“—Pero, ¿este libro también es para chicos?”
No sé cuántas veces he escuchado esa pregunta sentada en el interior de la caseta de firmas. Sucede durante la Feria del Libro de Madrid, ese encuentro que expone, durante quince días de novedad, los usos y costumbres del mundo lector. No es la única situación sorprendente. También es habitual la de los padres y madres que, ignorando que su criatura tiene orejas, le afean su poco hábito lector. Cuando piden consejo a la autora para enmendarle la falta de costumbre, mi respuesta es siempre la misma: acompáñenlos en la lectura. Disfruten con ellos. Compartan títulos. Y, sobre todo, den ejemplo.
Hay poco tiempo para dedicarlo a la infancia. El fomento de la lectura entre nuestros niños y jóvenes no es una prioridad. La LIJ (Literatura Infantil y Juvenil) es un tipo de literatura (no un género, un género es otra cosa) que soporta una herencia asociada con lo doméstico. Traduzco: lo femenino, el terreno de las madres, el cuidado de la prole. Ese ámbito que tradicionalmente no exigía demasiada atención. Los cuentos de por la noche y los conflictos adolescentes siguen sin tener hoy en día la misma consideración que la otra literatura, la de letras grandes. Esa que se supone que todo adulto disfruta sin descanso, colapsando librerías y reventando listas de ventas.
Me desgañito en clamar que la infantil y juvenil es una literatura útil para aniquilar desigualdades. Lo es por su capacidad de fijar roles. De poco sirven los esfuerzos por reivindicar personajes femeninos en las ficciones adultas si antes no se ha dado un paso previo: el de normalizarlos durante la infancia. En la industria editorial los números hablan: un libro con protagonista femenina tendrá poco éxito entre los chicos. Ellos prefieren uno protagonizado por personajes mixtos o por chicos solamente. Sin embargo, las chicas sí son tolerantes con cualquier protagonista. Ante el consumo de ficción, ellas siempre se amoldan más (¿nos suena eso de algo?).
Comentaba que es necesario atender al fomento de la lectura, pero dicho análisis no sólo debería consistir en alargar la lista de libros consumidos. También debería serlo el modo en el que beben las páginas. No se trata sólo de cuánto, sino de cómo y qué se lee.
Me confieso poco amiga de la literatura que hace moralina. Nunca me ha gustado. La infantil y juvenil, al igual que la adulta, se llama literatura por la creatividad que impera en su lenguaje. Pues la lectura es, ante todo, entretenimiento. Pero tampoco hay que negar que quien se aventure a crear en este campo, lo hará para un lector (persona) a medio formar. Por eso soporta una responsabilidad especial a cuestas. Y es ahí, precisamente, cuando la infantil y juvenil se convierte en una gran aliada para cambiar las cosas.
Es necesario educar la mirada. Necesitamos protagonistas legitimadas que animen a conseguir metas. Normalizar la presencia femenina en cualquier ámbito de la vida. Cuando era pequeña, yo quería ser Indiana Jones, no la chica que le acompañaba. La frase no es mía, pertenece a una amiga guionista, pero es que somos muchas las que nos identificamos con ella. Cuánto hubiéramos dado por una Katniss Everdeen en su más absoluto esplendor. No será el modelo perfecto, pero sí un soplo de aire fresco.
Aún así, hacen falta más referentes femeninos en los que las niñas se reflejen. Y un abanico amplio, a ser posible. Uno que destierre el eterno modelo de belleza perfecta que ha creado hordas de sumisas, pasivas y abnegadas. Un canon más allá.
Por supuesto que la concepción de la LIJ ha avanzado. Mucho desde que el mundo se mofaba de Gloria Fuertes. Ahora el reto consiste en que lo femenino no sólo pueda protagonizar un libro sino que además los niños (chicos) lleguen a identificarse con esos universos. Que las historias de chicas también molen. Que sus tramas les interesen.
Pero, cuidado. Hay que ser conscientes de las trampas. Un personaje femenino con atributos de hombre tampoco es la solución. De poco sirve una luchadora letal creada a imagen y semejanza del guerrero cachas. Como tampoco lo es que proliferen libros en los que la chica es una réplica de Cenicienta.
Hoy en día aún es fácil toparse con alguna de estas publicaciones. Nos seguimos sorprendiendo de que causen furor entre muchas adolescentes. El motivo es que a esa edad todavía es difícil combatir la herencia patriarcal barnizada de Disney. Nadie asume la responsabilidad que le toca en todo este asunto y mientras tanto vivimos una regresión en el modelo juvenil de relación de pareja con resultados de encuestas que nos hacen rasgarnos las vestiduras. Pero es que, en algunas ocasiones es eso lo que están leyendo: novios cuya prueba de amor son los celos o una concepción de lo afectivo similar una gesta medieval.
Pero, como decía, algo hemos avanzado. Alegra ver creaciones de valientes que pasan a la acción. Princesas que deciden resolver por sí mismas sus problemas, heroínas que piensan en algo más que en pescar novio o que incluso se permiten el lujo de tener aspiraciones científicas. Por eso quiero creer que estamos en la buena senda. Aun así, me empeño en ser exigente y en reclamar más.
Necesitamos ponernos manos a la obra: escritores, editores, lectores, progenitores, medios de comunicación. Aquellos que estén decididos a cambiar las cosas. Háganle un hueco a la LIJ, a la LIJ progresista. No la releguen a los clásicos artículos de Navidad. Los chicos y chicas leen durante todo el año. Y tampoco son los lectores del futuro, sino del presente. En nuestras manos está que se topen con buenos referentes. Esos que huyen de la tabla de planchar y de las polillas.
Busquen un buen libro con chica protagonista. Regálenselo a sus hijos. Anímense a romper este absurdo prejuicio. Háganlo y puede que sus hijos les sorprendan. Puede ser, incluso, que se lo agradezcan.
Aquí cinco recomendaciones:
1. La evolución de Calpurnia Tate de Jackeline Kelly (Roca)
2. Princesas al ataque de Carlota Echevarría (La Galera)
3. Multicosmos de Pablo C. Reyna (Montena)
4. Eleanor & Park de Rainbow Rowel (Alfaguara).
5. Palabras envenenadas de Maite Carranza (Edebé).