Un poema de Juan Bello

SYLVIA. UN RETRATO A LÁPIZ

 

            I

Durante los últimos días

Sylvia volvió a hablar de amor,

del amor como producto fabricado

por el ser humano

(como podría ser un televisor

o el verano) y dispuesto únicamente

para su consumo y disfrute

en áreas de servicio, baños de hotel,

piscinas climatizadas o zonas recreativas.

 

            II

Si Sylvia echara la vista atrás

diría que la primera vez que alguien

le habló de amor (obviando el amor

que transmiten los padres

en forma de besos en la mejilla

u ondas electromagnéticas)

fue una noche en una discoteca,

cuando un chico de ojos negros y

diminutos le dijo que la amaba

tras quince minutos gesticulando

al ritmo de una música

que amenazaba con arrancarle la piel.

 

            III

Aquel chico

se ofreció a acompañarla al baño

diciéndole que su vestido parecía

una isla desierta. Ella dudó

antes de decir que no: lo cierto es

que una isla desierta necesita

que alguien la recorra para constatar

que está desierta.

 

            IV

Sylvia entró así en un salón

de espejos en el que la afirmación

y la negación llevaban

ropas y máscaras tan parecidas

que resultaba casi imposible

distinguirlas. Como alguien que mira

un bosque y poco después es el bosque.

 

            V

En su búsqueda de la Belleza

(Sylvia era poeta, y es sabido por todos

que los poetas buscan la Belleza

sobre todas las cosas) encontró

muchas cerraduras y algunas palabras.

Con las palabras no supo qué hacer;

con las cerraduras construyó un laberinto

del que se aseguró que no hallaría nunca

la salida.

 

            VI

Empezó a ver la Belleza

en todo tipo de objetos:

alicates, coches accidentados,

sombreros que ya no daban sombra,

brazaletes de oro, teléfonos comunicando,

e incluso en los cortaúñas oxidados.

Pensó que la Belleza y el amor

no eran cosas tan distintas

y únicamente su uso permitía diferenciarlas:

 

            VII

Si bien la Belleza era inútil (como la nieve

cayendo sobre el mar o un árbol

moviendo las manos del viento en la noche),

el amor era una autopista que recorrían

cientos de hombres y mujeres cada día

tratando de dar sentido a su existencia

(algo que solo ocurre, según Sylvia,

cuando alguien se quita la vida

para dejar que otros decidan qué hechos

tuvieron mayor o menor relevancia).

 

            VIII

Así que Sylvia abandonó la idea del amor

para perseguir la Belleza, y ya se sabe

que quien persigue la Belleza

acaba separando el mundo del mundo,

debido a la imposibilidad de hallar Belleza

en él (aunque esto se descubre al final),

y escribió algunos versos

que serían recordados mucho tiempo después.

 

            IX

Por ejemplo:

El hombre corre en dirección contraria

al mundo, buscando en el pájaro

el cielo terminado.

O:

En la memoria la gente

camina más despacio

por miedo a ser vista.

O:

Quien habla palabras de agua

acaba siendo un río y nadie sabe

qué es lo que quieren decir los ríos.

 

            X

Si tuviera un diario

seguramente habría escrito en él

algo así:

Para hallar la Belleza es preciso

renunciar a uno mismo, es necesaria

la desaparición de la persona;

de lo contrario, la búsqueda resultará

infructuosa.

 

            XI

Y en los últimos días

volvió a hablar de amor, tal vez

consciente de la imposibilidad de hallar

la Belleza en el mundo, tal vez

porque cuando uno construye un abismo

trata de agarrarse a lo primero que encuentra

(y el amor, no lo olvidemos, es

una de las primeras mentiras (palabras,

puestas de sol, olas de mar) que aprende

a decir el ser humano).

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