Dime cómo mueres y te diré quién eres. Apuntes sobre Rosario Castellanos.

Es cierto lo que decía José Emilio Pacheco: la de Rosario Castellanos es la poesía más trágica de la literatura mexicana. 

Rosario Castellanos nació el 25 de mayo de 1925 en la Ciudad de México, pero pocas semanas después se mudó con su familia a Chiapas. En Comitán transcurrió su infancia y su adolescencia hasta que se trasladó a la capital para estudiar la preparatoria y luego iniciar sus estudios universitarios en Derecho (por imposición familiar) que, posteriormente, abandonaría para estudiar Filosofía y dedicarse a lo que verdaderamente amaba: las letras.

 

Efrén Hernández dirigía una revista, América, que fue una constante en la vida de Rosario Castellanos. Allí publicó sus primeros ensayos, su tesis que habla de la inexistencia de una cultura femenina y es la base de Mujer que sabe latín y algunos de sus libros de poesía como Apuntes para una declaración de la fe.

 

“A partir de 1940 comencé a escribir poemas. Mis primeras influencias fueron las más fáciles de adquirir, ya que mi formación literaria era muy deficiente. En 1948 encontré un libro revelador: la antología Laurel. Allí leí Muerte sin fin, que me produjo una conmoción de la que no me he repuesto nunca. Bajo su estímulo inmediato, aunque como influjo no se note, escribí en una semana Trayectoria del polvo. Es una especie de resumen de mis conocimientos sobre la vida, sobre mí misma y sobre los demás. Supuse que la mejor manera de expresarme era el poema largo, de gran aliento, aunque yo no lo tuviera”.

 

Fragmento de entrevista con Emmanuel Carballo, XIX protagonistas de la literatura mexicana, Empresas editoriales, 1966.

 

TRAYECTORIA DEL POLVO

 

Entre el advenimiento y el vacío.

PAUL VALÉRY

 

I

 

ME DESGAJÉ del sol (era la entraña

perpetua de la vida)

y me quedé lo mismo que la nube

suspensa en el vacío.

Como la llama lejos de la brasa,

como cuando se rompe un continente

y se derraman islas innumerables

sobre la superficie renovada del mar

que gime bajo el nombre de archipiélago.

Como el alud que expulsa la montaña

sacudida de ráfagas y voces.

 

Rodé como el alud, como la piedra

sonámbula de abismos

resbalando por meses y meses en la sombra

del universo opaco que gira en los elipses

trazados en el vientre de espiga de la madre.

 

Era entonces muy menos

que un río desenvolviéndose

y una flecha montada sobre el arco

pero ya los anuncios de mi sangre

caminaban sin tregua para alcanzar al tiempo

y el vagido inconcreto ya clamaba

por ocupar el viento.

 

Nací en la hora misma en que nació el pecado

y, como él, fui llamada soledad.

Gemelo es nuestro signo y no hay aguas lustrales

capaces de borrar lo que marcaron

los hierros encendidos de mi frente.

 

Pero mi frente entonces se combaba

huérfana de miradas y reflejos.

Y así me alcé feliz como el que ignora

su inevitable cárcel de ceniza

y cuando yo decía la tierra, era la tierra

desnuda de metáforas, infancia

recién inaugurada.

Y no dudé jamás de que al nombrarla

me nombraba a mí misma

y a mi propia substancia.

 

Yo no podía aún amar los pájaros

porque cantaban presos y ciegos en mis venas

y porque atravesaban el espacio

contenido debajo de mis párpados.

 

Yo no sabía quién se levantaba

imantado de estrellas polares hacia el cielo

ni en quién multiplicaban las yemas su promesa

si en el árbol compacto o en mi cuerpo.

 

Era el tiempo en que Dios estrenaba los verbos

y hacía, como jugando,

figurillas de barro con las manos:

atmósferas azules y planetas

no lesionados por la geografía,

muñecos intangibles para el sueño

que hiende como espada, separando

en varón y mujer las costillas unánimes.

 

Era el alba sin sexo.

La edad de la inocencia y del misterio.

 

II

 

La adolescencia es alta como el junco.

Su perfil se adelgaza

para ser digno de tocar el aire.

Y es un ebrio cristal que intenta transparencias

y es un florecimiento inagotable

de límites geométricos

que dibujan las puntas trémulas de los dedos.

 

La adolescencia es tensa como el junco.

Su perfil se agudiza

para poder acuchillar el aire.

Es una vocación de búsqueda incesante

hacia la luz más íntima

que se le esquiva siempre como en un laberinto.

El ansia equivocada

que persigue tenaz al espejismo

y el oído engañado por el eco.

Es la dura tarea del que busca,

la dicha sobrehumana del encuentro.

 

La adolescencia es verde como el junco

y su perfil se tiñe

de todos los colores con que la invita el aire.

La gracia amaneciendo sobre el mundo,

el gozo sin motivo de carne que se palpa

olorosa y reciente.

La alegría de músculos elásticos,

la embriaguez de la sangre

galopando en canciones sobre el tiempo.

 

La adolescencia es plena de latencias ocultas

y raíz laboriosa como el junco.

 

 

III

 

Recuerdo: caminaba por largos corredores

desbordantes de palmas y de espejos.

Yo, sedienta de mí, me detenía en estatuas

duplicando el instante fugitivo en cristales

y luego reiniciaba mi marcha de Narciso

ya entonces como alada

liberación de imagen entre imágenes.

 

Novedad de mi cuerpo

que se hallaba a sí mismo en cada cosa

y para poseerse se entregaba

a la solicitud del universo.

 

Juventud de la luz que nimbaba la tierra

y que brotaba acoso con mis ojos.

 

Yo estaba circuncidada por rondas de palabras.

Subían como el humo en el espacio,

diluían su masa, se perdían.

Sólo quedaba –espesa como leche bañándome–

la que anudaba origen y destino:

Mujer, voz radical que hipnotizaba

en la garganta de Eva

y en toda sucesiva

docilidad de miel para los besos.

 

Mi esencia se vertía exaltada en la órbita

concéntrica y total de la palabra

y era la musical delicia de la gota

incorporando al mar de canto sin fronteras

su mínimo sonido de caracol vibrando.

 

 

IV

 

La fiesta cosquillea en los talones.

Vamos todos a ella cantando y sonriendo.

Vamos todos a ella cogidos de la mano

como quien sale al campo a cosechar claveles.

 

La Ciudad se ha vestido lo mismo que una novia.

Mirad: en cada puerta se ostenta una guirnalda,

de par en par se rinden las ventanas

colmándose del día y su deleite.

 

La sombra juega al escondite por los patios

escapando del rayo de sol que la persigue.

 

Venimos a la fiesta cantando y sonriendo,

danzando el pie descalzo sobre céspedes finos.

 

¿Quién eres tú que traes antifaz de belleza

y te ciñes túnicas de ritmo y armonía?

¿El mensaje cifrado de algún ángel

en la pluma del ave

o en el vuelo preñado de la abeja?

¿Eres la Anunciación? –Me llaman Viento,

soy el vehículo de las canciones

y también de las hojas marchitas en otoño.

Mi destino es girar perpetuamente

y no sé responder.

 

¿Quién eres tú de rostro tremendo y enigmático?

Paralizas los ojos de quienes te contemplan

de estupor y de miedo.

¿Escondes el misterio de un Dios o eres su cólera

que se desencadena al Infinito?

–Mi nombre es Mar, mi movimiento es ola

que recomienza siempre.

Nunca salgo de mí. Soy el esclavo

irredimible de mi propia fuerza.

 

¿Y tú que así te adornas con el iris

y te recorren escalofríos de cascabeles?

Yo quisiera abrazarte pero ignoro quién eres.

–Soy quien pintarrajea la verdad

para volverla amable

y hace que hasta los ídolos se paren de cabeza.

Los niños me bautizan mariposa

y organizan cacerías para prenderme

y cuando creen haberlo conseguido

tienen entre sus dedos

sólo el polen dorado de mis alas.

Algunos hombres dicen que me desprecian

y para denigrarme agrupan letras:

R-i-s-a, B-u-r-l-a, I-r-o-n-í-a.

Pero se arrastran hasta mí en tinieblas

y les doy la mentira de mí misma.

Los viejos me olvidaron y ya no me conocen.

Tú, adivina quién soy, corre y alcánzame.

Adiós, adiós

cantarito de arroz.

 

Allá, bajo los mirtos, ¿quién es el que reposa?

Las vides se exprimieron en sus mejillas.

De sus cabellos se desprende un hálito

de flores maceradas y lámparas ardiendo.

Tiene la piel jocunda de la manzana,

la breve plenitud del mediodía

y el zumbador encanto de la siesta.

–Su símbolo es eterno: pezuña y caramillo.

En las florestas griegas

se lanzó tras la ninfa destrenzada.

Lo aprisionaron mitos y tabernáculos

y es un demonio cuyo nombre nadie

se atreve a pronunciar porque no quiere

despertarlo en el fondo de sí mismo

pues igual que Sansón enloquecido

derriba las columnas que sostienen los templos.

Su nombre es el rubor de las doncellas

y el martillo en las sienes del mancebo.

 

¿Y tú que sin cesar cambias de signo,

que te ocultas y asomas,

te velas y revelas en las formas?

¿Eres Proteo? Debes ser divino

para infiltrarte así entre todas las cosas.

–Mírame bien ¿y no me reconoces?

Sin embargo te he sido tan fiel como un espejo

y tan irrenunciable como tu propia sombra.

–Es cierto, yo te vi mil veces antes.

Ahora identifico esas cejas, los dientes,

los hombros y la espalda

tajando en dos mitades infinitas

lo mismo que una lápida.

Eres como nosotros. Anda, ven y bailemos.

¡Alegría! ¡Alegría!

¡La Ciudad se desposa con la noche!

 

 

V

 

¿Qué reptil se afilada entre la brisa?

 

¿Qué zumo destilaba la amapola

que el vino se hizo un día hiel entre mis labios?

 

¿Cómo fueron mis células ahondándose

para ceder un sitio decoroso a la angustia?

 

¿Cómo creció esta fiebre de hormigas en mis pulsos?

 

¿Cómo el recto camino fue curvándose

hasta ser un dedálico recinto?

 

¿Cómo fue Dios quedándose sordo y mudo y ausente,

irremediablemente atrás como la aurora?

 

¿Cómo a cualquier extremo al que volviera el rostro

me devolvía el suyo –absoluto– la nada?

 

El cielo de tan pobre se encontraba desierto

y al principio y al fin del horizonte

se extendía el dominio del silencio.

 

 

VI

 

Aquí me quedaré llorando como el fruto

derribado a pedradas

de la copa del árbol y su sustento.

 

Ya nunca podré amar ni aun en el sueño

porque una voz insobornable grita

y su grito vacía mis entrañas:

“¡El amor es también polvo y ceniza!”

VII

 

He aquí que la muerte tarda como el olvido.

Nos va invadiendo lenta, poro a poro.

Es inútil correr, precipitarse,

huir hasta inventar nuevos caminos

y también es inútil estar quieto

sin palpitar siquiera para que no nos oiga.

 

Cada minuto es la saeta en vano

disparada hacia ella,

eficaz al volver contra nosotros.

 

Inútil aturdirse y convocar a fiesta

pues cuando regresamos, inevitablemente,

alta la noche, al entreabrir la puerta

la encontramos inmóvil esperándonos.

 

Y no podemos escapar viviendo

porque la Vida es una de sus máscaras.

 

Y nada nos protege de su furia

ni la humildad sumisa hacia su látigo

ni la entrega violenta

al círculo cerrado de sus brazos.

 

 

VIII

 

Padres:

ya no desparraméis blasfemias en la tierra.

No os dejéis embaucar por la embustera

que exalta vuestros vientres

para depositarles su semilla de espanto.

 

Cuando os llame fecundos, arrojadle

su mentira a la cara.

 

Si os consagra inmortales os escarnece.

 

Sabed que la esperanza nos traiciona

y que es la compañera de la muerte.

 

Sabed que ambas –muerte y esperanza–

crecen como el parásito

alimentado en nuestro propio cuerpo.

 

IX

 

Pero ¿no hemos de amarlas

cuando así las nutrimos con nuestra sangre?

 

Reverenciad su patrimonio único

 

Contemplad cómo las madura el tiempo.

 

Alternativamente

una se ensancha y otra palidece.

 

 

X

 

Hoy es en mí la muerte muy pequeña

y grande la esperanza.

Ha soportado climas estériles y rudos,

ha atravesado nieblas y luces dolorosas

y ha desafiado al viento.

 

Ahora sabe que su ser es isla.

Para emerger acendra primero sus cimientos

y se ubica después sobre la espuma

disputando su patria palmo a palmo.

No ignora que el vacío la rodea

y siente la amenaza del gusano.

Pero edifica muros de arena, defendiéndose.

Tenaz e infatigable

elabora y destruye sus pompas de jabón

y es la aniquiladora y creadora de un Cosmos

transfigurado y líquido.

Trabaja con la llama.

¡Cuántas formas modela, cuántas formas

duermen almacenadas en su seno!

 

Les dice un día fantasmas y otro les dice juego

pero el nombre secreto en el que se refugia

como en la magia o en el sortilegio,

ese nombre es el nombre impalpable de Poesía.

 

No perturbéis la rosa con palabras impuras,

no violéis su perfume ni con el pensamiento.

 

Es la hora perfecta

en que la rama en el altar florece.

Permitid que florezca.

Es la última pasión, la última hoguera

crepitando en la nieve.

 

Dejadla que respire.

 

En sus escombros pacerá la muerte.

 

 

APUNTES PARA UNA DECLARACIÓN DE FE

 

 “Es un poema malogrado. De las crisis que se padecen en la adolescencia, y entre las cuales la religiosa es sólo una, quise rescatar algo, algo que continuara informando mi vida; deseaba darle sentido y justificación a cada uno de mis actos. En los Apuntes me arrastró la retórica. Me llevó a hablar, por ejemplo, del continente nuevo que es América, del que tenía una idea superficial y falsa. La última parte del poema, que quiere ser lírica y no lo logra, está en contradicción con la parte primera, en la que el poema es casi prosa: incisivo, pletórico de lugares comunes usados de manera deliberada. Entre ambas partes existe una falta de continuidad. Fue muy duramente criticado, sobre todo por Miguel Guardia, quien dijo que en él las influencias formaban legión. Lo considero un experimento. A partir de entones no volví a frecuentar ese camino”.

 

Fragmento de entrevista con Emmanuel Carballo, XIX protagonistas de la literatura mexicana, Empresas editoriales, 1966.

 

 

EL MUNDO gime estéril como un hongo.

Es la hoja caduca y sin viento en otoño,

la uva pisoteada en el largar del tiempo

pródiga en zumos agrios y letales.

Es esta rueda isócrona fija entre cuatro cirios,

esta nube exprimida y paralítica

y esta sangre blancuzca en un tubo de ensayo.

 

La soledad trazó su paisaje de escombros.

La desnudez hostil es su cifra ante el hombre.

 

Sin embargo, recuerdo…

 

En un día de amor yo bajé hasta la tierra:

vibraba como un pájaro crucificado en vuelo

y olía a hierba húmeda, a cabellera suelta,

a cuerpo traspasado de sol al mediodía.

Era como un durazno o como una mejilla

y encerraba la dicha

como los labios encierran un beso.

 

Ese día de amor yo fui como la tierra:

sus jugos me sitiaban tumultuosos y dulces

y la raíz bebía con mis poros el aire

y un rumor galopaba desde siempre

para encontrar los cauces de mi oreja.

Al través de mi piel corrían las edades:

se hacía la luz, se desgarraba el cielo

y se extasiaba –eterno– frente al mar.

El mundo era la forma perpetua del asombro

renovada en el ir y venir de la ola,

consubstancial al giro de la espuma

y el silencio, una simple condición de las cosas.

 

Pero alguien (ya no acierto

con la estructura inmensa de su nombre)

dijo entonces: “No es bueno

que la belleza esté desamparada”

y electrizó una célula.

 

En el principio –dice

esta capa geológica que toco–

era sólo la danza:

cintura de la gracia que congrega

juventudes y música en su torno.

En el principio era el movimiento.

 

Cada especie quería constatarse, saberse

y ensayaba las notas de su esencia:

la jirafa alargaba la garganta

para abrevar en nubes de limón.

Punzaba el aire en las avispas múltiples

y vertía chorritos de miel en cada herida

para que el equilibrio permaneciera invicto.

 

El ciervo competía con la brisa

y el hombre daba vueltas alrededor de un árbol

trenzado de manzanas y serpientes.

 

Nadie lo confesaba, pero todos

estaban orgullosos de ser como juguetes

en las manos de un niño.

 

Redondeaban su sombra los planetas

y rebotaban locos de alegría

en las altas paredes del espacio

teñidas de antemano en un risueño azul.

 

No me explico por qué

fue indispensable que alguien inventara el reloj

y desde entonces todo se atrasa o se adelanta,

la vida se fracciona en horas y minutos

o se quiebra o se para.

 

La manzana cayó; pero no sobre Newton

de fácil digestión,

sino sobre el atónito apetito de Adán.

(Se atragantó con ella como era natural.)

 

¡Qué implacable fue Dios –ojo que atisba

a través de una hoja de parra ineficaz!

¡Cómo bajó el arcángel relumbrando

con una decidido espada de latón!

 

Tal vez no debería yo hablar de la serpiente

pero desde esa vez es un escalofrío

en la columna vertebral del universo.

Tal vez yo debiera descubrirlo

pero fue el primer círculo vicioso

mordiéndose la cola.

Porque esto, en realidad, sólo tendría importancia

si ella lo supiera.

Pero lo ignora todo reptando por el suelo,

dormitando la siesta.

 

Ah, si se levantara

sin el auxilio de fakires indios

a contemplar su oba.

Aquí estaríamos todos:

la horda devastando la pradera,

dejando siempre a un lado el horizonte,

tratando de tachar la mañana remota,

de arrasar con la sal de nuestras lágrimas

el campo en que se alzaba el Paraíso.

Gritamos ¡adelante! por no mirar atrás.

El camino se queda señalado

–estatua tras estatua– por la mujer de Lot.

Queremos olvidar la leche que sorbimos

en las ubres de Dios.

Dios nos amamantaba en figura de loba

como a Rómulo y Remo, abandonados.

 

Abandonados siempre. ¿De qué? ¿De quién? ¿De dónde?

No importa. Nada más abandonados.

Cantamos porque sí, porque tenemos miedo,

un miedo atroz, bestial, insobornable

y nos emborrachamos de palabras

o de risa o de angustia.

 

¡Qué cuidadosamente nos mentimos!

¡Qué cotidianamente planchamos nuestras máscaras

para hormiguear un rato bajo el sol!

 

No, yo no quiero hablar de nuestras noches

cuando nos retorcemos como papel al fuego.

Los espejos se inundan y rebasan de espanto

mirando estupefactos nuestros rostros.

Entonces queda limpio el esqueleto.

 

(…)

 

AL PIE DE LA LETRA

 

“Después viene Al pie de la letra, en la que el tono general me parece aceptable y tengo preferencia por un poema de allí que es el “Monólogo de la extranjera”. En el momento de hacerlo no fui consciente de eso, creía que estaba contando la historia de otra mujer y al terminar me di cuenta de que estaba hablando de mí, de que era mi historia que la había otra vez transfigurado y usado en forma oblicua de referencia que es lo que pone distancia entre el objeto y la expresión… quizá es la distancia estética.

La última parte me gusta en general por la libertad que tiene, el no preocuparme más si esta palabra es lícita, si es aceptable, sino simplemente es la palabra necesaria, la palabra exacta. Y además son vivencias en un plano de conciencia, en un plano de madurez que espero que haya pasado al poema”.

 

Fragmento de entrevista con Emmanuel Carballo, XIX protagonistas de la literatura mexicana, Empresas editoriales, 1966.

 

 

MONÓLOGO DE LA EXTRANJERA

 

VINE de lejos. Olvidé mi patria.

Ya no entiendo el idioma

que allá usan de moneda o de herramienta.

Alcancé la mudez mineral de la estatua.

Pues la pereza y el desprecio y algo

que no sé discernir me han defendido

de este lenguaje, de este terciopelo

pesado, recamado de joyas, con que el pueblo

donde vivo recubre sus harapos.

 

Esta tierra, lo mismo que la otra de mi infancia,

tiene aún en su rostro,

marcada a fuego y a injusticia y a crimen,

su cicatriz de esclava.

Ay, de niña dormía bajo el arrullo del ronco

de una paloma negra: una raza vencida.

Me escondía entre las sábanas

porque un gran animal

acechaba en la sombra, hambriento, y sin embargo

con la paciencia dura de la piedra.

Junto a él ¿qué es el mar o la desgracia

o el rayo del amor

o la alegría que nos aniquila?

 

Quiero decir, entonces,

que me fue necesario crecer pronto

(antes que el terror me devorase)

y partir y poner la mano firme

sobre el timón y gobernar la vida.

 

Demasiado temprano

escupí en los lugares

que la plebe consagra para la reverencia.

Y entre la multitud yo era como el perro

que ofende con su sarna y su fornicación

y su ladrido inoportuno, por medio

del rito y la importante ceremonia.

 

Y bien. La juventud,

aunque grave, no fue mortal del todo.

Convalecí. Sané. Con pulso hábil

aprendí a sopesar el éxito, el prestigio,

el honor, la riqueza.

Tuve lo que el mediocre envidia, lo que los

triunfadores disputan y uno solo arrebata.

Lo tuve y fue como comer espuma,

como pasar la mano sobre el lomo del viento.

 

El orgullo supremo es la suprema

renunciación. No quise

ser el astro difunto

que absorbe luz presada para vivificarse.

Sin nombre, sin recuerdos,

con una desnudes espectral, giro

en una breve órbita doméstica.

 

Pero aun así fermento

en la imaginación espesa de los otros.

Mi presencia ha traído

hasta esta soñolienta ciudad de tierra adentro

un aliento salino de aventura.

 

Mirándome, los hombres recuerdan que el destino

es el gran huracán que parte ramas

y abate firmes árboles

y establece en su imperio

–sobre la mezquindad de lo humano– la ley

despiadada del cosmos.

 

Me olfatean desde lejos las mujeres y sueñan

lo que las bestias de labor, si huelen

la ráfaga brutal de la tormenta.

Cumplo también, delante del anciano,

un oficio pasivo:

el de suscitadora de leyendas.

 

Y cuando, a medianoche,

abro de par en par las ventanas, es para

que el desvelado, el que medita a muerte,

y el que padece el lecho de sus remordimientos

y hasta el adolescente

(bayo de cuya sien arde la almohada)

interroguen lo oscuro de mi persona.

 

Basta. He callado más de lo que he dicho.

Tostó mi mano el sol de las alturas

y en el dedo que dicen aquí “del corazón”

tengo un anillo de oro con un sello grabado.

 

El anillo que sirve

para identificar a los cadáveres.

 

LÍVIDA LUZ

 

“En Lívida luz llegué conscientemente a la frialdad, a pesar de que escribí los poemas en estado de fiebre. (Ese estado –así lo espero– no se manifiesta en los poemas). En ellos reflexiono sobre el mundo, ya no como objeto de contemplación estética sino como lugar de lucha en el que uno está comprometido. Allí se reflejan las experiencias que tuve en Chiapas en mi trabajo para el Instituto Indigenista. En esos lugares la lucha ha llegado a extremos desgarradores de brutalidad. Allí también figuran mis experiencias en ciertos ambientes de la ciudad de México. Asimismo, aparecen lecturas sobre los temas sociales y políticos que, por entonces, comenzaron a interesarme de manera muy particular. Todo ello está implícito en los poemas, aunque no se descubra a primera vista”.

 

Fragmento de entrevista con Emmanuel Carballo, XIX protagonistas de la literatura mexicana, Empresas editoriales, 1966.

 

 

No puedo hablar sino de lo que sé.

 

Como Tomás tengo la mano hundida

en una llaga. Y duele en el otro y en mí.

 

¡Ah, qué sudor helado de agonía!

¡Qué convulsión de asco!

 

No, no quiero consuelo, ni olvido, ni esperanza.

 

Quiero valer para permanecer,

para no traicionar lo nuestro: el día

presente y esta luz con que se mira entero.

 

 

 

KINSEY REPORT

 

1

 —¿Si soy casada? Sí. Esto quiere decir

que se levantó un acta en alguna oficina

y se volvio amarilla con el tiempo

y que hubo ceremonia en una iglesia

con padrinos y todo. Y el banquete

y la semana entera en Acapulco.

 

No, ya no puedo usar mi vestido de boda.

He subido de peso con los hijos,

con las preocupaciones. Ya ve usted, no faltan.

 

Con frecuencia, que puedo predecir,

mi marido hace uso de sus derechos o,

como él gusta llamarlo, paga el débito

conyugal. Y me da la espalda. Y ronca.

Yo me resisto siempre. Por decoro.

Pero, siempre también, cedo. Por obediencia.

 

No, no me gusta nada.

De cualquier modo no debería de gustarme

porque yo soy decente ¡y él es tan material!

 

Además, me preocupa otro embarazo.

Y esos jadeos fuertes y el chirrido

de los resortes de la cama pueden

despertar a los niños que no duermen después

hasta la madrugada.

 

2

 Soltera, sí. Pero no virgen. Tuve

un primo a los trece años.

 

Él de catorce y no sabíamos nada.

Me asusté mucho. Fui con un doctor

que me dio algo y no hubo consecuencias.

 

Ahora soy mecanógrafa y algunas veces salgo

a pasear con amigos.

Al cine y a cenar. Y terminamos

la noche en un motel. Mi mamá no se entera.

 

Al principio me daba vergüenza, me humillaba

que los hombres me vieran de ese modo

después. Que me negaran

el derecho a negarme cuando no tenía ganas

porque me habían fichado como puta.

 

Y ni siquiera cobro. Y ni siquiera

puedo tener caprichos en la cama.

Son todos unos tales. ¿Qué que por qué lo hago?

Porque me siento sola. O me fastidio.

 

Porque ¿no lo ve usted? estoy envejeciendo.

Ya perdí la esperanza de casarme

y prefiero una que otra cicatriz

a tener la memoria como un cofre vacío.

 

 

3

 Divorciada. Porque era tan mula como todos.

Conozco a muchos más. Por eso es que comparo.

 

De cuando en cuando echo una cana al aire

para no convertirme en una histérica.

 

Pero tengo que dar el buen ejemplo

a mis hijas. No quiero que su suerte

se parezca a la mía.

 

4

 Tengo ofrecida a Dios esta abstinencia,

¡por caridad, no entremos en detalles!

 

A veces sueño. A veces despierto derramándome

y me cuesta un trabajo decirle al confesor

que, otra vez, he caído porque la carne es flaca.

 

Ya dejé de ir al cine. La oscuridad ayuda

y la aglomeración en los elevadores.

 

Creyeron que me iba a volver loca

pero me estaba atendiendo un médico. Masajes.

 

Y me siento mejor.

 

5

 A los indispensables (como ellos se creen)

los puede usted echar a la basura,

como hicimos nosotras.

 

Mi amiga y yo nos entendemos bien.

Y la que manda es tierna, como compensación:;

así como también la que obedece

es coqueta y se toma sus revanchas.

 

Vamos a muchas fiestas, viajamos a menudo

y en el hotel pedimos

un solo cuarto y una sola cama.

 

Se burlan de nosotras pero también nosotras

nos burlarnos de ellos y quedamos a mano.

 

Cuando nos aburramos de estar solas

alguna de dos dos irá a agenciarse un hijo.

 

¡No, no de esa manera! En el laboratorio

de la inseminación artificial.

 

6

 Señorita. Sí, insisto. Señorita.

 

Soy joven. Dicen que no fea. Carácter

llevadero. Y un día

vendrá el Príncipe Azul, porque se lo he rogado

como un milagro a San Antonio. Entonces

vamos a ser felices. Enamorados siempre.

 

¡Qué importa la pobreza! Y si es borracho

lo quitaré del vicio. Si es mujeriego

yo voy a mantenerme siempre tan atractiva,

tan atenta a sus gustos, tan buena ama de casa,

tan prolífica madre

y tan extraordinaria cocinera,

que se volverá fiel como premio a mis méritos,

entre los que el mayor es la paciencia.

 

Lo mismo que mis padres y los de mi marido

celebraremos nuestras bodas de oro

con gran misa solemne.

 

No, no he tenido novio. No, ninguno

todavía. Mañana.

 

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