El movimiento no miente. Ni el cuerpo. No es la emoción la que guía el gesto, sino al revés en el gesto surge la emoción, se generan a un tiempo y son indisociables. O al menos así lo creía Martha Graham.
No hay ninguna razón especial por la que hablar de Graham hoy, no es aniversario de su muerte o de su nacimiento. Pero sí hay una necesidad, ¿por qué no se conoce a esta bailarina que ha sido comparada con Picasso gracias a la renovación del lenguaje que realizó en su campo? En primer lugar porque es mujer. Supongo que la mayoría de lectores habrá oído más veces el nombre de Baryshnikov, “el bailarín perfecto” y una de las figuras más mediáticas de la danza, o quizás el de Nureyev, también uno de los bailarines centrales del siglo XX. Sin embargo, cuando llegamos al momento de citar bailarinas destacadas el asunto se dificulta. Todo se diluye en terminaciones de nombres rusos, cuellos largos, colores pálidos y tutús. Nunca ha existido “la bailarina perfecta”. Y es que la danza ha sido y todavía es un arte con fuertes problemas de igualdad de género. No sólo dentro de la propia disciplina, donde aún los puestos de poder (coreógrafos, directores de Ballets Nacionales, directores artísticos…) suelen estar detentados por hombres a pesar de la abrumadora desproporción entre hombres y mujeres. Sino también fuera de ella. Para muchos, la danza todavía es El lago de los cisnes edulcorado. Niñas delicadas hablando de cursilerías. Este es el segundo problema. Se concibe el baile como un lugar banal que no profundiza, como el resto de artes, en las preguntas que realmente merecen la pena. Es un arte que se queda en contar cuentos de amor romántico mediante lánguidos cuerpos esbeltos.
Parte de esta situación se debe a que el legado de Martha Graham no ha llegado a difundirse ni comprenderse del todo. Graham (Mayo de 1894 – Abril 1991) era muchas cosas, pero desde luego no era banal y no tenía el menor interés en dedicarse a algo que no fuese a requerirle el alma entera. Toda su vida la dedicó a crear un lenguaje que permitiese transmitir historias y emociones de la manera más directa y profunda posible. Se centró en la búsqueda de aquellos movimientos que se esconden dentro de nosotros, de nuestra memoria; movimientos que son antiguos, pasos ancestrales, diría ella. Gestos universales tanto a través del tiempo como de culturas. Cuando Martha interpretaba la desesperación sentía que a través de su cuerpo hablaban todas las mujeres desesperadas de la historia, de cualquier lugar del mundo. No era una transformación o una reencarnación, decía que se veía embargada por retazos de identidades pasadas, como si tuviese acceso a una memoria sagrada en la que estuviesen formas de comunicar que hemos olvidado. A través del cuerpo y la intuición ella era capaz de recuperarlas.
La danza y la espiritualidad estaban completamente unidas. Solía hablar de “la llama” que cada uno sostiene en su interior, que es la fuerza que provoca que seamos quienes somos, que tengamos la capacidad de hacer cualquier cosa y que debemos aceptar humildemente como un regalo. Mediante el baile, el hombre conecta con la espiritualidad y la parte de sí mismo más sagrada. Para ello uno debe estar receptivo como un niño, tener apetito por la vida y por lo que ella significa. Los cuerpos, decía Graham, nunca son feos hasta que se domestican, a través de la danza podemos volvernos salvajes otra vez. La bailarina solía recordar una y otra vez distintos artistas que conoció a lo largo de su vida que parecían personas absolutamente corrientes hasta que se subían en un escenario, allí ya no eran personas, eran dioses.
Un alumno suyo cita en sus memorias la respuesta de Graham ante las dudas que tenía sobre su camino dentro del arte:
Existe una vitalidad, una fuerza viva, una energía, un despertar que se traduce a través de tus acciones, y porque sólo existe un tú en este mundo, tu expresión es única. Y si la bloqueas, nunca saldrá formulada de otra forma y se perderá. El mundo no la tendrá. No es asunto tuyo determinar si es buena o cuan valiosa o cómo se compara con otras expresiones. Es asunto tuyo mantenerla propia, limpia y directamente, mantener el canal abierto. No tienes que creer en ti mismo o en tu trabajo. Tienes que mantenerte abierto y atento a los impulsos que te motivan. Mantén el canal abierto… Ningún artista está contento. [No hay] ninguna satisfacción nunca. Sólo hay una extraña y divina incomodidad, una inquietud bendecida que nos mantiene caminando y nos hace estar más vivos que los demás.
Por lo tanto, la danza era la manera de trascender en vida. Ella misma habla de ello en su autobiografía La memoria ancestral, en el movimiento se puede encontrar la vida, la curiosidad, el asombro al sentir que puedes moverte realmente. Decía que no es que tuviese la necesidad de crear, sino de trascender, de dominar el miedo y encontrar siempre el camino a seguir.
Vivió la vida de la misma manera que sentía la danza. Quería ser salvaje y divina, tenía unas expectativas sobre sí misma que eran sobrehumanas. Sin embargo, esto llevó a que bailase hasta pasados los setenta años, coreografiase hasta su muerte y produjese 181 composiciones, el mayor número de obras que haya producido nunca un coreógrafo.
Su manera de conectar con los “paso ancestrales” se tradujo en una técnica que ha sido guardada y reproducida. De hecho, cuando uno comienza a bailar danza contemporánea aprende que existen varias técnicas y que todas parten de una básica “la técnica Graham”. Sus raíces se encuentran en la respiración y la colocación del centro del bailarín en el bajo vientre. Cada inspiración es una expansión; cada espiración una contracción. Se trabaja intensamente los músculos más profundos del vientre para poder utilizarlos de la forma más dramática posible. Graham llegó a decir que se debía bailar desde la vagina, y no es ninguna tontería, las contracciones más profundas y las aperturas se realizan desde el suelo pélvico. Es una técnica que se ha utilizado a menudo para poner a mujeres en contacto con los músculos que se relacionan con la reproducción. Fue ella la primera en utilizar el suelo, el pie flexionado, en mostrar esfuerzo, realizar movimientos violentos, ir descalza… Todo lo que ahora consideramos normal en un espectáculo de danza surgió gracias a que Martha Graham se atrevió a bailar como quería y no dejó que le apagasen su llama.