Hablamos con Sara Torres, la joven poeta de Gijón que acaba de ganar con su primer poemario La otra genealogía el XV Premio Gloria Fuertes de Poesía Joven.
Foto de Coral G. Granda.
Sara y yo todavía no nos conocemos en persona pero una se siente parte de su Isla leyéndola y compartiendo todo el universo que describe a golpe de verso en La otra genealogía. Está siendo un año de brillantes y jóvenes poetas y Sara Torres es una de ellas. Lo primero que podría asombrarnos es su edad, apenas 23 años, pero cuando la leáis, comprobaréis que es una mujer con la ideas muy claras que posee una profunda y firme poética arraigada en la lectura y la escritura por el más puro placer. Sara nos bendice con unos poemas que son cantos y, también, hechizos que nos llevan a nuestro ser más primitivo: el que ama y busca el amor a través del cuerpo. La poesía de Sara es un bosque donde perderse y renacer convertido en mujer-árbol. Esta es la primera entrevista que concede tras la publicación de La otra genealogía y justo antes de la primera presentación de su libro, que será en la librería Mujeres & Compañía en Madrid junto a Julieta Valero el próximo miércoles 19 de noviembre a las 19.30. Para ir abriendo boca, aquí la tenéis en esencia.
¿A qué edad empezaste a escribir poesía?
Creo que el lenguaje tiene potencialmente, entre otras funciones, una función poética. Esta función para mí está relacionada directamente con la obtención de placer. El uso poético del lenguaje es placentero porque conmociona el cuerpo. Todas las personas usan en determinados momentos la función poética, a menudo para hablar del amor, en su amplio sentido. Recuerdo el primer poema que escribí porque lo escribí en mi memoria. Era muy pequeña, estaba sentada en la silla de mi habitación con las piernas apoyadas sobre la pared. Dije cada verso en voz alta, y recuerdo disfrutar enormemente. No he perdido ese poema porque era un canto y el canto se guarda en el cuerpo. Tras memorizarlo lo escribí, desde temprano te enseñan a tomar apuntes para archivar, asegurar. El papel sí se perdió.
¿Cuáles fueron esas primeras lecturas que te hicieron prestar atención sobre la literatura escrita por mujeres?
¿Teniendo claro en mi mente que era literatura escrita por mujeres? ¿Que eso era lo que buscaba, lo que quería leer? La búsqueda siempre está antes que el conocimiento de la búsqueda… Adoré leer a algunas escritoras porque me daban unas ganas tremendas de escribir. Fueron mujeres que no hablaban desde los grandes discursos normativos sino desde la grieta, la sombra, el deseo. Dos libros-tesoro, ambos editados por Lumen, me acompañaron en la adolescencia: la Poesía reunida de Cristina Peri Rossi y la Poesía completa de Alejandra Pizarnik. No dudo de que esos libros «me hicieron», fueron filtro para la experiencia.
¿Cuál es tu relación con otros poetas de tu generación?
Tengo amigas maravillosas que escriben. Además creen en la necesidad de transformar, de escribir como acción que puede modificar el espacio social. Creen, aman, se emocionan. Logran que, al leerlas, nos emocionemos, dudemos o avancemos más valientemente en nuestras intuiciones. Siento que estamos unidas por lazos finísimos que son lazos de proyectos que se cruzan. Esa es la única relación que me interesa, la de afinidad, y es la única que mantengo.
¿De dónde nace La otra genealogía?
Es uno de esos libros que buscaba desde pequeña en las librerías. Otros libros han ido apareciendo… pero este no. Escribí el libro que nunca llegué a encontrar, para rellenar ese vacío. Lo que no inventaron para mí, al final yo lo inventé. Lo inventé para mi propio refugio, pero sobre todo para poder compartir un mundo. Como decir: mira, aquí se está bien.
Ilustración de Sofía Costa Sadagorsky.
¿Qué importancia tiene en La otra genealogía la influencia y/o el diálogo con textos sagrados de otras culturas?
Mucha, desde luego, es parte de su ejercicio subversivo. La otra genealogía rescata elementos tomados de textos fundacionales de diversas culturas y los altera en una dinámica de réplica y subversión. Los altera con un fin, de manera intencionada y dirigida hacia un horizonte práctico. «Despertar de las deidades dormidas» es uno de los poemas donde se ve más claramente esto, aunque está en muchos otros. Ocurre que las diosas se ponen en contacto con las mujeres de la Isla después de haberlas dejado desatendidas una eternidad. Llegan disculpándose, pidiendo aceptación, como cualquier otra hermana, porque lo cierto es que las mujeres de la Isla no las necesitan. Las diosas dictan unos rituales, que son parte de la cultura de las habitantes de ese lugar. En la forma y el significado de sus rituales está implícita una crítica a las bases en las que se asientan las culturas dominantes. Estoy invitando a pensar: en la Isla se vive mejor.
Foto de Sofía Costa Sadagorsky.
Sabemos que le das mucho valor a la interacción del poema con la voz, a esa necesidad de entender el poema como una extensión del cuerpo, ¿qué representa la Isla en tu poemario? ¿Cómo podemos viajar hacia ella y habitarla contigo?
Creo que el proceso de lectura podría ser algo así: primero, un pacto de ficción en el que el lector olvida «sus verdades» y acepta entrar en un universo regido por leyes propias. Después, un dejar de pensar la Isla en términos de ficción y entenderla como un espacio físico. La Isla se hace. Nuestras ideas sobre el mundo no dejan de ser ficciones más o menos convencionales. La otra genealogía es entonces una verdad menos convencional.
¿Qué nos puedes contar acerca de tu propia poética?
Que la tengo, que es consciente, que está motivada por cuestiones que he considerado importantes. Que la forma es el fondo, el continente es el contenido. En este momento, quizás mucho más que cuando escribí el libro, no me siento encerrada en estructuras lingüísticas que no me permiten decir y esto ocurre porque he decidido permitirme escribir siguiendo un principio de placer. Abandonarme a eso no ha sido fácil: hay que apartar de la cabeza las voces capitales, los ecos de tradición y norma (incluso ortotipográfica) que regulan nuestra producción. Yo a esto lo llamo derrotar al narrador policía: éste va dictando las voces del canon, hace que su norma parezca la buena por naturaleza porque siempre ha estado ahí. He tenido que olvidar muchas cosas que me obligaron a aprender para poder escribir con placer.
¿Hay en tu poemario cierta reivindicación feminista?
Sí, claro que sí, y tal vez sea interesante profundizar en esta afirmación tan poco temblorosa. No entrando ahora en el debate sobre la necesidad de llevar o no etiquetas identitarias, me siento perfectamente cómoda en la palabra ‘feminista’. Creo que dice más de mí que la categoría «mujer», ya que especifica que ese ser mujer es un ser político, que interactúa en espacios regidos por unas determinas dinámicas de poder. Ser feminista hace que ese actuar en el espacio desde la categoría mujer sea un actuar consciente, tanto en el terreno material como en el simbólico. Desde el feminismo se puede subvertir la pesada herencia que se recibe al nacer cuando desde las instituciones un ser es reconocido y asimilado como hembra-mujer.
Yo soy feminista y como ser feminista es constitutivo puedo decir que lo soy las veinticuatro horas del día. Las veinticuatro horas del día también soy un ser político, y esto no implica un esfuerzo sino el entender que todos los aspectos de la vida de una son políticos en la medida en que están integrados en una red de tensiones culturales inscritas en relaciones de poder. Mi vida íntima es política, mi deseo es político, mi salud o mi carencia de salud también lo son. Lo que nos ocurre diariamente no es inocente ni está aislado de la cadena de causas. El espacio público y el privado son interdependientes: constantemente ocurre que la norma hace que los comportamientos que el sistema no celebra queden relegados a la intimidad, a lo no visible.
Como feminista mi producción es necesariamente feminista, es decir, necesariamente consciente. Además el libro tiene reivindicaciones claras y utiliza estrategias radicales: ataca a las raíces, al lenguaje, al símbolo que históricamente se solidifica en los textos fundacionales y religiosos. En un continuo de destrucción-creación busca disolver los fundamentos del gigante heteropatriarcado y propone otras maneras posibles de ser e imaginar en el mundo.
Ilustración de Sofía Costa Sadagorsky.
En los últimos tiempos se están publicando muy buenos poemarios escritos por mujeres. Nos referimos, sobre todo, a Laia López Manrique, Lola Nieto, Sara Herrera, Laura Casielles, Sofía Castañón, Carmen Juan y Elena Medel, por citar solo a unas cuantas. ¿Crees que ese boom se corresponde con una necesidad de leer a mujeres y reclamar más presencia de la mujer en el panorama español y un trato más igualitario con respecto a la poesía escrita por hombres?
Me das nombres de mujeres que, para mi gusto, escriben brutalmente bien. Creo que es inconcebible no publicar libros como esos, y que ahora no quedan en un cuarto oscuro porque hay un espacio para ellos, hay un lector preparado para valorar profundamente esas lecturas y no sólo considerarlas una amenaza. Por otra parte, no me parece que a esa poesía le importe demasiado su posición con respecto a «la escrita por hombres». Es poderosa porque tiene una autonomía brillante. Sí, tenemos una viva necesidad de leer a mujeres porque ellas están revelando voces que creíamos imposibles.
¿Qué crees que suponen documentales como “Se dice poeta”?
Un testimonio necesario del ser y el hacer en el mundo de un grupo valiosísimo de personas. Un visibilizar, invitar al debate, al pensamiento crítico. Al movimiento, al movimiento siempre.
Desde lo más íntimo supone también un orgullo de trabajo bien hecho que me apela, una alegría de reconocimiento, de hermandad. Se me viene a la cabeza el concepto de «sisterhood», tal y como lo usaba Robin Morgan: la hermandad es poderosa.
Pocas escritoras se incluyen en el canon de la literatura universal, esencialmente porque está hecho por hombres, ¿qué escritoras crees que deberíamos reivindicar y recuperar para que los jóvenes escritores conozcan?
Si por mí fuese empezaríamos antes de nada por evitar que exista algo tal y como el «canon de literatura universal». Me interesa un estudio horizontal de las producciones literarias, estudiar la obra como respuesta a estímulos concretos, estudiar temas, preguntas, intersecciones, en infinitas combinaciones posibles. Hay muchas escritoras que nos traería gran riqueza explorar y que no suelen aparecer en «las listas oficiales de conocimiento». De todas formas, el hecho de que yo conozca sus nombres ya me hace pensar que, aunque desde los márgenes, sí están activas en nuestra cultura. Voy a decir Monique Wittig, como eslabón olvidado antes de Butler, y como creadora de mundos bellísimos. Esther Tusquets novelista como la «Virginia Woolf» española que no nos hemos dado cuenta que es. Y Jill Johnston, para aprender de ella cómo se interviene creativamente en el espacio social, cómo se irrumpe y se sueña a la vez.
Para cuando regresó de la ciudad había conseguido ser respetada, pero la añoranza de su alma era grande. Había vivido primero con asombro y liviandad, luego, tras el sentido, con circunspección y retraimiento. Había tomado primero los extraños placeres que la ciudad ofrecía desordenadamente, después, cuando hubo meditado sobre ellos, sintió miedo. Tu poemario comienza con un texto en prosa sobre una mujer que, después de un largo camino, vuelve de la ciudad con los saberes y aprendizajes, ¿quién es ella? ¿Quién es la que regresa de la ciudad como si de una Penélope moderna que salió a buscarse la vida en lugar de quedarse tejiendo eternamente se tratase?
Regresa de la ciudad y llega a la tierra de las hermanas, llega a la Isla. La ciudad representa, digamos, la suma de las imágenes dadas, de la experiencia de los sistemas simbólicos dominantes. Ese primer texto es la ilusión de un poder viajar del estado de conocimiento al de desconocimiento y que este segundo sea acogedor, que nos reciba. Ella eres tú, y soy yo, y es quien se asoma al libro. Para quien lee, el texto pretende ser primer trayecto a La otra genealogía, el viaje como ritual iniciático o de inmersión.
En La otra genealogía hay bosques, hienas, lugares oscuros que parecen trasladarnos a un estado primitivo, ¿de dónde surge ese imaginario salvaje?
Dices bien, es exactamente la búsqueda de una voz gutural, que hable desde donde nace el grito o el llanto. Ahí quizás el sentido pre-lingüístico o pre–semiótico que diría Kristeva. Lo oscuro suele ser también lo que percibimos pero no identificamos, a veces porque no hay palabras para nombrarlo. La noche: densidad donde las formas se confunden y se superponen. También estado de descontrol del pensamiento, de sucesivo encadenarse imágenes y sensaciones. Ejercicio de combinación fortuita que ocurre entre la vigilia y el sueño.
El concepto de genealogía se refiere a aquellos progenitores y familiares que nos precedieron, ¿quiénes son las madres de tu poemario? ¿A qué hace referencia “la otra?
Las madres-hermanas son todas aquellas que, en distintos espacios y en distintos tiempos históricos, imaginaron una comunidad utópica valiéndose de los mitos que tenían cerca y que más las definían, el de las amazonas, por ejemplo. Hay algo que mágicamente nos une, nos hace buscarnos mutuamente y siempre terminar encontrándonos. Cuando nos encontramos es una celebración, de pronto compartir los más pequeños gestos rutinarios lleva una belleza excepcional, ya que es una belleza expresada en nuestro código. Todas hemos sentido una incomodidad, un desajuste en el mundo heredado y luego hemos llegado a la Isla. «La otra» marca precisamente el hecho de que no es la genealogía que se estudia en el colegio, ni en la iglesia, ni en la familia. Aún así, su existencia es innegable.
Cuatro poemas de La otra genealogía
ALGÚN MOMENTO AJENO
Míralo bien esta vez
hace tiempo ya que lo conoces
es espléndido
rotundo
se alza inalcanzable
sobre el suelo
aguarda
míralo bien
¿no ves el monumento absurdo?
va desenramado y sin hojas
rígido
sistemático
asustado
tardará en caer
lo que tardaremos en notar que sus raíces están muertas
era todo envergadura
LAS NANAS DE LA LOBA
Palomas rojas del orgullo
y del amor triunfante
Ha dejado la ciudad
ha llegado desde lejos
trae el lecho
las nanas de la loba
Cuchillo de hoja clara
diente al labio oscuro
va sacando las palabras
desde dentro
vergel del claustro
y lirio blanco
jardín sellado
en sus tres puertas
Nanas de la loba
una tristeza de orgullo
y de amor triunfante
caen al suelo
se abren
como las semillas
CANTO
Amo a la mujer
de los siete océanos
los dos de sus ojos
los dos de su pecho
el vientre
el sexo
y la memoria
Nuestro amor es bendecido
LA ISLA
Cae de rodillas
en la playa
porque el hambre
ha sido muy larga
larga la escasez sofocante
hunde las manos en la arena
extrae los frutos perlados
despliega las valvas
y recibe mar
carne tersa
un gusto a sal
en la cumbre de la boca
los banquetes siguieron
siempre convocan
aquel primero
reminiscencia de sabor
que se transmite
secretamente
entre generaciones