Diario de una madre infectada por mosca tse-tse VII

Yo, iluminada.

Día 7. Un final digno de ser recordado

 

Yo, iluminada.

Yo, iluminada.

 

Hoy tengo mucho sueño, pero estoy ansiosa porque quiero que me pase algo emocionante para poder cerrar este capítulo de diarios con una anécdota divertida a la par que novedosa, algo que me otorgue la capacidad de dejar una pequeña huella, una marca diminuta, en el ánimo de aquellos que hayan seguido mis peripecias vitales de madre agotada e infectada por la mosca tse-tse durante una semana completa. Por eso me imagino que mi trabajo no es de oficina, sino el de una periodista de investigación de verdad intrépida, de esas sesudas, comprometidas, aquellas que no tienen miedo de publicar un libro en el que se desgranen complejas teorías que estén de rabiosa actualidad y que sean absolutamente ciertas a la vez que increíbles.

—¿Cuánto dice que me pagaría si no saco esto a la luz?

Pues eso. Pero la verdad, dudo mucho que se produzca alguna novedad, porque el día tiene pinta de que va a ir transcurriendo en la más absoluta de las normalidades anormales que rodean mi existencia, eso en todos los aspectos salvo porque tengo en la mano una prueba de embarazo sobre la que tengo que lanzar durante al menos diez segundos mi orina matutina.

No sé si los periodistas de guerra sudan tanto haciendo su trabajo como yo voy a sudar en esta fría mañana mientras tenga que apuntar, lanzar sin manchar, contar hasta 10 despacito, buscar una superficie plana y esperar 5 minutos. Creo que la maternidad ha embotado mi raciocinio, puesto que no le discutí a la ginecóloga cuando la llamé para decirle que llevo desde enero sin la regla. Hazte una prueba de embarazo y vienes mañana, me dijo por teléfono. No me dio tiempo a explicarle que la prueba era para nada, que he usado con celo todos los métodos anticonceptivos disponibles, pero bueno, si lo dice el médico… si lo dice el médico genera fobia, que unida a mi extrema irregularidad, provocan el enriquecimiento de la farmacia de la esquina a costa de mi pánico inmediato.

Es curioso cómo siendo de natural imaginativo no había pensado en esa posibilidad, fe ciega en las barreras humanas. Me pongo a pensar en qué haría si algo ha fallado y fuera positivo. Desde luego, iba a ir un paso más allá de la infección por mosca tse-tse, iba a conocer la muerte en vida (trabajando fuera de casa, siendo escritora pero no, periodista pero no, diseñadora pero no, fotógrafa pero no, queriendo un poco de tiempo para mí, para hacer dieta, para ir al gimnasio, y pretendiendo hacer todo eso con tres hijos a cuestas, tres hijos, y dos de ellos llevarían pañales aún a la vez, de distintas tallas, y creo que empiezo a hiperventilar, superpoblación infantil para mi piso de dos habitaciones, y con 38 años y sobrepeso, qué riesgo, madre mía, un locurón). Sudo un montón y el tiempo pasa muy despacio, es curioso, con lo rápido que transcurre cuando me acuesto, pestañeo, un grito infantil me sobresalta y son las cuatro de la mañana. Estoy esperando a que transcurran los 5 minutos y a pesar de no tener que tener miedo siento pánico, pienso en todas las cosas que no soy ahora mismo, y en las que seguiré sin ser al menos hasta que las criaturas que ya tengo (y hasta la hipotética) entren en la adolescencia y ya no quieran ver a su madre ni en pintura (yo he estado ahí, lo recuerdo, y creo que no hay cosa peor y más inevitable, por muy bien que creas que estás haciéndolo con tus hijos, cuando te vayas a dar cuenta serán unos adolescentes egoístas e ingratos, justo como lo fuimos nosotros, y eso, lejos de lo que pueda llegara a parecer por mis palabras, no me da ninguna ternura). Luego pienso en mis deseos, en todo lo que querríamos darle a nuestros hijos pero sabemos que no podremos, por falta de montante económico, de tiempo, de energía, y porque somos unos padres viejos y agotados que lo hacemos lo mejor que sabemos y que gozamos del convencimiento de que a pesar de estar dando todo nuestro amor lo estamos haciendo regular nada más. Pienso en eso, en mis deseos, y en que al principio del día deseaba un final apoteósico para esta entrada y me acojono aún más, ¿Y si por una vez se me concede lo que deseo con una doble raya en el palito? Vaya broma del destino. No me imagino un final más grande y más terrible a la vez, un final lo suficientemente loco como para dejar huella en mis lectores, y entonces empiezo a pensar que hubiera sido mejor no desear nada, que los deseos traen muchos problemas y no sabemos medir su alcance, que son básicamente irreales, como ya he dicho, y angustia y a la vez no querer saber del todo por si acaso, vuelo de pestañas aún con legañas de la noche, la duda se ha instalado, la duda está y tiene bata blanca, regañina médica, algo habrás hecho y cara de incredulidad, la duda está y puedo eliminarla con un simple vistazo, pero me hago al remolona por puro pánico.

Consulto. Negativo. Pienso: justo como esperaba, y me olvido de las dudas de un segundo antes. Miro el móvil y veo un mensaje, la madre de un compañero del colegio de mi hijo el mayor tiene una urgencia, necesita dejarme a su niño. Vendrá a pasar la tarde, a cenar y a dormir. Mi hijo el mayor está entusiasmado con la idea, se ve que está falto de actos sociales, el pobre mío. Yo le digo a la madre que sí, sin problema. Y cuando he enviado el mensaje pienso en lo rápido que al final cambia la vida, por encima incluso de nuestros deseos, pienso en lo rápido que voy a tener tres hijos, en unas horas, sin pasar por el parto ni nada.

Hoy no puedo desearos las buenas noches, así que aquí me despido, a pasarlo bien vosotros que podéis.

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