Cómo puede ser que la vulnerabilidad de la gente, la (primera) necesidad de cuidar y que nos cuiden, pase desapercibida al sistema? Lo mismo que el comer, igual que el derecho a la vivienda, ¿no debería estar contemplado el derecho a cuidar y a recibir cuidados?

Margaret Drabble con grandes dosis de ironía, rozando el cinismo a veces, mira con dureza al sector sanitario, farmacológico, médico y científico que evoluciona sostenido, en la mayoría de los casos, por una serie de creencias que cambian con los tiempos, aunque se nos presenten como inmutables. Drabble denuncia los intereses económicos que sostienen el tinglado, que condena a unos y favorece a otros, a los de siempre, a los privilegiados. Psiquiatría para pobres, y psicoterapia para ricos, lo llama. Critica esos estados que financian sobradamente la investigación armamentística y de defensa, pero no tienen interés en los discapacitados, no ponen la vida en el centro de sus políticas, si acaso, la muerte.

Por otro lado habla de la gente, las familias, las amigas, las vecinas y todas las personas que cargan con los cuidados en la sombra, sin llamar la atención, librando batallas durísimas y quitando un problema mayor a los gobiernos. En el libro salen a la luz las renuncias que tienen que hacer las familias para atender a las personas dependientes, las redes vecinales de apoyo, la ayuda que se prestan las madres, unas a otras, para sobrevivir. El inmenso poder de las personas normales y corrientes que crían y cuidan, pero que también enferman y envejecen.

La historia de dos nadies

Lo que encontramos aquí es la vida de Jess y Anna, una madre vocacional, una madre soltera y su hija idiota, lerda, tonta, débil mental, retrasada, anormal, inestable, deficiente, con dificultades de aprendizaje o con necesidades especiales (elija usted la etiqueta que mejor se ajuste a lo políticamente correcta que quiera ser).

Jess y Anna forman una pareja indisoluble, un buen equipo. Una madre devota y una niña con una pequeña discapacidad y una plaza subvencionada por las autoridades. Lo que se dice, un par de afortunadas. ¿O no? La autora reflexiona ampliamente en torno a la fortuna, la magia de que se unan unos cromosomas y no otros, la suerte de caer en una cuna o en otra, el azar del que tanto dependemos.

Encontramos también varias reflexiones en torno a la educación de las personas discapacitadas, su integración, su futuro, el papel de la beneficencia, de la asistencia social, y lo imprescindibles que son las madres para el bienestar de estas personas. Sí, las madres, esas que llevan vidas siamesas con las personas dependientes.

 

Porque Jess es una buena madre, volcada en “su desamparada y querida hija estúpida”, que no se queja nunca porque no quiere perturbar a los demás con sus angustias. Una madre sola a la que le gusta ser independiente, que no tiene reparo en entregarse al frente doméstico pero sin dejar de estudiar, de leer, de pensar, de escribir… Que nunca llega a abandonar del todo su carrera de antropóloga. Una chica brillante, un poco feminista, sin ser separatista; divertida, sin ser alocada; comprometida con el lugar de la discapacidad en nuestra sociedad, pero sin ser una amenaza para el sistema, sin pasarse de activista. Culta, capaz de conversar sobre cualquier cosa, “su preocupación por Anna suponía un dolor continuo. Anna era la niña de sus ojos y la espina que tenía clavada en su corazón”. Un dibujo perfecto de lo que es una madre ideal, la del amor sin condiciones.

Todas somos nadies

 

Uno de los grandes aciertos de la novela es, en mi opinión, la elección de la voz narradora, Nelly, una amiga de las nadies, otra nadie más, otra vecina, otra cuidadora, otra madre del parque, una mujer preocupada por conciliar, obsesionada por envejecer y por cuidar bien a los suyos. Nelly habla en primera persona, a veces con mucha ironía (no en vano estamos ante una novela inglesa) y sorna, dice que “no hay que sentir demasiada pena por Jess. Un poco de tristeza es lógica, pero ella no era, y espero haberlo dejado claro, objeto de lástima. La mirábamos con respeto, cariño y atención”. Es una observadora, con tanta distancia como implicación en la historia de Jess y Anna. Ella se ve a sí misma como una mujer privilegiada, blanca, europea, sana, a la que ha sonreído la fortuna con dos hijos sanos y una clase social acomodada. Nelly podría ser cualquiera de nosotras. Duda de la veracidad de sus recuerdos, confiesa no saberlo todo, se siente un poco entrometida a veces, bromea, divaga sobre sus propias obsesiones, que son tan comunes a otras mujeres como ella. No es difícil identificarse con Nelly.

A veces utiliza la primera persona del plural: nosotras. Un colectivo que pueden ser muchas mujeres, pero que inevitablemente hace que la lectora se sienta incluida. “No sabíamos que pensar”, “la mayoría de nosotras estábamos casadas”, “éramos presumidas, creíamos que teníamos estilo”, “nos preguntábamos”, “nos preocupábamos”… Y es que Nelly somos todas. Un excelente recurso para acorralar a las receptoras de este mensaje y obligarlas a posicionarse. Todas formamos parte de esto. La historia de Jess y Anna también nos está pasando a nosotras. ¿Y qué vamos a hacer? ¿Del lado de quién estamos? ¿Del lado del débil? Porque entonces quizás tengamos que hacer algo ya.

 

Más inteligencia y menos instinto

 

Después de leer toda la historia me quedo con una idea, una recomendación que creo que Margaret Drabble deja leer entre líneas a lo largo de todo el texto, y es que, ¿qué tal si aplicamos a la maternidad un poco más de inteligencia y un poco menos de instinto? Sería seguramente bien diferente. Pero bien.

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