Diario de lo que duele muchísimo todos los días, hasta que un día se olvida VII

VIERNES

Hoy es viernes, ya ha pasado una semana y he quedado con él para tomar un café a las cuatro de la tarde porque anoche me dijo algo así como que estaba sentado en un viejo Cadillac de segunda mano. Voy con cautela, completamente anestesiada porque tengo que hacerme la muerta durante 20 días, no puedo respirar. En teoría, cuando terminen estos 20 días, estaré bien.

Me cuenta que la noche anterior salió con una chica. La stalkeo en Facebook, twitter e instagram y me doy cuenta de que no merece la pena, que va a su bola y que emocionalmente no me compensa sentirme celosa. Sin embargo, me pongo a llorar muy fuerte, por supuesto. [Mis ideas van por un lado y los hechos, descarrilan ruidosamente]. Le odio muchísimo ahora mismo y soy incapaz de recordar qué me gustaba de él. [Hago una lista de las cosas que odio de él pero no considero apropiado transcribirlas al pasar a limpio este diario]

El corazón de una chica se desborda como una marea sangrienta cuando siente que le han fallado, cuando la han engañado, justo antes de los malos deseos, del despecho, de la malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad. La ira del desengaño lo llena todo de malos sentimientos y las palabrotas flotan en esa marea sangrienta sin ningún tipo de coordinación, valor o significado.

(…)

Las palabras se convierten en insultos inútiles y me riño a mí misma y me castigo volviendo a contar los 20 días desde el principio. Es día siete pero vuelve a ser día 1, no se me dan nada bien las matemáticas. Ajo tenía un micropoema sobre esto, eso de: Teníamos veinte años y / nos volvimos locos / el uno por el otro. / Hoy con… cuarenta / seguimos locos / aunque ya / cada uno por su cuenta. Bueno, según mis cálculos, creo que todavía no he cumplido 30 años.

(…)

 

 

SÁBADO

El sábado intercambio ropa con mis amigas, ya no me apetece seguir poniéndome los vestidos tan bonitos que me había regalado. Tiro todas mis bragas a la basura porque no quiero seguir recordándole sexualmente sin tener en cuenta que al día siguiente es domingo y que todas las tiendas estarán cerradas. Por la noche jugamos al póker. Yo no sé jugar al póker pero me lo paso muy bien. Nadie había llevado una baraja.

Es incapaz de pedir perdón o de decir gracias, menos mal que existen los emoticonos y puedo contestarle sin insultar. [esto lo apunté y no sé a santo de qué vino]

 

DOMINGO.

 

[si no echas de menos a tu ex siendo domingo, estás muerto por dentro]

Le escribo un whatsapp y me contesta. Le digo que venga y viene. Quedamos en el Suec de la plaça de la Virreina, donde siempre quedábamos cuando “éramos novios”. [Releyendo este diario veo que fui patética. Le quería por idealismo, no por sentimiento. Me avergüenza leer cómo le pedí perdón por cosas que no había hecho y cómo terminé declarándome culpable de algo de lo que NO tenía la culpa en absoluto.]

Vamos a cenar al Kibuka y le hago el amor muy fuerte. [echo de menos una descripción sexual de la noche, ahora no recuerdo si follamos bien o mal] Pasamos un buen rato porque nos queremos, nos amamos, nos habíamos echado de menos pero, poco después de los saludos, ya no tenemos fuerzas para seguir fingiendo ni somos lo suficientemente valientes como para entregarnos a la verdad sexual tan efusiva que nos unía en esa cama que yo tenía en mi nuevo piso de Gràcia. Sabemos que nos hemos metido juntos en una cosa de la que no sabemos cómo salir y tendremos que hacerlo separados. Quizás no deberíamos habernos conocido, los dos necesitamos a nuestro lado a una persona que sea justo lo contrario de lo que somos.

 

Después de follar me recuerda que hace días dijo que lo mejor era que no siguiéramos hablando. [cuando escribí este diario no añadí comentarios al respecto. Imagino que me enfadé bastante cuando me lo dijo o, peor, me quedé callada]

Estamos locos, sí. Pero eso es bueno. Somos unos locos y no deberíamos vernos más. Lo nuestro ya no era amor, era una locura sin dirección. Nadie al volante, vamos. Sé que lloraré como una niña tonta pero seguro que hay alguna frase en El Principito que me consuele al respecto. No hace falta que vaya a la biblioteca a sacar el libro, seguro que tengo algún powerpoint en el Gmail.

 

 

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