El cuarto propio de Laura Casielles

 

 

 

 

 

sola

 

 

Hace poco, dos amigas descubrieron que eran vecinas. Era una de esas mañanas en las que un sol raro empieza a despuntar como promesa de algo, y cada una de ellas había salido a su balcón, taza de café en mano, a aprovechar esos primeros rayos. Entonces, se vieron, separadas por una calle, como vidas en reflejo. Se rieron, y nos mandaron las fotos gemelas de la otra por un grupo común. Sonrientes, despeinadas, en pijama, recuerdo que pensé que me parecieron un retrato generacional.

Mi cuarto propio es una casa entera. Pequeña, eso sí, con la cama sobrevolando el escritorio y un saloncillo que se impregna de olor a fritanga cada vez que me da por cocinar. Pero desde que me independicé y pude permitírmelo, vivir sola siempre ha sido una prioridad. Sabiéndome privilegiada de poder hacerlo, elijo desde hace años gastarme una parte desmesurada de mi salario en tener un lugar en el que poder vivir conmigo.

La conclusión no es evidente. A veces, las inercias. A veces, el mandato. A veces, el miedo. A veces, perder el hilo de lo que se desea realmente.

A veces, algunas raras veces, encontrar personas con las que sí se querría compartir la intimidad de los días. En lo que va de vida, tres o cuatro veces. Solo una fue un amor: el resto, amistades. Ninguna se concretó. Mi casa ha sido siempre, desde que salí de la familiar, una casa de tortuga.

Pero en mi cuarto propio que es una casa entera, un sofá cama amplio recibe visitantes tan a menudo como quieren los viajes y las noches. En mi cuarto propio que es una casa entera, tan pequeña, cabe mucha gente por arte de magia. Recuerdo que cuando era niña pensaba que deseaba ser mayor para poder invitar a quien quisiera a casa. Lo conseguí.

Y ahora que soy mayor sueño otra cosa, y es que si deseo tener una casa que se parezca a algo permanente, y no este alquiler indiscutible, es solo para poder tener todos mis libros en un solo lugar. Un cuartel general para atesorar con orden la historia de las ideas que nos trajeron hasta aquí. Mientras, en este cuarto propio que es una casa entera, los libros se acumulan por todas partes. En el suelo, sobre las mesas, en la cabecera de la cama. Como me siento de paso, nunca recuerdo comprar estantes nuevos. Ya llevo, sin embargo, más de seis años aquí. Cada primavera renuevo las flores de los balcones, pero este año lo he hecho en invierno por primera vez. El brezo resiste lo que le echen, y a mí me gusta mirarlo, contento contra el granizo.

En este cuarto propio que es una casa entera, una habitante acompaña. La gata Misha, tan esquiva como dulce, que se sienta sobre el teclado y escribe cifras sin sentido en mis grupos de trabajo, que maúlla antes de que amanezca, que pelea contra enemigos imaginarios, que se come el papel. Me río pensando en el cliché. Soltera y con libros y con gatos. Como en las imágenes de las brujas, también en esto, nos disfrazaron de prejuicios la libertad.

 

 

En mi cuarto propio, casa entera, las paredes son mi recordatorio de certezas. Ahí está la Rosa Parks que me regaló Clara, el lienzo que me trajeron de Senegal Azahara y Marta, tres láminas que dibujó Geno, la felicitación de año nuevo que envió Abdellatif, los poemas visuales de Martha Asunción. “Guardo todo porque todo me señala”, dice un verso de Alba González Sanz. Esta casa mía parece un bazar.  

En esta casa que es mi cuarto propio cohabitan todas las casas que fui. Aquella de Rabat con un hall tan grande que jugábamos al balón en él un verano lleno de amor; aquella de París tan pequeña que si desplegaba la cama no podía cerrar la puerta. Aquella tan fea, la primera en Madrid, con una pared de tela en la que colgaba fotos con imperdibles.

Mi cuarto propio, casa entera, es mi lugar a salvo. Me siento tan sola como cualquiera, a veces. Me despisto a veces y, llorosa, me pregunto si es bonito vivir así. Pero son las menos. Casi todos los días, cuando llego, me pongo un vino, enciendo el radiador con ruedas, pongo la radio, me siento en paz. Mi casa me ayuda a saber que me gusta la vida que elijo.

Salgo al balcón y brindo, mientras el sol se pone, con todas las vecinas desconocidas que también.

 

 

 

***

 

 

Laura Casielles nació en Asturias en 1986. Vive en Madrid. Estudió periodismo y filosofía, se especializó en el mundo árabe e islámico contemporáneo. Ha publicado tres libros de poemas. A veces investiga, comenta o traduce lo que escriben otras personas. Entre todas esas ocupaciones se va tejiendo cada uno de sus presentes. En la actualidad trabaja como responsable de contenidos del Instituto 25M. 

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