El cuarto propio de Paula Bonet

 
 
 
 
 
 
Mi habitación propia es la antigua portería del edificio en el que vivo. Abandoné hace tiempo la idea de separar la casa del lugar de trabajo porque pintura, escritura y vida se me confunden desde hace años, pero me rondaba por la cabeza la idea de ser madre y como en mi casa todas las habitaciones se comunican entre ellas y mi pareja y yo habíamos decidido vivir juntos vi necesario aislar los productos tóxicos que utilizo (petróleo, aguarrás, tintas) del lugar en el que pensábamos que pronto habría un bebé. 
 
Desde que vivo en este edificio me emboba la pequeña puertecilla que hay al lado del ascensor. Un balcón siempre cerrado que da a la entrada acababa de despertar mi curiosidad por una portería en la que más tarde supe que había vivido una familia entera. A veces la puertecilla estaba medio abierta y veía una habitación destartalada que en aquel momento se utilizaba para guardar los productos de limpieza de la comunidad. 
 
Una mañana llamó al timbre una vecina con un mocho en la mano y me preguntó si desde mi balcón podría limpiar una caca de paloma que había en su toldo. Cuando llevaba un rato intentando fregar la loneta le pregunté por la portería. Al cabo de unos meses firmé el contrato de alquiler y un espacio que pensaba habilitar con un par de luces y dos mesas acabó convirtiéndose (gracias a la ayuda de un amigo interiorista que me dijo que aquello era tan pequeño y tan oscuro que teníamos que utilizar muy bien el espacio si no quería acabar de los nervios) en un taller de grabado en el que además pinto y escribo. 
 
Las temporadas en que no he vivido sola he necesitado tener un espacio aislado, un lugar en el que no exista nada más que los proyectos que llevo entre manos, mis libros y mi mirada. Es un espacio que he tenido desde niña,  muchas veces siento que si no tengo ese espacio físico no tengo el control sobre mi tiempo, y mi obra se dispersa. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Objetivamente mi pequeña portería no es el lugar más silencioso, espacioso y luminoso del mundo, pero mientras estoy aquí trabajando el espacio físico se dilata y consigo, más o menos, manejar el tiempo.
 
En ella me rodeo de los libros que hace años que me acompañan (un pequeño catálogo de una exposición de Gerard Richter que vi en Nueva York por el 2005 y que está lleno de manchas de óleo, un viejo manual de grabado calcográfico), de catálogos nuevos (Louise Bourgeois, Vanessa Bell, Goya, Hockney), de las novelas o ensayos de los que últimamente no me despego («El año del pensamiento mágico» -del que preparo con Literatura Random House la versión ilustrada-, «El cuento de la criada», «Mujeres y poder», «Teoria King Kong», «Todos llevan máscara»). También de obras de autores que adoro (Aitor Saraiba, con quien acabo de publicar «Por el olvido» o Rafael Munita, el gran grabador chileno). 
 
 
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Paula Bonet (Vila-real, 1980). Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia, completa su formación en Santiago de Chile, Nueva York y Urbino.

 Su trabajo se centra en la pintura al óleo, el grabado y en la ilustración. Ha realizado exposiciones en Barcelona, Madrid, Oporto, París, Londres, Bélgica, Urbino, Berlín, Santiago de Chile, Valencia, Miami y México.

Su obra, cargada de poesía y volcada en las artes escénicas, la música y la literatura, culmina en la publicación de varios libros de los que es autora tanto del texto como de la imagen. Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End (Lunwerg, 2014) , 813 (La Galera, 2015) —un homenaje a la obra y a la figura del director francés François Truffaut— y La Sed (Lunwerg, 2017) —un largo poema en clave feminista— son su trabajos más conocidos.

En abril de 2017 publica Quema la memoria (Lunwerg), un cancionero ilustrado donde su universo se funde con el del cantautor The New Raemon. En junio del mismo año aparece Escribe con Rosa Montero, un cuaderno publicado por Alfaguara donde la escritora da las claves para aprender a escribir ficción.

En marzo de 2018 publica Por el olvido (Lunwerg), un canto de amor a la literatura y a la amistad, a Roberto Bolaño y su novela Los detectives salvajes, un trabajo a cuatro manos con el artista Aitor Saraiba que no debe entenderse como un texto de Bolaño ilustrado: es la búsqueda del autor de 2666 y Putas asesinas, pero también la caza de su sombra errante.

Actualmente se encuentra trabajando en Roedores, un proyecto que aborda el tabú de las pérdidas gestacionales y que publicará Literatura Random House el próximo mes de septiembre. También en las pinturas de El año del pensamiento mágico de Joan Didion, edición ilustrada que publicará Literatura Random House próximamente.

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