Un feminismo para Inés Arrimadas. Jessa Crispin, las churras y las merinas

 

 

 

 

 

“Si el feminismo es universal, si es algo a lo que pueden ‘apuntarse’ todas las mujeres y todos los hombres, entonces no es para mí”. La cita es de Jessa Crispin, cuyo Por qué no soy feminista. Un manifiesto feminista (Lince, 2017) desata por igual pasiones y odios. Sinceramente, no entiendo las primeras. Este libro es el bluf oportunista de mayores dimensiones que me he echado al cuerpo en años. Sí, me han dolido profundamente los quince euros y me arrepiento de no haber comprado una versión electrónica que no ocupe espacio en mis estanterías, aunque estoy segura de que el texto será un maravilloso ejemplo para enseñar qué no se debe hacer cuando se pretende una escritura con rigor y que remueva. Leído en estas primeras semanas de 2018, cuando parece que la fecha del 8 de marzo alberga una explosión imprescindible en las conciencias, pero también en las políticas, el debate sobre la huelga, sobre el apoyo que se le brinda desde instancias institucionales o por representantes públicas como Inés Arrimadas —que lo de abolir el capitalismo no lo termina de ver— este manifiesto adquiere cierto interés contextual.

Crispin construye un alegato contra algo que ella llama feminismo y que se define por el egoísmo, el odio a los hombres como forma de ocultar sectariamente las miserias que, claro, también tenemos las mujeres, y por la imposibilidad de transformar la vida de aquellas que son “pobres” y viven en otras partes del mundo. Un feminismo que lleva a votar a Hilary Clinton y a considerar que el empoderamiento personal es el fin último de una lucha emancipatoria de doscientos años que la autora se pasa, bibliográficamente hablando, por el arco del triunfo. Así, sucede que este manifiesto achaca a ese feminismo blanco y malvado, odiador de hombres y blanqueador de lo malo que hay en las mujeres, los rasgos esenciales de lo que me atrevo a pensar que se debe más al capitalismo y, de paso, hace una reivindicación aleatoria de algunas feministas históricas de la segunda ola USA. Ah, porque claro, ahí el tema: el texto es tan específico en su geografía y sus políticas que en ocasiones se te cae de las manos. Una señora de clase intelectualmente acomodada raja de sus pares sin que parezca, por un solo instante, haber puesto dos lecturas en orden antes de escribir.

 

¿Qué feminismo queremos? ¿Cómo se acoge el desborde? ¿Cómo una cultura política, con su pensamiento y acción de siglos, abre su siempre elusivo sujeto de derechos ante un estruendoso clamor variopinto en niveles de análisis o compromiso revolucionario? ¿Qué hacemos con Crispin que, sin duda, se considerará feminista, como no dudo que se sume a una parte de las reivindicaciones la presidenta del Congreso o la líder de Ciudadanos en Cataluña?

 

 

Pero el libro de Crispin formula una pregunta que, desde diversos ámbitos y en los últimos meses, nos sobrevuela: ¿qué feminismo queremos? ¿Cómo se acoge el desborde? ¿Cómo una cultura política, con su pensamiento y acción de siglos, abre su siempre elusivo sujeto de derechos ante un estruendoso clamor variopinto en niveles de análisis o compromiso revolucionario? ¿Qué hacemos con Crispin que, sin duda, se considerará feminista, como no dudo que se sume a una parte de las reivindicaciones la presidenta del Congreso o la líder de Ciudadanos en Cataluña? No pretendo, ni mucho menos, solventar ninguna de estas cuestiones pero sí reflexionar sobre lo último: ¿de qué estamos hablando, de qué habla Crispin cuando dice “feminismo” pero la reivindicación la portan o enuncian mujeres lejos de cualquier pensamiento radical? ¿Ha de ser el feminismo intrínsecamente radical (si se me permite resumir y en un sentido amplio: de izquierdas)? A esto último, spoiler, sólo puedo responder con un enorme sí.

 

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El busto de Clara Campoamor en Malasaña ha vuelto | SOMOS MALASAÑA

 

 

Escribo este texto con la efeméride de turno sobrevolando mi Twitter, pero esta me gusta casi tanto como el Día de las Escritoras: hoy es el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia, una fecha para reivindicar las carreras científicas en las mujeres y para visibilizar a tantas antecesoras imprescindibles para que hoy estemos aquí. Mientras leía este Por qué no soy feminista que banaliza hasta la sorpresa el ejercicio de la escritura de propaganda política no dejaba de pensar en Mary Nash, catedrática de historia contemporánea en la Universidad de Barcelona, una de las personas que más y mejor ha pensado, en el contexto peninsular, de qué hablamos cuando hablamos de feminismo. Ella planteó, en una fecha tan temprana como 1994, una distinción esencial para entender algo de la historia de las mujeres y su ocupación de la esfera pública en relación con las reivindicaciones emancipatorias. Es sencillo: una cosa es feminismo como pensamiento de raíz ilustrada que aboga por la radical igualdad de derechos y que articula una clara genealogía transformadora que hunde sus raíces en la cabeza cortada de Olympe de Gouges y otra, muy diferente pero próxima, es aquello que sucede cuando mujeres que no construyen desde marcos de igualdad radical sí realizan acciones conscientes o no que rompen el esquema sociosexual vigente, implicando una transgresión que se toca, en muchas ocasiones, con la vecina reivindicación feminista.

Lo pongo en ejemplos: una cosa es Clara Campoamor y otra Francisca Bohigas, diputada de la CEDA. Pero la diputada de la Confederación Española de Derechas Autónomas en la Segunda República constituye, en sí, un ejemplo transformador de avance en derechos sociales para las mujeres, porque su mera existencia como diputada ya nos indica que se ha movido, por diversos lados, el marco y el contrato para todas. Una cosa es ser feminista radical y otra defender algunos derechos de las mujeres que no colisionen con una ideología de fondo que no tiene la igualdad por asidero. Así, a lo largo del siglo XIX, tenemos a Rosario de Acuña incendiando conciencias con el librepensamiento y el anticlericalismo por bandera, pero a la vez tenemos a Pilar Sinués defendiendo algo de educación y de respeto a las mujeres, rechazando alterar el justo orden del mundo por el que el varón es superior.

La historia de ambas, de las que abrazaron una bandera de emancipación basada en la igualdad radical y de las que pelearon ciertos derechos, ciertas mejoras, en un marco dado que no se cuestiona, compone el pasado común de las mujeres de una forma plural, rica y compleja, cómo no, en el análisis. Distinguiendo, con Nash, aquello que bebe de premisas de igualdad y libertad radicales de aquello que, en escenarios no cuestionados de capitalismo incipiente o sumisión religiosa y marital, promueve algunas mejorías, dejaremos de preguntarnos, pienso, quién es feminista o cómo y por qué. Porque no, compañeras, me temo que no todas las mujeres son feministas, ni siquiera las que puedan ahora mismo estar haciendo reivindicación y alegato contra el machismo o el acoso, pero eso, sin embargo, no significa nada. Y no significa, sobre todo, que coyunturalmente no puedan tejerse alianzas o que la energía que subyace a las reivindicaciones parciales, que no van a la raíz, deba despreciarse o devaluarse. No es peor mujer Inés Arrimadas por no ser “hermana” en un sentido lato, sino simplemente por ser conservadora y capitalista, lo que es absolutamente compatible con que su importancia política, como significante de posibilidad, sea clave para el conjunto de las mujeres y sus condiciones de posibilidad. Duele, pero este viaje no merece la pena si solventamos este reto intelectual considerando, de forma general, que las señoras de derechas son tontas.

 

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No hace mucho, una compañera de partido llamaba a Clara Campoamor “liberal”, atribuyéndose esa memoria sin pestañeo, ignorando dos cosas fundamentales: que Campoamor era republicana por encima de todo —y eso significa algo en términos de ideologías políticas entre el Ochocientos y el siglo pasado— y que entre Esperanza Aguirre y las pioneras del liberalismo progresista y radical de la época hay un abismo ontológico.

 

Por supuesto, el criterio de Mary Nash que yo suscribo y que me ha sostenido durante mis años de investigación doctoral para mirar al siglo XIX y hasta 1936 con cierta paz de espíritu, puede no compartirse. Pero ante obras como la de Jessa Crispin, banal en su consideración del feminismo hasta constituir una lectura que seguro aplauden las Inésarrimadas del espectro liberal-conservador; ante la propia pregunta por el sujeto político del feminismo, su definición y sus demandas, una no puede menos que pararse en los anclajes y recordar, con calma, pero con convencimiento, que tenemos historia, bibliografía y experiencia de reflexión suficiente para situar unas mínimas coordenadas intelectuales. Y el par igualdad-desigualdad, con amplitud del concepto último hacia lo económico, resulta fundamental.

Pues no creo, en absoluto, que Arrimadas piense que las mujeres son por naturaleza o imperativo religioso inferiores a los hombres. Pero sí pensará, aplicando los criterios del capital, que cierta desigualdad es lógica en un sistema de libre mercado en el que hay quienes arriesgan, apuestan, emprenden y tienen más éxito medido en beneficios. Supongo que también crea que ricos y pobres ha habido siempre, o alguna generalidad de este estilo. Pero por el lugar que ocupa en su partido y en la política catalana no tengo duda de que se sabe igual a cualquier varón en todos los aspectos. En su caso, no encontramos una adherencia al principio de los roles de género diferenciados basada en premisas esencialistas, sino en las lógicas del mercado. Como ya sabemos de la solidaridad del capital y del patriarcado, al comprar el pack de esa cierta desigualdad económica, se compra automáticamente la condición devaluada de las mujeres en la sociedad, pues vale menos su empleo remunerado, no se contabiliza el trabajo invisible de reproducción y cuidados, hay brecha salarial, hay violencias, nos oprimen significantes pesados como la palabra “madre”… Todo eso. Todo eso que genera desigualdad pero que va de serie en el marco de las relaciones económicas actuales. Todo eso con lo que quizá Arrimadas no comulgue explicado punto a punto, pero compra en el lote del contractualismo capitalista estándar.

Así que sí, la señora Arrimadas puede considerarse feminista y decir, tan tranquila, que la huelga toda no, porque el capitalismo es estupendo o, en el mejor de los casos, corregible. Y puede incorporar a su propio relato mental a ciertas pioneras, algunas luchas, algunos nombres. No hace mucho, una compañera de partido llamaba a Clara Campoamor “liberal”, atribuyéndose esa memoria sin pestañeo, ignorando dos cosas fundamentales: que Campoamor era republicana por encima de todo —y eso significa algo en términos de ideologías políticas entre el Ochocientos y el siglo pasado— y que entre Esperanza Aguirre y las pioneras del liberalismo progresista y radical de la época hay un abismo ontológico. Sí, Campoamor era de estirpe liberal… gaditana, y del General Riego, y de 1868, y por supuesto de 1871 y cómo no de 14 de abril. No era Patricia Reyes ni nada que Ciudadanos, más del estilo del liberalismo moderado de orden, carta otorgada y monarquías, pueda ser.

 

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Igualdad, desigualdad, feminismo, conductas rupturistas que consciente o inconscientemente transgreden estructuras machistas, todo ello revuelto en la compleja historia de las mujeres de un país concreto que pelean por alcanzar toda la libertad o parte, toda la calle o algunos espacios, toda la palabra o ciertas declinaciones. Mientras esta reflexión tiene lugar y nos encaminamos a una protesta histórica para el movimiento feminista y para las mujeres, las editoriales abonan el pensamiento y la necesidad de reflexión no siempre con el mejor sustrato. Y hoy, que escribo mientras se celebra la efeméride por las científicas, pienso en la enorme brecha de memoria que nos lleva a lanzarnos a las novedades con títulos tan sugerentes como el de Crispin y a ignorar de forma general, fuera de los estudios específicos, el pensamiento organizado que las teóricas han producido sobre nuestra propia historia, caso de Mary Nash, imprescindible para entender, en contexto, algunos de los asuntos que hoy nos sobrevuelan. Y sin voluntad de respuestas tajantes, obtener al menos andamiaje mental con el que abordarlas.

Crispin no parece haber leído a Mary Nash, ni haber leído. Como lo parece Inés Arrimadas cuando habla con nociones generales de quien no se ha hecho alguna pregunta elemental sobre el sexo en relación con los derechos de las mujeres. Hay bastante incompatibilidad, a mi juicio, entre la palabra “feminismo”, su historia, lucha y raíz, y lo que sea que piense sobre su sexo en el conjunto social la señora Arrimadas. E, insisto, no pasa nada. La fuerza de las mujeres no pasa solo, aunque se encauza mejor, cuando se construye desde premisas de conciencia. Resistir el blanqueamiento del feminismo por parte del capital, que nos vende camisetas y nos hace sentir bien sin cuestionar la desigualdad radical y las contradicciones (eso que quiere hacer Crispin pero deviene casi ofensa a la inteligencia de las lectoras) pasa, también, por disputar el concepto y su genealogía sin por ello despreciar la reivindicación que algunas mujeres articulan fuera del feminismo como cultura política.

 

 

 

 

En el contexto histórico español, sucede que la derecha aniquiló, dictadura mediante, esa memoria del feminismo, del progresismo, del republicanismo de las mujeres cuando aniquiló a las modernas, a las sinsombrero, del imaginario colectivo. La aniquiló también para las mujeres en sus propias filas, estableciendo un antagonismo un tanto artificial que, creo, desamparó de referentes también a las que desde el espectro liberal-conservador trataron de luchar escenarios de derechos para todas. La pérdida, entonces, es doble: desde el feminismo para todas las mujeres, desde las propias filas de las Inésarrimadas que llegan hoy a la escena política con aires de modernidad y un desajuste esencial que me lleva al spoiler: porque si el feminismo es la cultura política, de teoría y acción, que defiende la igualdad radical de los seres humanos, que demanda la erradicación de todas las opresiones desde unas premisas de razón también radical, sus demandas no pueden escatimarse desde una compra parcial de la cartera de consignas. La premisa de igualdad y redistribución, contraria al régimen capitalista voraz y propugnadora de nuevos modelos sociales en todos los ámbitos, va en el pack y está, como fuerza motriz, en la reivindicación feminista. Todo lo demás, Crispin, churras y merinas. Pero todo lo demás también es necesario.

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