«¿Para qué la acción?» de Simone de Beauvoir

 

 

Tienen de bueno algunos libros algo más que su lectura. El lugar al que remiten, por ejemplo. La primera vez que leí ¿Para qué la acción?, de Simone de Beauvoir (París, 1908 – París, 1986), vivía yo en una isla donde el peso del papel era un lastre a tirar por la borda antes de atracar. La primera vez que leí ¿Para qué la acción?, entonces, no pude siquiera pasar sus páginas. No las tenía, en realidad, y yo me conformé con comprender a través de una pantalla. Pero de eso apenas me acuerdo. En cambio, se me anclaron en la memoria sus primeras líneas, que tantas veces me han asaltado desde aquel momento: «Plutarco cuenta que un día Pirro hacía proyectos de conquista: ‘Primero vamos a someter Grecia’, decía. ‘¿Y después?’, le pregunta Cineas, ‘Ganaremos África’. ‘¿Y después de África?’, ‘Pasaremos al Asia, conquistaremos Asia Menor, Arabia’. ‘¿Y después?’, ‘Iremos hasta las Indias’. ‘¿Y después de las Indias?’. ‘¡Ah!’, dice Pirro, ‘descansaré’. ‘¿Por qué no descansar entonces inmediatamente?’, le dice Cineas».

 

Exacto: ¿y ahora qué? Pocos son los que pueden sustraerse a la dulce tiranía de esa búsqueda de sentido que nos mueve, a ese progreso o ambición indefinida. Por eso encontrar un libro en el que su autora –ya bienquerida por otras lecturas– se entrega por completo al análisis de una cuestión tan humana –y quizá tan secundaria, al mismo tiempo– es como dar con un tesoro escondido en la arena. Originalmente publicado en 1944 en Gallimard (París), Pyrrhus et Cinéas apareció en castellano por primera vez en 1972 de la mano de la editorial argentina La pléyade y bajo el título ¿Para qué la acción? La intención de la filósofa en este libro era ofrecer una aproximación a la moral (qué hacer, cómo y por qué) existencialista basada por completo en los conceptos de libertad y responsabilidad, algo que Jean-Paul Sartre ya había anunciado en El ser y la nada pero que no había llegado a escribir. Aquello de «Estamos condenados a ser libres» adquiere en estas reflexiones un papel capital a partir del que nuestros actos, todo cuanto hacemos está orientado hacia un fin que, a su vez, se convertirá en el inicio de otro proyecto, y así sucesivamente. Pero, ¿hasta dónde este progressus ad infinitum, hasta qué?: «Porque el ser humano es trascendente es difícil imaginar ningún paraíso. El paraíso es el descanso, es la trascendencia abolida, un estado de cosas que se da y que no va a ser superado. Pero entonces, ¿qué haremos? Es preciso para que el aire sea respirable que deje lugar a las acciones, a los deseos que deberemos superar a su turno. La belleza de la tierra prometida consiste en que promete nuevas promesas. Los paraísos inmóviles no nos prometen sino un eterno aburrimiento».

 

Simone de Beauvoir se impone en este ensayo como la pensadora y escritora que fue, en todo el rigor de ambos términos. Sus argumentaciones nos conducen por el sendero de un análisis certero, comprensible y elegante, que cumple la máxima de Ortega y Gasset: «La claridad es la cortesía del filósofo». Ayudándose de la obra de Pascal, Spinoza, Kant, Hegel, Valéry o Heidegger, nos convence de que no será en una eternidad incierta donde encontraremos el sentido a nuestros actos, tampoco en un dios cuya existencia, de haberla, no nos concierne: será en la humanidad. Y como no somos para nada sino que somos, sin más, nuestras vidas tienen que estar orientadas hacia ese proyecto que nos define en cada momento y a través de cuyos actos encontraremos la comunicación con los otros: «Desde que estamos lanzados en el mundo, deseamos inmediatamente escapar a la contingencia, a la gratuidad, a la pura presencia: tenemos necesidad de otro para que nuestra existencia sea fundada y necesaria».

 

Necesaria es, sin duda, De Beauvoir, de cuyos libros extraemos siempre –como decía– mucho más que su lectura.

 

 

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