Sueño que tenemos un bebito. Un nene de ojos muy claros, rubio, cachetón. Soy feliz pero no sé qué nombre ponerle. Es un niño sin nombre.
*
Estoy embarazada.
Tengo que repetirlo y escribirlo para entenderlo. Después del sueño, quedé embarazada. Bueno, “quedar” es una palabra que no le hace honor pero vamos, se entiende. Desde ese momento doy vueltas para escribir sobre esto y no lo hago. No tengo miedo de mi capacidad o incapacidad. No es eso de lo que dudo. El miedo tiene la forma de la dependencia eterna. ¿Alguien que dependa de mí toda mi vida? ¿Alguien que dependa de mí todo el tiempo? ¿Alguien que exista en paralelo a mí, construido por mí, dependiente de mí, parecido a mí, flotando en su propia esfera pero unido a mí?
Por el momento me queda solo despedir a esta vida, que también fue bella pero quizás atravesé demasiado sola, demasiado encerrada, demasiado apurada. La vida no está en otra parte. La vida está acá, en este bar de Belgrano mientras tomo un café con leche, leo un libro aburrido sobre un japonés con un gato y escribo sobre mi embarazo. Esta es mi vida y no quiero tener otra, pero ya se acaba. Esta vida, como la conozco, sé que no va a existir más.
*
Estar embarazada es más raro de lo que pensaba.
Por momentos me siento indefensa. Por momentos me siento superpoderosa. Por momentos no sé qué pensar. Hasta que una patadita vuelve real lo que me está pasando. Hay algo nuevo que ya existe y me recuerda que no se va. Acá está. Ya llegó a ocupar un espacio entre nosotros. Y lloro. No sé por qué pero ahora mismo lloro. Es que es aterrador y fascinante a la vez. Ya no estoy sola. Hay alguien más acá, mientras escribo esto. Soy su primera casa, y quiero serlo para siempre. Quisiera ser el lugar al que vuelve cuando se sienta triste o desolada o simplemente feliz. Quiero que sepa que acá estoy, así como ella me dice ahora que está, que existe, que la realidad se movió, se corrió de su eje pero hacia un lugar mejor. Distinto pero maravilloso. Y ningún cambio tan radical viene sin algunos terremotos. Surge de mí la lava, se mueven mis placas tectónicas, retumba el piso a mis pies. Ya soy otra. Estoy cambiando para bien.
*
Quedan dos meses y monedas para verla.
Ella se sigue moviendo, casi no le conozco ninguna parte porque en la ecografía no se deja ver pero la siento todo el tiempo adentro. Me la imagino pero no puedo verla, me cuesta hacerme a la idea, pensarla como un ser que existirá fuera de mí. Estoy contenta aunque agotada porque no sé si todo va a salir bien. Ya pesa un kilo y medio, en cualquier momento va a poder vivir afuera, es un pancito casi terminado de cocer. Es ella, ya es ella y la puedo sentir crecer.
*
Estoy en una etapa de expansión.
Me encanta, pero a veces duele. Expandirse lleva mucha energía. Estrellas que se extinguen para brillar más. Y en ese proceso, el estiramiento. Correr los límites, probar hasta dónde llegar. Estoy metafórica pero es que no me sale otra cosa. La literalidad la dejo para todos los días. La literalidad no tiene tanta posibilidad.
*
Faltan solamente días para que la chiquita vea la luz. Para que salga de mí. Para que se separe. Creo que estoy haciendo ese duelo. No la quiero soltar. Acá está cuidada por mí, yo la puedo proteger, la puedo contener, la puedo alimentar, le puedo cantar, la puedo pasear; después no sé. Es tan poderoso que me hace temblar. Es un amor nuevo. Desconocido, intenso, descontrolado, incierto.
*
Estoy preparada para conocerla.
Quiero tocarla y acariciarla y amamantarla y cuidarla. Quiero nombrarla. Quiero subirme a esta montaña rusa que no va a parar. Ya tengo el ticket, las antiparras, el casco, el traje de buzo, las mandíbulas afiladas. Tengo navajas y katanas. Tengo flores y colores. Tengo un montón de amor. Tengo libros y palabras y canciones. Tengo manos y uñas y pies y olores. Tengo una cuna con mis brazos. Tengo labios carnosos y pestañas largas. Tengo algunas ideas. Tengo algunas batallas. Tengo algunos enemigos. Tengo muchos aliados. Tengo un ejército de mujeres que van a ayudarme. Tengo cachorros que saben cómo cuidarme. Tengo felicidad para derrocharle. Y tengo finitud. Una finitud que me hace valorar todo mucho más. Por eso quiero que estemos juntas desde ahora, para compartirlo todo, para saborearlo juntas, para responder más preguntas, para no dudar más.
*
Soy una notoria bomba de tiempo a punto de explotar.
*
Hace 40 semanas y tres días que estoy embarazada. A la mañana voy al sanatorio a que me digan cuándo va a terminar todo esto. Me meten una mano en la vagina y me duele. Salgo sangrando con unos apósitos que parecen pañales. En el Farmacity me compro unas toallitas. No las uso hace meses. Comemos ravioles a la vuelta del hospital y caminamos muchas cuadras. Me compro dos libros. Uno es el que María Vázquez le escribió a su hijo antes de morirse de cáncer. Lo leo entero mientras miro por la ventana de un café y lloro.
*
En el viaje en auto al hospital soy una fiera enjaulada. Necesito moverme y no puedo. Me agarro a todo lo que encuentro y hago fuerza. Cierro los ojos y me siento subida a la proa de un barco. El viento me pega en la cara. Las olas de dolor me sacuden.
La partera me mete la mano entre las piernas y por su cara intuyo que algo está mal. Me mira directo a los ojos y me dice que esto ya está. ¿Qué es lo que ya está, pienso, si yo sigo subida a este mástil? Me quedo tirada en una camilla. Sola. Hay demasiada luz.
*
Algo se destraba. Mis remos se rompen y siento que es el momento de tirarme al agua y nadar contra la corriente. Mi obstetra sigue mi coreografía aunque yo no sepa cuál es mi próximo movimiento. Me corrige la postura como si fuera mi profesora de nado y creo que estoy lista para tirarme de cabeza. En el siguiente dolor cegador hundo la cabeza en el agua y hago un montón de fuerza, como si tuviera branquias y pudiera respirar sumergida. Emerjo a la superficie, tomo envión, respiro fuerte y vuelvo a hundirme. Veo profundidades de oscuridad pero me obligo a buscar la luz de algún pez que me guíe. El mundo sobre el agua me enceguece. El fondo del mar ahora parece más luminoso.
Escucho un sonido de huesitos que se acomodan, como si se estuvieran haciendo sonar caracoles, y de repente el mar se convierte en arena y mis dos mundos se separan. Toco tierra firme de mí misma y desde el mar veo un molusco violeta que se acerca despacio a mi pecho. Desde mis ojos veo el mundo partido. Está este mundo, el de mis cosas reales, y está este otro, que hasta recién también era mío y ahora ya no sé. Es un mundo que me mira y salió de mí, pero que ya no me pertenece.
*
Nació mi hija.
Soy muy feliz. Solo quiero pedir que todo siga así, incluso cuando las hormonas bajen.
*
Sus sonrisas, su respiración, su aliento a leche y a bebé, su piel suave sobre la mía, sus piecitos, hasta su caca me da un poco de felicidad. Resulta increíble que haya armado algo tan perfecto.
*
Los días se suceden de una manera tan vertiginosa como nebulosa. Miro hacia atrás en mi mente y lo primero que encuentro es el parto. El resto es de un material parecido a los sueños. No hay cortes porque no hay sueños largos, no hay días ni noches sino una sucesión de horas, de tetas, de llantos, de cólicos, de baños, de demandas. Anoche dije pido y me encerré en el cuarto. Necesitaba un tiempo para mí. Hace casi cuatro meses que no duermo de corrido, que no hago nada en serio o seriamente para mí.
Necesito tiempo sola, necesito que los días se vuelvan días y las noches noches, necesito no sentir esta demanda tan clavada en el cuerpo, necesito comprender que esto que hago es trabajo, que esto que hago es hacer algo, que esto que pienso y creo y recuerdo todos los días no es un invento de mi mente sino mi cuerpo actuando. Necesito volver a sentirme humana sin perder este cuerpo activo y tan animal.
*
“Ser consciente de una misma, tratarse a una misma como otra. Supervisarse a una misma (…) Es importante ser menos interesante. Hablar menos, repetir más, guardar el pensamiento para la escritura”.
Susan Sontag
Hoy no soy la mejor versión de mí misma.
*
Es increíble cómo me termino adaptando a todo. Más tarde o más temprano se vuelve normal lo que antes era una locura. Soy madre. Me siento madre. Me llamo madre. Me llaman madre. Tengo una hija. Es muy preciosa. Se ríe mucho. Tiene un mini diente. Se arrastra por el piso. Le gusta que le haga caricias en las palmas de las manos. Le divierte la intro de Gilmore Girls. Prefiere las bolsas que los juguetes. Le encanta la banana. Odia usar medias. Tiene cosquillas en las axilas y justo abajo del cuello. Me sonríe cuando me ve después de muchas horas. Toma su mamadera con las dos manos si se la dejo para ella sola. Le gusta la tele pero prefiere mirar todo lo que pasa. Se ríe con su abuela y con su bisabuela. Le molesta estar mucho tiempo en la misma posición. Hace siestas eternas con su padre. Juega con su hermano. Le intrigan mucho los gatos. Se deja chupetear por los perros. Es mi hija y todavía no lo puedo creer. Tiene vida propia.
Fragmentos de Vida Propia, un diario en edición sobre la experiencia de convertirme en madre
Bárbara Duhau (Buenos Aires, 1989). Licenciada en Comunicación (UBA), Diplomada en Comunicación, Género y Derechos Humanos (CPI-OEA), especialista en innovación creativa y escritora. Tiene más de diez años de experiencia en creación y producción de contenidos para medios tradicionales y digitales. De 2014 a 2017 co-dirigió la organización Un Pastiche – Género y Comunicación, cuya misión fue ampliar y mejorar las imágenes y la participación de las mujeres en los medios de comunicación y la industria cultural. Publicó los libros Criaturas insensibles (Galmort, 2009) y Forasteras (La Parte Maldita, 2013). Actualmente dirige el estudio de estrategia y creatividad Supernova y la comunidad digital de escritura, feminismo y maternidad Vida Propia.