Desde que recuerdo, siempre quise ser madre. Era un axioma que nunca puse en duda. Siempre he tenido la imagen mental de mí misma como madre que amamanta, educa, abraza, transmite un legado. También es cierto que nunca he querido ser solo madre del mismo modo que nunca he querido ser solo trabajadora. Vamos creciendo y decidiendo quienes somos dentro de los límites que nos permiten el contexto que vivimos y vamos esculpiendo aquello que somos y deshaciéndonos de aquello que dejamos atrás. Cuando me quedé embarazada sabía que era con un/a hijo/a que quería que me cambiase la vida para seguir siendo la persona que he decidido ser pero ofreciendo todo aquello que soy a mi sucesor/a. Creo que eso es algo que nos pasa mucho a los padres y madres, esa ilusión o deseo de querer transmitir nuestras pasiones, nuestro mundo querido a nuestros hijos/as.
Con esta determinación elegida y feliz empecé un embarazo que resultó ser múltiple y que ahora está llegando a su fin. Antes de quedarme embarazada pensaba de qué forma podría conjugar todas las facetas de mi propia vida con la de cuidar de otro ser, a qué tendría que renunciar. Creo que compatibilizar las actividades que llevamos a cabo normalmente con la maternidad debe ser una preocupación o una interrogante para la mayoría de las mujeres activas cuando se quedan embarazadas. Ese: «¿cómo lo voy a hacer?» Sea lo que sea lo que nos guste hacer: salir con los amigos, ir a todo concierto que se preste, ser deportistas consumados o sentarnos frente al teclado a volcar nuestro alma, el interrogante está ahí. Tenía claro que no iba a poder seguir haciendo todo con el nivel de intensidad que lo hacía hasta ahora: dedicarme a un trabajo de oficina exigente, reflexionar y escribir para diferentes medios, ejercer activamente como vicepresidenta de una asociación cultural sin ánimo de lucro, hacer fotografías y versos que llevar a una exposición o a alguna colaboración. Pues bien, cuando descubres, como es mi caso, que esperas a dos hijos, esa interrogante se hace si cabe más inquietante.
Mi sorpresa durante el embarazo ha sido ver que esa interrogante en ocasiones no solo depende de la propia organización o priorización de la madre sino que viene de la mano de las propias presunciones que tienen muchas personas sobre lo que una madre puede o no puede hacer. Y además, ese lidiar con las supuestos ajenos, esa falta de autonomía de la madre para tomar decisiones sobre su propia vida no llega solo en el momento del parto sino que se hace ya presente en el embarazo, especialmente, supongo, en embarazos pesados o de alto riesgo, como el mío por ser gestante de dos criaturas.
¿Qué quiero decir? Todo embarazo supone un cóctel de emociones para la madre. Por una parte, está la emoción y la ilusión con que se vive la espera del retoño y por otra parte, está la cierta preocupación o ansiedad por que todo esté bien con el feto y con la salud de una y el embarazo llegue a buen puerto. La madre acude diligente y nerviosa a las consultas y a las ecografías, realiza los análisis y escucha los consejos médicos para su estado. Es la madre quien reúne toda la información sobre las limitaciones físicas de su embarazo y toma así las decisiones necesarias respecto a las actividades que puede llevar a cabo. A menudo, también debe decidir sobre limitaciones en cierta forma emocionales ya que nada hay más dañino para una embarazada que estar sujeta a situaciones de estrés o nerviosismo que puedan desembocar en una hipertensión u otra complicación de la gestación.
Me sorprendió durante mi embarazo que no siempre encontré empatía hacia mis limitaciones físicas. Detalles como que te cedan el asiento en un transporte público, te ayuden con las bolsas de la compra o te permitan esperar sentada en la cola de un banco no son tan comunes como me hubiera imaginado. ¡Era algo tan obvio viendo mi enorme barriga!
En cambio, en ocasiones me sentí relegada en alguna toma de decisiones o en tareas intelectuales. Otros opinaban sobre si, en mi nueva situación, yo podía encargarme de un proyecto, escribir un texto, realizar algún desplazamiento o tomar decisiones de envergadura. Sin preguntarme siquiera. En algún momento, he tenido ganas de decir: “Sigo teniendo la misma cabeza y el mismo corazón, ¿eh? Con quince kilos más pero sigo siendo la misma”. Me daba una rabia tremenda porque entendía que era una forma de paternalismo (forma sutil de disfrazar el machismo) que se da en diferentes entornos (no solo el laboral) . La vulnerabilidad del embarazo era una excusa que daba pie a otros para que tomaran las decisiones por mí sobre lo que podía o no podía hacer y hasta cuándo en nombre de mi “bienestar”.
La maternidad, empezando con el embarazo, nos obliga a redefinir nuestros límites físicos y emocionales. Es un proceso de cambio del que hay que ser muy consciente para ser dueñas del propio proceso y no ceder esta libertad a terceros.
Esta pequeña reflexión en torno a mi embarazo me lleva a otra más amplia: lo que no puede ser es que la maternidad, la posibilidad de poder engendrar vida, ese poder tan nuestro, sea una razón más para dividirnos, para dividir a las mujeres. La maternidad, cómo enfrentarnos a ella desde la concepción, debería ser siempre una decisión individual y libre. La sociedad debería estar ahí para acompañarnos y apoyarnos en nuestras decisiones, favorecer la natalidad con medidas que faciliten nuestro bienestar durante la gestación y la conciliación laboral cuando nazcan nuestros pequeños.
Por poner algunos ejemplos conocidos, desde Marina Abramovic que considera que la energía que dedica a su arte es incompatible con la maternidad, a Caitlin Moran que decidió que eran dos el número máximo de hijos que quería tener abortando de un tercero para poder realizarse, o a Louise Bourgeoise a quien la maternidad ofreció uno de los motivos centrales de su obra artística. No existen las decisiones buenas o malas, sino decisiones que le funcionan a cada una, decisiones personales sobre cómo queremos definir nuestra vida o cómo queremos que nos la cambie o no la maternidad.
No usemos, por favor, la maternidad para dividir a las mujeres, para ser menoscabadas y menos libres. La vida ya nos pone límites involuntarios, dejemos que seamos cada una de nosotras las que definamos los límites de lo que somos y lo que podemos ser y hacer.
Poemas a tres corazóns
Bruxelas
Mi experiencia más profunda es la indiferencia,
más que la censura
Susan Sontag
Quixen apretalo entre os meus brazos
amosarlle os campos de flores amarelas
respirar o son da mar e da oleaxe
apoiar a súa man no meu ventre
e escoitar os corazóns latexando dentro.
Cun só día enteiro de ceo azul
quizáis nunca máis quixera
detonar a súa bomba
desaparecer levalos.
Berlín convosco
Camiño co peso da historia na consciencia:
Estas rúas marcan as trazadas exactas
dos cadáveres inxustos de Europa
e dos vivos que chegan á procura de refuxio.
Nesta cidade síntovos coma pléroma alén de mín:
os raios de maio abrindo os tulipáns
as grúas sorprendendo o vento
tamén o dramaturgo que sen ceder ao mercado
leva teatro aos estranxeiros.
Sede sol, flor, paxaro, cidade aberta
polos mortos e os vivos
sede raio tamén para mín
para aínda falar concreto
sen medo sen canseira.
Camiñar Berlín cos vosos corazóns dentro
e que a cidade toda camiñe comigo.
O mellor que podo darvos
O mellor que podo darvos
é cavar un buraco nas horas
polo simple pracer de facer lume.
O día é unha terra que arde
se a fitamos con ollos de vidro:
o meu ventre debe ser transparente
para que sempre poidades
furar e botar os refugallos na fogueira:
iluminalo todo a vosa vontade.
*
O meu presente ten o son das buguinas.
Cando a cidade queira porvos do seu carón
e ruxa medo e cemento,
non deixedes que a présa vos persiga máis rápido
que o latexo do voso corazón:
todo amuleto aniña na imensidade do azul.
*
De cada viaxe xorde unha nova pregunta.
Douvos a certeza do traxecto
para sempre procurar
a outra beira das ideas.
Subide aos meus pés:
ningunha paisaxe será como vos tiña contado
pero comezaredes polo meu relato
a descoñecer o mundo.
*
Mecervos río arriba e abaixo
e que así sexades, fillos,
un xunco que se inclina para fundirse coa auga
como forma de liberdade.
A única vehemencia que paga a pena defender
é só a da vida.
*
Non vos faltará un cuarto
para ollos e mans que bailan:
a vosa danza será enredadeira
que mantén a casa en pé.
Os andeis estarán cheos e os cofres baleiros,
as portas abertas e as rutinas pechadas,
os teitos altos, os chans movedizos,
sempre os abrazos como muros de carga.
Coa luz do día haberá desertos polos corredores
mudando as paredes en figuras de area,
soprándoas, voarán na infindade alén da fiestra
descifrando as intencións do silencio cada mañá.
Na cociña as noites serán vasos de leite quente,
asideiros para o medo;
a casa toda será unha estrela:
afastaravos de camiños trazados
e fará de toda herdanza, poesía.
Poemas a tres corazones
Traducción de Ana Gorría
Bruselas
Mi experiencia más profunda es la indiferencia más que la censura.
Susan Sontag
Quise apretarlo entre mis brazos
mostrarle los campos de flores amarillas
respirar el sonido de la mar y del oleaje
apoyar su mano en mi vientre
y escuchar los corazones que laten dentro.
Con un sólo día entero de cielo azul
quizá nunca más hubiera querido
detonar su bomba
desaparecer llevarlos.
Berlín con vosotros
Camino con el peso de la historia en la conciencia:
estas calles marcan los trazados exactos
de los cadáveres injustos de Europa
y de los vivos que llegan buscando refugio.
En esta ciudad os siento como pléroma más allá de mí:
los rayos de mayo que abren los tulipanes
las grullas sorprendiendo al viento
también al dramaturgo que sin ceder al mercado
lleva el teatro a los extranjeros.
Sed sol, flor, pájaro, ciudad abierta
por los muertos y los vivos
sed rayo también para mí
para aún hablar concreto
sin miedo ni apatía.
Caminar Berlín con vuestros corazones dentro
y que toda la ciudad camine conmigo.
Lo mejor que puedo daros
Lo mejor que puedo daros
es cavar un agujero en las horas
por el simple placer de hacer fuego.
El día es una tierra que arde
si la miramos fijamente con ojos de vidrio:
mi vientre debe ser transparente
para que siempre podáis
agujerear y echar los desechos en la hoguera:
iluminarlo todo a vuestro antojo.
*
Mi presente tiene el sonido de las caracolas.
Cuando la ciudad quiera poneros de su lado
y ruja miedo y cemento,
no dejéis que la prisa os persiga más rápido
que el latido de vuestro corazón:
todo amuleto anida en la imensidad del azul.
*
De cada viaje surge una nueva pregunta.
Os doy la certeza del trayecto
para que siempre busquéis
la otra orilla de las ideas.
Subid a mis pies:
ningún paisaje será cómo os había contado
pero comenzaréis por mi relato
a desconocer el mundo.
*
Os mezo río arriba y abajo
para que así seáis, hijos,
un junco que se inclina para fundirse con el agua
como forma de libertad.
La única vehemencia que merece la pena defender
es sólo la de la vida.
*
No os faltará un cuarto
para los ojos y las manos que bailan:
vuestra danza será la enredadera
que mantiene en pie la casa.
Las estanterías estarán llenas y los cofres vacíos,
las puertas abiertas y las rutinas cerradas,
los techos altos, los suelos movedizos,
siempre los abrazos como muros de carga.
Con la luz del día habrá desiertos por los pasillos
transformando las paredes en figuras de arena,
soplándolas, volarán en la infinidad al otro lado de la ventana
descifrando las intenciones del silencio cada mañana.
En la cocina las noches serán vasos de leche caliente,
asideros para el miedo;
toda la casa será una estrella:
os alejará de los caminos trazados
y hará de toda herencia, poesía.