Diario de unas células madre X

image1

A ver si Carmela se come el plátano…Hay veces que no sé qué poner en la agenda de la guardería. Los martes toca fruta, los jueves zumo. A ti te da lo mismo, porque no te comes muy bien el almuerzo, sea lo que sea. Cenas mejor. Llevabas meses sin merendar bien y siempre nos ha costado mucho que te comieras las frutas. Se me hace raro decir siempre cuando me refiero a un cuerpo de poco más un año. Me parece que llevas conmigo toda la vida. No, eso no. Me parece que es muy lejano todo el antes de ti. Distante en tiempo y en emoción. Todo ese antes era menos vivo. Así mejor. Tenías pocos meses cuando te di el primer yogur y te encantó. Te encantó durante semanas y, de repente, ya no lo quisiste probar más. No había manera. Y ahora ha vuelto a suceder uno de esos virajes en los que le das la vuelta a todo mientras tú te quedas sin moverte del sitio. Te vuelve a gustar el yogur, mezclado con las frutas. Te vuelves loca con la merienda. Y con las galletas. Te encanta probar todo lo que comemos nosotros. Tienes una especie de grito con el que pides algo de comer. Te pones a nuestro lado, nos miras y pides. Se te entiende. Eso también ha sido un gran cambio. Ir viendo cómo descubres tu propia manera de comunicarte. Dices hola, lo dices mucho y muchas veces seguidas. Mamá y papá. Coges el móvil y te pones a hablar con Siri. Hola, le dices. Y ella te contesta. A veces, coges carrerilla y lo dices muchas veces, Siri te dice que no te ha entendido bien, y nos miras con cara de sorpresa, como contándonos lo idiota que es el aparato. Tu abuela sigue con el brazo roto y tú estás empeñada en demostrarle que lo sabes. No paras de hacerle mimos. Si quieres agua, lo dices bien claro. A-G-U-A. Pones cara de sorpresa cuando algo te entusiasma. Te digo foto y te ríes como posando. Cuando tienes sueño, frotas la cara contra lo que pilles, un muslo o un brazo. Si oyes música, bailas. Cuando quieres escuchar música, zarandeas la mano. Llegamos a casa de tus abuelos y empiezas a chillar ¡abu! Te colocas frente a la caja de galletas emitiendo el gruñido correspondiente. Ya juegas. Te hace gracia hacer risa. Te ponemos el abrigo y empiezas a decir adiós moviendo la mano. El otro día te vimos cabrearte por primera vez. Estabas llorando de manera insistente y tu abuelo, después de un rato de intentar calmarte, te preguntó, con un tono algo más serio de lo habitual, que por qué llorabas. Te enfadaste con él. No le querías mirar durante un rato. No consentiste que te diera la merienda. Le castigaste. Y te costó un rato volver a la normalidad con él. También hay otras cosas que han cambiado pero no las sabemos interpretar. Dormías toda la noche de un tirón desde los cinco meses hasta que cumpliste el año. Pero llevas unas semanas que no lo haces. Te despiertas mucho, lloras, te desvelas y te cuesta volverte a dormir. Sólo conseguimos que aguantes tranquila si duermes conmigo en la cama. Tú vas a la guardería y yo he empezado a trabajar. Cambios. Imaginamos que todo está relacionado. Cómo lo está el Brexit, la victoria de Trump, las muertes en las minas del Coltán en el Congo, la proliferación de la soja, la falta de apoyo a la investigación y que el Toblerone tenga las porciones más pequeñas. Todo. De alguna manera. También hay cosas que, no es que estén relacionadas, es que una determina a la otra. Causa y efecto. Nos ha cambiado la vida cotidiana. De momento, Trump no tiene nada que ver. Trabajo y guardería. Ocupamos el tiempo con otros cuerpos y no estamos tanto juntas. Lo tienes que notar. Yo también. Te echo de menos. Ya vas contenta a la guardería. Te quedas tranquila cuando te dejamos por la mañana y sales sonriente cuando te recogen tus abuelos. Tu profesora dice que has cambiado mucho. Los primeros días apenas te movías. Desconocía que ya sabías andar. Y no te gustaba salir al patio. No nos lo creíamos porque en casa no parabas quieta. Me has recordado a tu tía. Cuando era pequeña, su profesora le comentaba a tu abuela que era una niña muy tranquila. No nos lo creíamos porque en casa era un bicho. Tu tía se quedaba en clase con la mochila y el abrigo puestos, no quería quitárselos. Era su manera de conservar el cordón umbilical con su madre, que le había puesto el abrigo y la mochila en casa. Sobre todo, no le des la mano para que se duerma, que yo lo hice contigo y no te dormías si no era con mi mano. No querías cortar ese cordón umbilical. Eso me lo advirtió tu abuela cuando tú todavía eras del tamaño de una berenjena y estabas en mi vientre. Y ahora estamos las dos echadas en la cama, ya estás dormida, abrazada a mi mano, y de vez en cuando te remueves para acariciarme. Y si te quito la mano, protestas. Sobre todo, no dar la mano para que se duerma, lo tenía muy claro. Sobre todo, eso. No lo haré. Y luego fui madre. Nuestros cuerpos ya son dos en lugar de uno y no pasamos tanto tiempo juntas. Por eso necesitamos tocarnos y no separarnos del todo. Nuestro cordón umbilical son muchas cosas. También una mano. Tú la necesitas para dormir. Yo también la necesito.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *