Escribo esto la noche del 8 de marzo. Tengo que contarte los días, Carmela, porque tú todavía no has aprendido a relatarlos por ti misma. Nos queremos vivas. Ni una menos. Doblemente precarias, doblemente revolucionarias. Me gustará contarte que el día de hoy pasó, que sucedieron cosas, como si te contara una de las historias de tus libros. Quiero ir contigo de manifestación, y que cantes sacad vuestros rosarios de nuestros ovarios, por ejemplo. Quiero ir contigo de manifestación y, al mismo tiempo, no quiero que vivas motivos para que se llenen las calles de protesta. Que no nos maten, que no maten a las mujeres de tu generación, y que la igualdad no siga siendo un reto. Y quiero, para ti, que puedas ser tú. Libre y feliz. Llevo casi año y medio viendo cómo te has ido haciendo. Cómo te has construido, conmigo y al margen de mí. Te sientas en cuclillas igual que hago yo, y me imitas las caras. Te lavas los dientes con tu cepillo cuando lo hago yo. Te ríes copiándome el gesto. Te gusta dar besos y abrazos. No he tratado de enseñártelo, lo ha aprendido tu cuerpo, acostumbrado a ser estrujado por el mío. En parte siento que he plantado un huerto para tener el alimento a mano. Me das un abrazo y tengo ganas de hacer la revolución. La revolución y la cena. Hablas mucho, pero es que yo te llevo contando À la recherche du temps perdu desde que naciste. Ida y vuelta. Te lo cuento todo. Los sustos, acariciar la mano, salir a la calle, bailar la música, el baño, que no te gusten las carrilleras. Me replicas. Todo eso es la parte central del cuaderno. Estábamos preparados para ti, para dejarte todas nuestras letras y que tú te fueras escribiendo con ellas. Pero luego está el margen del relato. Un espacio de libertad para irte dibujando con tu propia tinta. Es muy divertido ver cómo sacas tu tú, pese a nuestra inevitable mancha. Te emborronamos, pero tú insistes en enseñarte. Salvaje y auténtica. Soltar un berrido para hacerte la fuerte. Escalar por todo. Utilizar tus juguetes para subirte encima de ellos. Jugar a trasvasar elementos de un recipiente a otro, de un sitio a otro. Esconderte en los rincones. Sentarte en mis zapatos. Mirar de soslayo cuando tramas algo. Arrugar la nariz cuando te da un ataque de felicidad. Nombrar las cosas a tu manera. Lo que disfrutas poniéndolo todo perdido de agua. Lo que te gusta el salchichón. Tu genio. Tus enfados. Tu salirte con la tuya. A veces me escondo la risa para que no veas que me hace gracia que me lleves la contraria. Quiero seguir disfrutando cómo coges lo que hay para hacerlo tuyo. Y cómo lo destrozas en pedazos para bailar y convertirlo en algo distinto. Y quiero muchas cosas para ti, para los siguientes 8 de marzo y todos los días. Te lo escribí el año pasado, en tu primer Día de la Mujer. Para ti, Carmela, quiero todo esto:
Que consigas lo que deseas. Que no te cueste más que a un hombre. Todos los besos que quieras, mientras que los quieras. Que te quieras. Que quieras a muchas personas y te quieran bien. Que todo el mundo te tome en serio, salvo tú misma. Que te rías fuerte. Que no heredes mi torpeza. Que te fijes en otras mujeres. Que no te olvides de las que sufren más que tú. Que no te duela mucho la regla. Que digas alto que eres feminista. Que puedas elegir. Muchos viajes. Que seas mejor que yo. Que no te muestres indiferente ante la desigualdad. Que tengas un abrazo siempre que lo necesites. Muchas anchoas en salmuera, berberechos o sandía. Que te hagas entender. Que no sea necesario que pidas respeto. Que sepas de la violencia machista sólo por los libros de historia. Que no tengas que dar explicaciones por llevar primero mi apellido. Que te lo pases muy bien. Que me expliques la física cuántica. Que seas tan fuerte que consigas romper hasta un techo de cristal. Que no quieras tenerlo todo rosa. Que te hagas muchas preguntas. Cuentos. Que disfrutes de historias con princesas que se tiran pedos. Que no tengas que repetir un no. Que sepas identificar rápido a los imbéciles. Que te cures si enfermas. Qué haya muchas cosas que te ilusionen. Suelos blandos de los parques. Que leas, que aprendas, que escuches. Que te impongas cuando toque. Que tus modelos de mujer no sean top models. Que el mundo sea menos feo. Que no te arrastre lo que te haga sufrir. Que el miedo no sea muy grande. Que seas tú la que te cuente. Que no te pronuncies en voz baja.