Aida González Rossi te pasa el relevo porque me dijo que tenía muchas ganas de leer tu entrevista (y que estaba enganchada a tu Instagram tanto como yo). ¿Tienes relación con tus contemporáneas? ¿Lees poesía joven?
Me hizo muchísima ilusión que Aida pensara en mí para cederme el sillón (y también me hace mucha ilusión saber que estáis enganchadas a mi Instagram). Casi todo lo que leo, aparte de libros y artículos para la tesis, es poesía joven escrita por mujeres. Una de las cosas más bellas de escribir es el intercambio y la red que las escritoras jóvenes hemos creado entre nosotras, tanto en el ámbito de la poesía española como en el de la literatura en euskera. Conozco a muchas de mis contemporáneas en persona, y mantengo relaciones virtuales con muchas otras. Hablamos de literatura, nos escribimos cartas o poemas, compartimos algunos proyectos… pero también hablamos de lo que significa ser mujer en un sistema patriarcal, de nuestras dudas y nuestros miedos, de la menstruación, de la enfermedad, de si nos gusta más el vino o la cerveza… Muchas veces pienso que estaría perdida sin ellas, y que escribir no tendría sentido.
Como le preguntaba a las invitadas anteriores y preguntaremos a todas las que pasen por nuestra habitación, en el club de lectura de La Tribu leímos el curso pasado Solterona de Kate Bolick. En él, Bolick utiliza “despertadoras”, un término muy interesante con el que se refiere a las mujeres que la han inspirado con su vida y su obra a la manera de una genealogía. ¿Quiénes dirías que son las tuyas?
Me encanta el término «despertadoras». Las mías fueron Anaïs Nin, Sylvia Plath y Alejandra Pizarnik. Ellas me enseñaron a leer de otra forma, me enseñaron que las mujeres también habían contado su historia y que esa historia partía de lo más profundo del cuerpo: de la herida y del deseo. Después vinieron otras autoras que, a su manera, también me despertaron: H.D. y Bryher, Chantal Maillard, Renée Vivien, Unica Zürn, Clarice Lispector, Bejan Matur, Birgitta Trotzig, María Negroni, Gloria Anzaldúa, Safo y las poetas clásicas griegas… Y, cómo no, las mujeres de mi tierra: Leire Bilbao, Ixiar Rozas, Alaine Agirre… La lista es cada vez más larga y no puedo nombrarlas a todas, pero sigo despertando. Entiendo el despertar como un proceso, no como un suceso puntual.
Las que te seguimos desde hace tiempo conocemos que navegas entre dos mares, la poesía y la fotografía. Me resulta muy interesante porque el hecho de plantarse delante de la hoja en blanco requiere constancia y valentía, quiero decir, que ya resulta bastante trabajo, ¿cómo te enfrentas a dos procesos creativos diferentes?
Este es un tema muy complicado. Escribir para mí es algo doloroso, y me cuesta muchísimo hacerlo. Al principio la fotografía era un antídoto: me ayudaba a descansar de la escritura, me acercaba a un estado de calma y de unión con las cosas que no podía alcanzar a través de la palabra. La imagen iba más allá y me liberaba del vacío de la hoja en blanco. Pero con el tiempo se convirtió en algo más serio y dejó de ser un lugar donde buscar refugio.
Mi relación con la escritura también ha cambiado. Creo que ahora tengo menos miedo de escribir, aunque siga siendo doloroso, y los dos procesos son cada vez más parecidos. Se están acercando tanto que estoy empezando a mezclarlos, escribiendo sobre imágenes y fotografiando palabras. Es cierto que tanto la escritura como la fotografía (especialmente la fotografía analógica, que es con la que trabajo) son formas de creación que requieren muchísimo tiempo y una entrega casi absoluta, pero los dos lenguajes son complementarios y, cuando uno no es capaz de mostrar aquello a lo que queremos dar cuerpo, el otro habla, como si fuera una segunda voz.
Es posible que esto parezca una pregunta cliché, pero no quiero dejármela en el tintero. Te hemos podido ver autorretratada en tu fotografía en más de una ocasión. ¿Dónde te sientes más desnuda, más expuesta, en la fotografía o en la poesía?
Diría que en la escritura, pero últimamente estoy trabajando en una serie de autorretratos sobre la menstruación en los que aparezco desnuda, así que no sé qué contestar. Desnudarse públicamente es algo que da mucho vértigo, aunque también lo es escribir sobre el dolor y la enfermedad, y esto lo hago constantemente. Creo que cada vez me voy acercando más a mí misma y que cada vez me expongo más, tanto en la fotografía como en la poesía.
Tengo curiosidad con la relación entre el imaginario en la escritura y en la imagen. ¿Has leído alguna vez algún libro que te haya hecho pensar “esto se corresponde completamente con mi fotografía, con mi forma de ver”?
Tengo esa sensación muchas veces, pero no con libros completos, sino con fragmentos. Es como un parpadeo: de repente las palabras se separan del texto y abren un portal a otro lugar, un lugar que es como un sueño, un espacio entre la imagen y la palabra. Por ejemplo, hace poco leí Nights de H.D. y allí encontré esto: «There was no break in continuity, there was a matted hut and dark wooden figures and she and the figures and the shells and the leaves of the fern-like trees were one; they made a unit, there was no break. (…) I understand now what it’s like to be a cobra». Mientras lo leía pensaba en Urbasa y en los helechos de mis imágenes. Yo misma era una planta y podía transformarme en una concha marina, y en una cabaña, y en una cobra. Pensé: «esto se corresponde completamente con mi fotografía, con mi forma de ver». No lo pensé, creo que más bien lo sentí.
Es curioso cómo los dos lenguajes se contaminan. Mi escritura es cada vez más visual, cada vez está más dominada por la imagen. Y al revés: muchas de mis fotografías parten de un texto, de un poema o de una palabra.
// no hay suficientes palabras para decir la asfixia el pulso violento miedo temblor y el silencio es la voz de una aparición nocturna aullido de los sepultados bajo la tierra // He cogido un trozo de F40.0 Agorafobia, un poema tuyo que me encanta porque quiero que rescatemos la idea. Hablas de un término muy ambivalente y abres el poema con una historia clínica donde indicas “Mujer de 22 años. / Presenta dificultades / para permanecer en espacios cerrados / o rodeada de gente”. Tu poesía también oscila mucho entre los exteriores y los mundos interiores. ¿Podemos decir que tu literatura también tiene algo de agorafobia, o todo lo contrario?
Escribí ese poema a finales de 2015, unos meses después de que me diagnosticaran ansiedad y agorafobia. Durante mucho tiempo tuve miedo de enfrentarme al mundo: salir de casa significaba tener un ataque de pánico. Subir a un autobús, entrar en un supermercado, ir a clase… cualquier situación de la vida cotidiana era un infierno. Estaba enfadada con los médicos porque no supieron ayudarme, porque hablaban conmigo como si fuera un número seguido de una serie de síntomas, pero no me escuchaban. Era como si todo el mundo se hubiera quedado en la tierra, y yo gritaba desde lejos, desde la otra orilla, pero no podía volver.
Mi escritura también es así: escribo desde la otra orilla, desde el agua, nunca desde la tierra. Hablo mucho del cuerpo, de sus heridas, del dolor, y mientras escribo siento todo ese dolor. Siento el agua en los pulmones. Cuando escribo estoy encerrada, y puedo utilizar las palabras para liberarme o para hundirme del todo. Esto no siempre es algo que yo elija, pero creo que se refleja totalmente en mis textos. También hablo mucho de la otra, del desdoblamiento, no como recurso poético, sino como realidad agorafóbica. Ese «escúchame / no puedo escucharte» es real, yo escucho esas voces en mi mente cuando tengo un ataque de pánico. La primera es la voz de la hermana mayor, una voz racional que intenta cuidar a la otra, la niña asustada o la sombra. Ambas son dos partes de mí que están mezcladas pero que mi mente divide como mecanismo de defensa y de autocomprensión. Cuando escribo también están allí, gritándose o dándose la mano, según el momento.
Me voy un poco por las ramas, pero tenía muchas ganas de comentar esto contigo. Hace poco vi Handia en el cine, la película sobre el gigante de Altzo. Me quedé impresionada porque nunca había oído hablar en euskera durante tanto tiempo. Sonaba muy bello e indescifrable. Intenté evitar los subtítulos en algunas escenas por si conseguía intuir algo del diálogo, pero ya sabemos que la diferencia es tan radical que eso es casi imposible. Tú que eres Navarra y que muchas veces escribes poesía en euskera, ¿sientes tu voz poética distinta en dos lenguas tan diferentes, o hallas algún punto de encuentro?
El euskera es una lengua muy distinta del castellano y es difícil trazar puentes entre ambas. Muchas veces me piden que traduzca al castellano los poemas que escribo en euskera (al revés no me suele pasar) y me cuesta muchísimo hacerlo. Al traducir el euskera las frases se desordenan, los sonidos se pierden, y siempre faltan palabras y sobran preposiciones.
Antes de escribir decido siempre en qué lengua voy a hacerlo, y esto condiciona completamente la escritura. Si pudiera volver atrás en el tiempo después de escribir un poema, olvidando el texto para reescribirlo en la otra lengua, estoy segura de que escribiría algo muy diferente. Y, sin embargo, las imágenes y los temas que utilizo son los mismos. Mis poemas se parecen mucho, estén escritos en un idioma o en otro, pero la forma de decir es distinta. Ojalá no tuviera que escoger una lengua. Algún día escribiré en euskera y en castellano, pero de momento prefiero mantener los ritmos separados.
Estoy deseando saber la respuesta a esta pregunta porque creo que puede ser muy mágica. Al leerte, al observar tu fotografía, nos damos cuenta de que el bosque es inherente a Iosune, se detecta una conexión muy profunda. ¿Qué hay de ti en el bosque? O mejor, ¿qué hay del bosque en ti?
El bosque es la casa y el refugio. Cuando estoy allí (no importa en qué bosque, mientras esté rodeada de árboles) el dolor desaparece. Cierro los ojos y escucho el canto de los pájaros, acaricio la corteza de las hayas y me siento en casa. Me pasa igual con el agua: cuando nado desaparezco, es como si me fusionara con el agua, como si mi cuerpo y el agua fueran lo mismo.
El bosque es la unión de las voces, sin escisión, sin fronteras. Puedo tener esa sensación en la ciudad, lejos de la naturaleza, y entonces el bosque es parte de mí, como si lo llevara conmigo. Lo que hay del bosque en mí es ese estado de plenitud.
Tu universo femenino y natural me inspira mucho, y creo que no soy la única a la que le pasa. ¿Qué piensas que le falta al feminismo que aprender de la naturaleza?
La naturaleza no está contaminada por los límites del lenguaje. Es decir, no erige barreras o divisiones entre los cuerpos. Se trata de una especie de unidad de lo diverso, de aceptación de la pluralidad y de las diferencias. Todo es distinto y todo es igual al mismo tiempo. Esto es lo que el feminismo tiene que aprender de la naturaleza: a aceptar la diversidad de las mujeres y de los cuerpos no-hegemónicos, ya sean cuerpos blancos o racializados, de clase alta o baja, con o sin discapacidades, enfermos o sanos, trans, cis, intersex, gender fluid, no binarios, heterosexuales, homosexuales, bisexuales, pansexuales, asexuales… El feminismo tiene que ser interseccional y tiene que destruir las fronteras, no crear nuevas.
Y cerrando con la misma naturaleza, casualmente y felizmente eres la invitada que abre la primavera en esta sección de La Tribu, así que ahora te toca a ti recomendarnos a alguien para el mes de abril: ¿a quién te gustaría ceder el sillón de esta habitación?
Qué bonito. Este año tengo muchas ganas de que sea primavera, así que me hace especial ilusión. Me gustaría cederle el sillón a Inés Martínez, porque su escritura es como un aullido en la noche, un canto que debemos escuchar. Estamos trabajando juntas en un fanzine a dos voces y cada vez que leo uno de los textos que me envía siento que podría haberlo escrito yo. Ella es una de esas personas sin las que escribir no tendría sentido.
***
Antología poética
F40.0 AGORAFOBIA
Nº Historia Clínica: 28**76.
Mujer de 22 años.
Presenta dificultades
para permanecer en espacios cerrados
o rodeada de gente.
Multitudes, lugares públicos, viajes.
Psicoterapia.
2 mg de benzodiazepinas.
Siguiente.
no puedo pensar no puedo dormir qué sucede con los vivos dónde están los que aúllan bajo la tierra los que sangran y tienen sed pero no respiran los olvidados // me buscan a mí buscan el cuerpo la carne preguntan y no sé decirles que no hay yo que no hay a mí del que decir me buscan porque hace siglos guerras y tempestades que perdí mi nombre // los ojos vacíos el agua en los pulmones no estoy muerta pero no respiro no puedo respirar no puedo // no hay suficientes palabras para decir la asfixia el pulso violento miedo temblor y el silencio es la voz de una aparición nocturna aullido de los sepultados bajo la tierra // los que me buscan // a mí que no tengo nombre que no sé de la vida más que el sabor de la sangre y los desiertos más que el dolor y el miedo a ser alguien más
a mí
que estoy al otro lado
en la otra orilla
la tierra sangra
y no sé volver
*
estar sola es evitar el pronunciamiento
y la pregunta
de qué haré con la tierra
Irati Iturritza Errea
qué haré con la tierra
con las semillas con las raíces
cómo diré que mi cuerpo
es un insecto de cristal
una larva nocturna
un fantasma
cómo diré las manos que me entierran
qué haré con la tierra
con la maleza con las venas azules
estar sola es evitar el pronunciamiento
olvidar las voces de la memoria
estar sola es enterrar el cuerpo
enterrar el nombre
y la pregunta
de qué haré con la tierra
cómo diré sin palabras
que el silencio es un insecto de cristal
una larva nocturna
un fantasma
*
ALISEDA
Nací bajo la copa de un aliso. Mi madre temblaba y las ciervas bebían del vientre de la tierra. Las ciervas bebían del vientre de mi madre. Recuerdo el olor a lavanda: mi cuerpo viajaba entre dos mundos y florecía con los campos. Mi cuerpo viajaba de la placenta a la hojarasca, del agua al pulso oscuro de las plantas.
Aprendí a cantar con la voz de los insectos, a dormir bajo el musgo y a escuchar el silencio de los tallos. Mis brazos crecieron con las ramas del aliso. Cuando empecé a sangrar, mis ojos se tiñeron de rojo. Cuando empecé a sangrar llegaron el otoño y las tormentas.
Una noche encontré a una loba herida junto al río. Me acerqué a besar sus fauces y le di de beber mi savia, la alimenté con mi corteza. Recuerdo el olor a madreselva: su cuerpo viajaba entre dos mundos y se derramaba con la lluvia. Su cuerpo viajaba de la hojarasca a las estrellas, de la tierra al silencio de la noche.
Al día siguiente desperté en la aliseda. Los troncos de los árboles eran rojos como la sangre de la loba, rojos como mi sangre y como el otoño. Escuché el silencio de los tallos: las ciervas bebían del vientre de la tierra. Las ciervas bebían del vientre de la loba. Su corazón era una llama en las entrañas del bosque.
*
temblor de las adormecidas
una mano se acerca a su vientre
y separa la carne
sin palabras
sin sangre
una mano separa los bosques
y enciende una hoguera
los párpados cerrados
alguien canta el vuelo de los pájaros
su augurio de lágrima negra
alguien canta
pero el vientre no existe
los pájaros no existen
una mano separa la carne
y los cuerpos
los cuerpos son un augurio
son una lágrima
los cuerpos no existen
temblor de las adormecidas
quién duerme bajo los párpados
quién esconde un bosque un augurio
la niebla es un corazón sangrante
alguien canta el vuelo de los pájaros
su cuerpo de mujer dormida
*
escúchame
mi sangre alimenta tu cuerpo
decir la vida es pronunciar un nombre
alimentar
un
cuerpo
decir la vida es olvidar los nombres
renunciar a la sangre
compartir la sangre
escúchame
no puedo escucharte
más allá de la piel hay un arrecife
un acantilado sobre el mar rojo
sobre el desierto
no puedo escucharte
mi sangre alimenta tu cuerpo
decir la vida es un acantilado
escúchame
no puedo escucharte no puedo
no puedo decir no puedo renunciar a la sangre
al mar
no puedo olvidar el arrecife
y los nombres olvidados qué hacer con los nombres
y la piel dónde más allá de la piel
cómo diré la vida si no puedo escucharte
la piel qué el mar dónde
escúchame
mi
sangre
alimenta
tu
cuerpo