Diario de una madre infectada por mosca tse-tse V

Lo que debería estar comiendo.

Día 5. Planes frustrados  

 

Lo que debería estar comiendo.

Lo que debería estar comiendo.

 

Hoy me he despertado de mala leche. Estaba teniendo un sueño azul, estaba al aire libre y el calor del sol me calentaba la cara, pero me he despertado sin motivo, media hora antes de que sonara el despertador. No es justo. Que alguien que, como yo, esté condenada al sueño de mala calidad se despierte media ahora antes de tiempo no es justo. Y como no lo es, me quejo, porque creo que puedo y porque ya no he podido volverme a dormir. Para vengarme mentalmente me he imaginado que metía un montón de mierda de perro dentro del buzón de ya sabes quién, justo, de ese que es el que más se lo merece. Y luego decir:

—¿Quién ha podido hacer una cosa así?, ¡la gente está muy zumbada!

Cuando me pasa eso, cuando me despierto antes de tiempo, mi organismo reacciona incrustándome en un estado de alerta tal que parece que he gozado de un sueño de calidad durante meses. Pero es una sensación ficticia, es un estoy despierta pero no, igual que soy periodista pero no, escritora pero no. A las once de la mañana me entra un sopor muy grande que aplasto con el desayuno. La comida es un bálsamo al que no sé renunciar, y me despierta, ya lo creo que me despierta. Luego el problema está en aguantar el ritmo de trabajo hasta la hora de salida, llegar a casa y no tener nada preparado para comer, eso me mata. Ay, lo buenos que eran los días cuando mi abuela me recibía de la escuela con la comida puesta en la mesa. Ella había elaborado el menú (siempre de temporada), comprado los ingredientes, cocinado con esmero, olor de cocina, ruido de ojo patio y broncas ajenas, ajenos sonidos televisivos, todo ajeno, y allí solo la mirada del adulto, la retahíla, una cucharada más y ya está, manteles de tela y no de hule, el cubierto infantil de plata de la comunión, no vayas a despertar al abuelo. Aunque fuera mierda de perro en un buzón me la habría comido con igual entusiasmo. Pero ahora soy yo la que tiene que trabajar fuera de casa, elaborar mentalmente el menú en el trayecto del coche, pensar en los ingredientes mientras cojo tomates, siempre cojo tomates por si acaso, y luego ya había tomates, se pudren los tomates, mi marido me dice, ¿otra vez has comprado tomates?, y es que tengo que comprar como en una contrarreloj, recoger al mayor del colegio, llegar a casa y ducharlo porque viene lleno de polvo del arenero del colegio, luchar contra sus protestas cuando le seco y le visto, luego intentar pelar alguna verdura que morder mientras el pequeño llora enroscado en mis piernas porque me ha echado mucho de menos toda la mañana y ha visto que duchaba al mayor y le ignoraba y quiere que lo coja. Al final toca pasar del menú y de buenas intenciones y cogerlo en brazos y jugar un poco en el sofá, la verdura a medio pelar se oxida a veces sobre la encimera de la cocina, a las cinco más o menos se ha calmado el pequeño, o se ha dormido, y yo me pongo en pie y asalto la nevera, olvidando mi intención de preparar algún menú de temporada con verduras, mi plan frustrado, las verduras las cuezo y puré, el mayor lo huele, ¿otra vez puré, mamá?, pregunta porque ya lo ha aborrecido, el pobre. Y mientras hierve porque es lo más rápido ya no tengo alma de esperar, yo desayuno a las nueve y son las cinco y media, así que cojo un poco de esto, un trozo de aquello, y pan, el pan está muy bueno, y llena, y devoro de pie en la cocina todo lo que pillo, como una enferma.

Mi pan.

Mi pan.

Para contar un poco más sobre mi os diré que la gente me suele preguntar: ¿no has perdido los kilos que cogiste con el segundo embarazo? Yo respondo que no, algo que es obvio, pero la verdad es que ni lo he intentado siquiera. Los kilos se sumaron a los otros y han encontrado en mí su casa. Si alguien me preparara un menú de dieta para el almuerzo y para la cena me lo comería, sin duda, no es una cuestión de que no me guste la comida sana, es una cuestión de que no tengo alma para prepararla, para estar pendiente de los ingredientes, que son muy perecederos.

Esto lo cuento para que vosotras, jóvenes lectoras, no os creáis las película cuando os digan que hay que ir donde está el trabajo. No es exactamente así. Ir donde está el trabajo significa gastar pasta. Pierdes la estructura familiar que te sustenta (seguro que mi madre, si estuviera cerca, me ahorraría mucho dinero en niñera, seguro que mi suegra, si estuviera cerca, me prepararía la comida de dieta), pierdes el apoyo, pierdes mucho más que pasta, amiga mía, salir a currar fuera, donde está el trabajo, fuera de tu círculo, significa perder muchas cosas de las que curiosamente sólo te percatas cuando tienes hijos. Cuando llevas una vida desordenada donde si no tienes nada hecho comes un bocadillo, o si no cenas da igual, o siempre puedes pedir algo, o sales a tomar copas en su lugar, la estructura familiar da lo mismo, es cierto, pero en el mundo de mis hijos tienen que tener una comida y una cena decente en la mesa, joder, cómo se echa de menos. Mierda, me he olvidado de comprar tomates.

Buenas noches, hasta mañana.

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