
Fotografía de Inés Marful.
“Cada uno de mis libros deja atrás una época, un modo de estar, y después de cada uno viene un vacío, una incapacidad de sentir emoción. Como si de una enfermedad se tratase […] Esa desesperanza, ese volverse todo ajeno cuando no claramente detestable o peligroso, lo atempera la escritura. Un poema, lo sabemos como lectores, es el lugar donde las palabras alcanzan a las cosas: en él late el hálito de lo que no estará o de lo que estará cuando uno ya no esté. Reconocer y nombrar lo descarnado, pero no perecer: conservar pensamiento y emoción y tejido con el mundo” (2008: 435).
Las lecturas anclan también épocas y modos de estar. En mi casa había una viga de madera sin barnizar donde además de una carpa de circo y caballos dibujados, se marcaban las fases de crecimiento de todos los que vivíamos allí. Algunas lecturas dejan también marcas de crecimiento aunque no siempre las recuerdo ni las sé localizar. Otras las ubico con facilidad, la lectura de Olvido García Valdés, por ejemplo, sí tiene una geografía precisa. Esta: en las Montañas Rocosas de Colorado. El frío de las Rocosas siega muchas cosas y yo arrastraba un pensamiento pesado de lecturas académicas leídas seguramente demasiado rápido al que se adhería el frío que sí que era muchas veces detestable y peligroso.
“El poema es siempre retrospectivo, pero la dilatación lírica se adhiere a la respiración; el pensamiento del poema no procede por análisis sino condensándose, condensándose en asociaciones, en ritmos y montaje. Se trata de un pensamiento perceptivo, intuitivo y lacónico, sensorial” (2008: 429).
En esa condensación del pensamiento en el poema indagaba Miriam Sánchez Moreiras cuando la conocí en Boulder. Escribía su tesis doctoral sobre Olvido García Valdés y Andrés Sánchez Robayna. Lo hacía desde las ideas estéticas del afirmacionismo de Alain Badiou, para quien una cierta forma de conocimiento sucede en el poema como resultado de una doble operación poética: la sustracción y la trasposición. Así llegó Ella, los pájaros (Diputación provincial de Soria, 1994) y así lo leí y pensé con Miriam entre el hielo y el deshielo que marcó los dos últimos años de su tesis y mi etapa de estudio allí. Pienso siempre en esta lectura como la actividad de sustracción de Badiou y el hielo de nosotras dos. Pensábamos en actividades matemáticas y minuciosas, aún sabiendo que el poema “no procede por análisis sino condensándose”. Era importante saber cómo operaba la belleza. Entremedias, leía con desatención pero no podía evitar un rastro, un agujerear que siempre quedó. Después de Boulder, volví a ese rastro y sin la merma del frío la lectura caló y se deshizo en el cuerpo como un líquido suave que lo invade todo. Ahí se quedó, marca de crecimiento, entre el hueco y lo cálido.
Olvido García Valdés (Santianes de Pravia, 1950) es Licenciada en Filología Románica por la Universidad de Oviedo y en Filosofía por la de Valladolid, ha sido profesora en Toledo y directora del Instituto Cervantes en Toulouse. Codirectora de la revista Infolios y miembro fundador de El signo del gorrión. Ha publicado los siguientes libros de poesía:
El tercer jardín, Valladolid, Ediciones del Faro, 1986.
Exposición, Ferrol, Esquío, 1990, (premio Ícaro de Literatura).
ella, los pájaros, Soria, Diputación, 1994 (premio Leonor de Poesía).
caza nocturna, Madrid, Ave del Paraíso, 1997.
Del ojo al hueso, Madrid, Ave del Paraíso, 2001.
La poesía, ese cuerpo extraño. Antología, Papeles del Aula Magda, Ediciones de la Universidad de Oviedo, 2005.
Y todos estábamos vivos, Tusquets, Barcelona, 2006, (premio Nacional de Poesía 2007).
Esa polilla que delante de mí revolotea. Poesía reunida (1982-2008). “Prólogo” de Eduardo Milán. Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2008.
Lo solo del animal, Tusquets, Barcelona, 2012.
Otras referencias:
Miriam Sánchez Moreiras, “Contra la piedra y el pájaro. El conocimiento poético en Andrés Sánchez Robayna y Olvido García Valdés”, PhD Dissertation, University of Colorado-Boulder, 2009 (unpublished).
[Selección de poemas]
Tras el cristal, se desconoce
el cuerpo, como un hijo
que crece, como si jugara
y de pronto fuera desconocido.
Coloca entonces
tu mano en el estómago,
la palma abierta, y respira
profundo. Al fin somos culpables
de quien muere, y también
de vivir. Barrios
se hacen poblados peligrosos
por la noche, hay humaredas,
rostros cetrinos junto a fuegos.
*
intemperie
corazón comprimido
en la casa
hay animales
diminutos y negros
nadie habla
no consuela
el campo ni la luz
vacío el lugar del aceite
(de ella, los pájaros)
escribir el miedo es escribir
despacio, con letra
pequeña y líneas separadas,
describir lo próximo, los humores,
la próxima inocencia
de lo vivo, las familiares
dependencias carnosas, la piel
sonrosada, sanguínea, las venas,
venillas, capilares
*
tercos tristes tenaces
en el estómago
lo dulce quema
lo quemado arde
abrasa en el estómago
lo quemado lo dulce
*
vienes cuerpo al amanecer (levántate
amor mío pariente
mía) aún es de noche
carne blanca, acabada
raíz (aún no hay luz)
tan blanda la podre dulzura
(de caza nocturna)
*
en mi casa me escondo por si alguien
me quisiera ver que no me vea
me escondo ahora
que es diciembre con la luz
apagada
(¿eres
tú quién llama a la desgracia?
-desgracia, ven- ¿eres tú?)
hedor animal de la guarida
donde el frío donde
paredes y negra
de trapos
(de Y todos estábamos vivos)