Diario de una madre sin hijo IV

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Jueves, 29 de enero, 2015

A medida que avanzo en el relato de mi vida me pregunto si no estaré siendo demasiado generosa con quien no me ha dado muestras de merecerlo. Esta narración no es otra cosa que información y más información, y el lujo de conocer lo que Criatura es en otros lugares: porque ella, igual que ustedes, muda de piel. Y quizá otro día me atreva a deshacer tan compleja idea, pero no será hoy, que debo hablar de otros acontecimientos no menos importantes —los que a mí y al Señor Albero nos ocurren, en solitario.

He pasado toda la mañana leyendo Sa meu mare, porque en la lectura es cuando más soy Rita Albero, por lo que la lectura hace en mí. A la una, cuando lo he acabado, he empezado el artículo Muerte de la madre que me ronda en la cabeza desde hace días y del que ya he hablado con ustedes. Leer a Pau Riba me hace reflexionar sobre lo diferentes que pueden llegar a ser las relaciones entre una hija y su madre, y un hijo y su madre —lo miro con perspectiva, sin que me afecte todavía. Después de leer También esto pasará, de Milena Busquets, tengo la excusa perfecta para comparar estas dos luchas que se combaten de distinta manera: una, pasional; la otra, discreta. Me descubro midiendo mis palabras cuando hago alguna clase de distinción entre hombres y mujeres, aunque sea inofensiva —también en el relato debo medirme, quizá la escritura no es sólo lo empozado, sino la contención. Hay mucha gente susceptible, mucha gente que opina atacando, como si tuviera que defenderse de ti, de lo que has escrito. Quizá si digo que la relación de un hombre con su madre es más pacífica, ustedes se alarmen. Pero también todo lo contrario. No importa —pienso—, porque al fin y al cabo conseguir lectores de los artículos que escrito también forma parte de mi trabajo. Todo en un escritor se convierte en parte de su trabajo: opinar, compartir una foto, escribir un diario como éste, reescribir bajo la censura la Historia de Criatura.

 

Por la tarde he hablado con Lorena y como la amistad no entiende de corrección, puedo hablar con libertad sobre el amor y el respeto. Si tuviera que definírsela a ustedes para que pueden entender mejor el mapa emocional de quien les relata su vida, diría que es mi mejor interlocutor. Esta idea la saco de mis lecturas de Carmen Martín Gaite y la búsqueda del otro, del receptor. Cuando lo leí (en El cuento de nunca empezar) me parecía que yo tenía suficientes personas a quienes contarles lo que pensaba, pero cada vez quedan menos: o me he apartado de ellas o las cosas que pienso han cambiado y ya no hay tantos candidatos —ahora, fíjense ustedes, hablo con desconocidos a través de mi palabra escrita. Lorena y yo nos conocimos en el pueblo de mis abuelos: ella vive allí y yo me siento —en parte— de allí. Éramos adolescentes, criaturas tardías. Es probablemente lo más cerca que estoy de tener una mejor amiga. Así fue como se la describí a Criatura para que entendiera la importancia de que me fuera a Chile a verla. Con Lorena he estado en Cáceres, Puebla de la Calzada, Barcelona, A Coruña, Finisterre, Santiago de Chile, El valle del Elqui… es probable que no haya estado en tantos sitios con nadie más —el listado de tales sitios es totalmente verídico, por si ustedes lo estaban dudando. De los dos últimos viajes que he hecho con ella han salido dos novelas: de Chile, la que he acabado ahora; del Camino de Santiago, la que escribiré a continuación. Ahora se va cinco meses a una granja italiana, y también quiero ir a verla, como cuando estuvo en Chile. Seguramente de la visita a la granja también nacerá una novela. Hablamos una hora para ponernos al día: su nuevo amor, la apatía de la familia, la boda de mi hermana, la granja, el cambio de rol cuando la hija se debe ocupar de la madre (le hablo de los libros que aparecen en el artículo Muerte de la madre). Una hora de comunicación. Ida y vuelta: he entendido y me he hecho entender, y eso basta para darme por satisfecha. Ahora, con ustedes, en cambio, sólo yo doy. Pero esto no es una queja, puesto que yo inicié este relato sin que nadie me lo impusiera, que es como deben iniciarse todos los relatos, sean o no de vida.

A las ocho soy la invitada del club de lectura que tienen en el Librerío de la Plata, una librería de Sabadell que parece un hogar. Vamos a hablar de Volver, de Toni Morrison, y tengo la sensación de que el libro que leí estaba incompleto hasta que hablamos de él entre veinte personas. Había alertas por el viento, pero hicimos que no importara. Para mí la lectura siempre ha sido algo íntimo y privado. Sólo he comentado con otras personas libros que he escrito yo misma, lo cual no tiene una gran dificultad. Sin embargo, un libro tan lleno de sutilezas como éste gana cuando lo comentas con otras personas. El club de lectura está formado por personas inteligentes que leen con un celo y una atención que me sorprende. Se han cuestionado cada símbolo de la novela y puedo asegurar que sin la charla en la librería, me habría quedado con una lectura muchísimo más pobre. Cecilia, la librera, es sin duda la responsable de que eso mágico suceda. Ha conseguido captar la atención y el interés de un grupo atento e inteligente para que la acompañe en la velada. Es la segunda vez que voy (la primera vez que estuve fue presentando Es un decir), pero en las dos ocasiones me he quedado con un ánimo de lo más entusiasta, con ganas de volver. Sabadell está muy lejos de casa, pero el Señor Albero y yo nos decimos en voz baja que dan ganas de venir a comentar más libros. Él había empezado Volver para poder disfrutar mejor del club, pero no le había dado tiempo de acabarlo. Hasta tal punto ha sido estimulante que cuando hemos llegado a casa ha leído todo lo que le quedaba. Yo he empezado Una bendición, de Toni Morrison, porque la charla ha conseguido despertar mi curiosidad por la autora. Cecilia me lo ha regalado, a pesar de que yo iba con la idea de comprar algún libro. Cuando alguien hace tan bien su trabajo, no queda otra que corresponder, pero ha insistido en regalármelo. He visto sólo dos veces a esa mujer pero ya es como si la quisiera. Hay gente así en el mundo, que necesita poco para demostrarte que vale la pena. Nos vamos de allí con la sensación de que hemos ampliado el concepto de casa y familia, y con un papel que me ha dado una mujer del club de lectura. Había bromeado diciendo que sólo quiero leer libros rurales de granjas, y cuando abro un libro que no trata sobre el tema ni está en tal escenario, lo cierro porque me decepciona. En parte es cierto, quiero libros así, pero sólo era una exageración para reírnos. Antes de irse, me ha dado un papel con un título y un autor: toma, un libro de granjas —me ha dicho. Mañana lo compraré.

Ya está. Los dos días que teníamos para estar solos se han acabado. Mañana, a las cuatro, volveremos a preguntarnos de qué haremos el bocadillo de Criatura. Estos dos días, aunque poca cosa si lo comparo con los años de soledad que vive una pareja que no ha decidido tener hijos aún —como es nuestro caso—, estos dos días son suficientes para coger un poco de aire. La situación, vivir con una hija que no es mía, formar una familia con lo que queda de una familia que no era la mía, me ha reconciliado con mi padre, sin que él lo sepa. Mi madre, como el Señor Albero, tenía un matrimonio anterior; mi madre, como el Señor Albero, traía obligaciones de su vida anterior; mi padre, como yo, fue un padre sin hijo hasta que me tuvo a mí. Mi hijo futuro, igual que yo cuando nací, tendrá que aprender que la sangre y el apellido tienen un valor justo, pero no absoluto. Su hermana no será como las demás hermanas, pero no lo será menos por eso. Ustedes, quizá, me juzguen por mis apreciaciones.

3 Comments

  • Montse Aug dice:

    Desde el pasado Sant Jordi soy lectora incondicional de Jenn, es fantstica. La descubr en Es un decir, la descubr a travs de la fantstica librera Cecilia Picn y su librera tan especial y entraable,Librero de la Plata.Me he vuelto adicta a tu diario Jenn…

  • Leonardo dice:

    Ha sido todo un placer para mi ponerme al tanto con "El diario de una mujer sin hijo", es un placer leer a Jenn, quien con una narrativa sencilla te lleva a recorrer los pasillos de vidas ya vividas, unas tuyas y otras de otros. Solo queda decir que aqu tendrs a este lector pendiente de cada entrega y que hay muchos sentires que an no encuentran palabras para salir. Abrazos!

  • Cecilia dice:

    Jenn, no me sale hablar, slo sentir. Gracias, gracias.

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