Templo, jaula, arma arrojadiza: tres miradas sobre el cuerpo femenino

Ana Mendieta.

Merleau-Ponty define la vida como una experiencia encarnada: un proceso definido a través de un cuerpo que se relaciona con el otro. En el caso de la mujer, esta definición cobra el doble de sentido. Que nos hayamos visto inexorablemente vinculadas a nuestros envoltorios físicos no es ninguna novedad. La mirada ha cosificado el cuerpo femenino desde el amanecer de los tiempos; un solo vistazo a la publicidad nos lo revela como objeto de deseo, admiración, envidia y aspiración, colocándolo en un punto de mira protagonista. Pero, ¿es el cuerpo la nueva jaula que han de librarse las mujeres modernas? ¿A partir de qué punto podemos decir que la corporeidad se ha vuelto en nuestra contra?

  1. El templo

            En una sociedad en la que nuestro poder ha brillado por su ausencia, la coquetería ha sido una de nuestras escasas bazas (y aún así, sujeta a voluntad y apetencias del varón). George Simmel habla de la coquetería como un juego que consiste en mostrarse y ocultarse, en promesa y rechazo; ese eterno ‘tira y afloja’ que se insinúa en las novelas victorianas. De este modo, una mujer sin atractivo sexual se ha visto una mujer castrada de posibilidades. Muchas de las mujeres incluidas en las listas de personajes históricos son, de hecho, mujeres a las que la Historia ha dotado de un halo de enigmática sensualidad: Cleopatra, Mata Hari, Coco Chanel. No es extraño, pues, que la estética haya copado la lista de prioridades femeninas a través del tiempo. Entendido y enseñado como fuente de seducción, el cuerpo femenino ha sido musa de todas las artes. En la Biblia, el rey David espía a Betsabé, una mujer que acostumbra a bañarse desnuda, atraído por aquel misterio desvelado. Otro episodio, el de los jueces acosando a la casta Susana, nos cuenta que esta curiosidad por el secreto femenino se remonta muy atrás en el tiempo. No deja de resultar paradójico que, si bien se han esperado ciertas virtudes de una mujer (virginidad, pudor, recato), también se le ha exigido gracia física e insinuación de sensualidad. La obsesión por la belleza de Elisabeth Bathory, que le impulsó a asesinar jovencitas para bañarse en su sangre, posiblemente comenzara con este dilema. Perfumes, adornos, afeites, remedios imposibles para retrasar la vejez y prolongar la lozanía, han existido desde siempre. Su finalidad: convertirnos en templo.

Jan Massys, David y Betsabe.

Jan Massys, David y Betsabe.

 

  1. La jaula

Pero es peligroso considerar que la belleza no es una cuestión política, con un sutil trasfondo basado en la dominación. El cuerpo es lo más íntimo e individual que existe, y al mismo tiempo lo más público. Foucault nos recuerda que el derecho también interviene en él: tanto para protegerlo como para formular los modos en los que lo utilizamos; la sexualidad es un buen ejemplo. De ahí que una de las preocupaciones que las feministas hayan enarbolado sea la lucha por recuperar el dominio de la carne. Analizando las bases sobre las que entendemos la sexualidad, la maternidad, la belleza… comprendemos que nuestro cuerpo ha sido instrumento de dominación y establecimiento de disciplinas.

            En el magnífico ensayo Calibán y la bruja, Silvia Federici nos aproxima a los inicios de capitalismo y cómo éste ejerció su alienación del cuerpo femenino. Federici nos recuerda cómo, al liberar nuestro cuerpo de antiguas teleologías (la magia natural, las supersticiones), permitimos que se subordinara a los procesos de trabajo que exigía la creciente industrialización. Éste sería sólo el pistoletazo de salida.

                  El cuerpo es para las mujeres lo que la fábrica es para los trabajadores asalariados varones: el principal terreno de su explotación y resistencia, en la misma medida en que el cuerpo femenino ha sido apropiado por el Estado y los hombres, forzado a funcionar como un medio para la reproducción y la acumulación de trabajo.

            Sin embargo, no toda magia ha sido eliminada. Algo en el cuerpo femenino permanece embargado de espiritualidad. La poesía, la pintura y el arte en general se embeben de ese sagrado femenino que rezuma las experiencias vitales de la mujer. Aún así, en la realidad nada parece tan grato. La adolescente vive sus cambios sin ápice de misticismo, incluso desde el asco. El cuerpo, lejos de ser templo, es visto por sus poseedoras como una carga, un lastre que nos somete a sus vicisitudes; en ningún caso una bendición. Idéntica carga se percibe en la mujer en lo que se refiere a la maternidad o la menopausia. Asociada durante siglos a la feminidad, la fecundidad se ha considerado el deber natural de las mujeres hasta épocas muy recientes. En cuanto a la infertilidad, significa el fin del esplendor sexual y, para muchas, el atractivo. Quiero pensar que me conservo bien, dice Betty Draper en Mad Men; con esa sencilla confesión, retrata la frustración de un ama de casa típica en los 50. En el boom de una sociedad de consumo, la belleza se convierte en un producto más a conseguir; un terreno más en el que invertir tiempo y dinero. Y como todo objeto de consumo, lleva intrínseca en su ADN la capacidad de generar permanente insatisfacción. La mujer debe encarnar belleza y el hombre debe aspirar a mujeres que la encarnen. La autora británica Catherine Hakim ha llegado a hablar de ‘capital erótico’: un capital intangible que la mujer debería utilizar y manejar para su propio empoderamiento. Sí, si ofrecieran la eterna juventud a una mujer occidental del s.XXI, posiblemente la tomaría sin pensarlo. Y no podríamos culparla.

 

Ana Mendieta.

Ana Mendieta.

 

El cuerpo, pues, es ineludible a la hora de definir a a las mujeres, en tanto que cuerpo mirado (Miles). Es un espacio en blanco en el que la sociedad proyecta una multiplicidad de significados. Y la mujer corre el riesgo de no poder, no saber describirse a sí misma.

 

 

            III. El arma arrojadiza

            Y sin embargo, a veces podemos convertirlo en arma. Un caso lejano, pero ilustrativo, del cuerpo como símbolo contra el sometimiento fue el de las mujeres mártires durante los tres primeros siglos de la cristiandad. Si bien sus torturas no se debían a su sexo, horadando la superficie es fácil dar con cuestiones de género que hacían de estos episodios algo subversivo:

            -En primer lugar, el hecho de que muchas, por cuestiones de fe, decidieran permanecer vírgenes en lugar de casarse y tener hijos (el cometido propio de su tiempo). Es el caso de Santa Tecla de Iconio, que fue condenada precisamente a petición de su prometido y su familia, por negarse a cumplir con su casamiento. La voluntad de las mártires (centrarse en su vida ascética, dejando a un lado el rol establecido), no dejaba de ser revolucionaria.

            -En segundo lugar, la fortaleza con la que muchas resistieron los juicios y condenas, según nos cuentan testimonios de la época. En una sociedad cuyas relaciones de género eran desiguales, la insumisión física y moral de la mujer era chocante. El espectador romano, bien educado en la Infirmitas sexus (la idea de debilidad innata de la mujer), debió encontrar insólita la fortaleza mostrada por las mártires ante los duros castigos. Rompiendo las reglas, estas mujeres -algunas muy jóvenes-, muestran valor frente al miedo y al acoso, y una gran entereza física frente a la tortura; atributos tradicionalmente asociados al varón.

            Así pues, la pena martirial, en el caso de ellas, no es sólo una cuestión religiosa: se trata de una pena a su transgresión del modelo patriarcal romano, al cual se negaban a entregar sus cuerpos y las vidas que encerraban.

Paul Delvaux.

Paul Delvaux.

 

Hoy en día, también sabemos cómo disparar de forma certera desde nuestra propia piel. Numerosas artistas contemporáneas, como Ana Mendieta o Gina Pane, han hecho de su carne lienzo y campo de batalla. El colectivo feminista FEMEN, conocido por usar el topless como medio de protesta, ha recibido críticas de un sector del feminismo. La razón: servirse de las mismas estructuras que el feminismo combate (como la utilización del cuerpo como reclamo) para ver aumentado su impacto mediático.

            La polémica está servida; sin embargo, una cosa es cierta. El arma corporal que manejamos también se mueve en nuestra contra. En el siglo de la supuesta liberación feminista, la violencia sexual sigue siendo el pan nuestro de cada día. Nuestro cuerpo, que creíamos liberado de dichos lastres, sigue siendo una palestra para el ejercicio de poder masculino. Tanto es así que, en los conflictos, la violación se ha considerado un arma de guerra más. No activa protocolos internacionales y, en la mayor parte, permanece silenciada, pero «en un conflicto armado, hoy es probablemente más peligroso ser una mujer que ser un soldado«, llegó a afirmar un ex-comandante de las fuerzas de la ONU.

            Los datos están ahí. Por ejemplo: se estiman entre 20000 y 40000 las mujeres violadas en la guerra de Bosnia. Representativo y tristemente famoso es el episodio de la casa de Karaman, en la que mujeres y niñas fueron retenidas y maltratadas durante meses por policías. Pero hay muchos, muchos casos: en todas las épocas, en todos los países. En la película Campo de batalla, cuerpo de mujer, el director Fernando Álvarez retrata la violación silenciada en la dictadura militar argentina. Álvarez nos muestra crudamente cómo el cuerpo de la mujer es desprovisto de identidad, convirtiéndose en mero trámite para el terrorismo de Estado. Ni siquiera es necesario desplazarnos hasta un escenario de guerra. Por la calle o en el hogar, de madrugada o a plena luz del día, toda mujer ha sentido, en algún momento, cómo su cuerpo es usado como medio y mensaje, como objeto y argumento, como trofeo y chivo expiatorio. Fácilmente aquello que debería ser propio e invulnerable, es invadido, violentado y marcado. Pero nunca más, debemos decir. Aunque sea una violencia que continúa mientras escribo estas páginas.

Nancy Spero.

Nancy Spero.

 


BIBLIOGRAFÍA

 

Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Silvia Federici (Traficantes de Sueños).

 

En torno al cuerpo femenino, Olaya Fernández Guerrero (Universidad de Salamanca).

 

Tortura, sadomasoquismo y fragmentación: el cuerpo de las mártires, Noemí González González (Universidad de Oviedo).

 

La belleza del cuerpo femenino, Valerie Alvarado Steller, Kristen Sánchez Bermúdez (Universidad de Costa Rica).

 

Las mártires cristianas: género, violencia y dominación del cuerpo femenino, Amparo Pedregal (Universidad de Oviedo).

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