Diario de una madre sin hijo IX

 

IMG_8127

 

Menos tu vientre

todo es confuso.

 

MIGUEL HERNÁNDEZ

 

Pregunta Criatura qué pasaría si acogiéramos a un niño en casa. Como para tener un hermano de sangre —o de medio sangre— debe esperar, quizá sea más rápida la compañía si lo acogemos. Es fácil saber qué pasaría si acogiéramos a un niño en casa, lo único que puede hacerse con un niño acogido: quererlo. Y también le daríamos nuestros apellidos, le daríamos cosas propias para que fuera responsable de ellas, jugaríamos con él pero también dejaríamos que jugara sin nosotros, respetaríamos algunas de sus decisiones y otras las corregiríamos para que en el futuro no vuelva a equivocarse. Viviríamos con ese niño y lo querríamos y lo educaríamos y de Criatura sería un hermano.

Esa palabra le gusta a Criatura.

Lo pregunta porque no sabe que el amor limitado por la mediocridad no es el verdadero amor, el que puede dársele a un niño. Ella sabe que no soy Madre, que sólo soy yo, que podría no quererla pero la quiero, y sabe que nadie me obliga a hacerlo pero lo hago, y sabe que si ella no me quisiera podría incluso ser comprensible. Criatura sabe bien que no le importaría que su hermano no hubiera nacido en su mismo país, no le importaría que su hermano no hubiera crecido en su misma casa. Sabe que su hermano, aquí, no nacerá del mismo vientre del que ella ha nacido —entonces, ¿qué importancia tienen la casa o el país, comparado con un vientre? No le importa, pero Criatura quiere saber si a nosotros nos importaría.

Le digo que nosotros le enseñaríamos nuestro idioma, si no lo supiera. Le enseñaríamos cómo se vive en nuestra casa, si no lo supiera. Ella debería enseñarle cómo somos nosotros, y el Señor Albero y yo deberíamos advertirle también sobre Criatura. Seríamos una familia , y a Criatura también le gusta esa palabra. Le digo que el amor es algo libre, y que nadie nos iba a impedir que quisiéramos a ese nuevo hermano aunque no tuviera nuestra sangre.

A la Señora Albero la sangre no la condiciona.

A Criatura la sangre no la condiciona.

Nosotras no la compartimos —y qué.

Por eso hoy, esta mañana, Criatura ha vuelto a hablar sobre ese supuesto hermano. Hablamos del hermano en un lugar que no puedo revelarles a ustedes, y al volver a ir, su mente, su memoria infantil, rápidamente ha hecho la asociación. Le digo a Criatura que no importa no tener a un niño en el vientre porque uno puede querer a quien elige. Ella lo sabe porque sabe que yo la quiero aunque no la haya tenido en el vientre. Eso es algo que poco a poco le he ido demostrando. La sangre no me condiciona, pero tensa —sobre todo cuando las decisiones, los momentos importantes se imponen y te dejan fuera. Hoy Criatura ha dicho algo hermoso que con ustedes quiero compartir, por si ustedes necesitan de esta reflexión.

Desde que una mujer está embarazada hasta que da a luz pueden pasar hasta nueve meses, ustedes ya conocen esta información. Durante esos nueve meses, la madre empieza a amar desde dentro —desde dentro reconoce la vida. El hombre, en cambio, lo vive como algo externo. De modo que el amor también es externo. El hombre aprende a amar a su criatura. No la ha visto y no la siente, pero la reconoce como suya después de un proceso amoroso que va más lento que el de la mujer. El de la mujer, por supuesto, es fulminante —su cuerpo entra en transformación.

Eso no significa que el amor del padre sea débil.

Es sólo más lento, aprendido.

Es un amor que va creciendo.

Ya adivinarán que el amor que una mujer como yo puede sentir por una Criatura es parecido al amor de un hombre, de Padre. Porque es un amor externo, que viene de muy fuera, y es un amor aprendido, y es un amor al que debo adaptarme. No he esperado para conocer a mi Criatura nueve meses, sino cuatro años. Pero es un amor lento y aprendido y que va creciendo y finalmente se instala, como se instala también en los padres.

Le he dicho hoy a Criatura que no necesito que un hijo acogido naciera de mi vientre para quererlo, puesto que soy capaz de quererla a ella —ya sé de este don mío para amar sin lazos sanguíneos, tan espesos. Criatura ha dicho que ella tampoco me ha tenido en su vientre y me quiere. Y que su padre tampoco la ha tenido a ella en su vientre y la quiere. De todas las personas que no la han tenido en su vientre, el amor más reconocido por todos ustedes es, por supuesto, el del padre. Pero el de la Señora Albero, el mío, es también noble y verdadero: como el de muchos otros que no la tuvieron en su vientre y aprendieron a quererla, por supuesto, sin ninguna dificultad.

Así les muestro a Criatura: con su sabiduría sin matices. Mientras todos nosotros nos peleamos por tener un nombre, un título, un papel, las criaturas nos explican las cosas con mucha más delicadeza. Las cosas importantes son menos, pero esenciales: son todas —menos tu vientre.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *