Antes del viaje, repasé las lecturas teóricas, las notas de cada uno de esos textos que debían acompañarme. En la maleta, también, un poemario. No tuve tiempo de leerlo hasta casi el avión y su título se volvió una pequeña brecha: My House Remembers Me, Mi casa me recuerda. Conforme el otoño iba cayendo sobre Nueva Inglaterra, esta edición bilingüe de la obra de mi tutora en Yale, la profesora Noël Valis (1945), fue ganando peso en la soledad escogida de esa estancia.
Académica distinguida, pensadora finísima sobre la cultura, la sociedad, la literatura española del siglo XIX y comienzos del XX, en sus versos encontré las puntadas de porqués que hilan a veces las obsesiones y devenires de quienes aúnan en su carrera profesional el estudio y la escritura. Identificación, sin duda. Territorio conocido que se despliega en versos especialmente próximos a mi propio decir: la casa, la memoria, la genealogía de la carne y la palabra. Pero también la naturaleza, sus imágenes, su pulso terroso que late y se siente a pesar del hormigón, del camino de vida entre aulas, despachos y largas carreteras.
Selecciono tres poemas de ese libro bilingüe, publicado en 2002 en la Colección Esquío de Poesía, traducidos por Carol Maier.
POEMAS
Lengua materna
Las verdaderas lecciones del pelo, la piel y los labios,
la carne abriéndose,
son siempre el último capítulo del libro
al que nunca llegamos,
como en la ciencia: nunca
llegamos al sol
porque somos cegados por su gracia.
Pero el sol, madre, aún está aquí.
Tú, madre, aún estás aquí,
bajando de aquel azul, como siempre,
y tu lengua
que no escribe, no habla
el idioma aprendido de la gramática formal,
que me dio tiernos
gajos de palabras en una naranja,
me dio rojas mañanas
de brillantez maternal y ausencia paternal
mientras yo dormía bajo milagros,
tu lengua es la única entrada a los muertos
y los vivos de este mundo.
Tu habla abrió insondables
cuevas lunares de tiempo,
arrastrándose hacia el sol ciego,
devolviendo olas de sonidos acalorados,
pucheros relucientes
arrojados contra la puerta de la cocina.
Pero yo no podía leer el registro
de abolladuras,
el gran estallido del cual
nací yo,
el choque de platillos de dos en uno,
de él y ella,
de lenguas que siempre estaban alejándose,
del que yo nací,
amoratada desde dentro como tú,
ganando altas notas en las edades de diferencia
y lenguas y rabias, que me hicieron,
me hicieron una alumna tan apta.
Pensaba entonces
que había desaprendido tu lengua,
había lavado mi memoria
y dejé colgado el espacio en blanco como una sábana lánguida
entre nosotras.
Tenía que volver a dormir bajo milagros,
hasta donde tú estás,
y aquella lengua de la cocina
estallando,
para aprender esas primeras lecciones de las partes del habla,
que yo soy parte de tu habla.
Regresión
Alguien llama para decir que ha muerto
mi madre. Me chupo ávidamente el pulgar
me orino en la cama
doy aullidos corro al fondo de la casa
me escondo no voy nunca a la escuela hago
tartas de barro todo el día ando a gatas debajo del porche.
Alguien está llamando. No oír. No escuchar.
Gatear dentro. Luego alguien
me muestra una carta,
mira, una carta en que mi madre
no ha muerto, una carta
que ya no puedo leer.
Caballo negro que corre
A los diez años vi correr un caballo negro
a los veinte corría hacía mí
hoy cumplo treinta años
y el caballo negro que corre
soy yo.