Dos cartas a Milena, Fran Kafka

Milena Jesenská.

 

Milena Jesenská.

Milena Jesenská.

 

Meran-Untermais, Pensión Ottoburg.

 

Querida señora Milena:

 

Desde Praga le escribí unas líneas, y también desde Merano. No recibí contestación. Es claro que no había ninguna necesidad de contestarme inmediatamente, y si su silencio es un signo de que se encuentra usted relativamente bien, estado que a menudo se manifiesta mediante la pereza epistolar, pues entonces estoy tranquilo. Pero también es posible –y por eso le escribo– que algo la haya molestado en mis cartas (qué torpe sería mi mano en ese caso, a pesar de mi intención); o, quizá, lo que realmente sería mucho peor, podría ocurrir que haya vuelto a disiparse ese instante de respiro que me menciona, y que nuevamente hayan empeorado sus problemas. No sé qué decir de la primera posibilidad, tan lejos está todo eso de mí, y tan cerca de lo demás; en lo que se refiere a la segunda, no aconsejo nada –¿qué podría aconsejar?– y sólo le pregunto: ¿Por qué no se aleja un poco de Viena? No carece usted de patria, como tantos otros. ¿No le daría fuerzas nuevas una breve estancia en Bohemia? Y suponiendo que por cualquier motivo que desconozco no quisiera venir a Bohemia, podría ir a otra parte, ¿no le parece que tal vez Merano le convendría? ¿Conoce usted la región?

Espero, por lo tanto, que ocurra una de las dos cosas. Que siga su silencio, lo que significa: «No se preocupe, estoy muy bien», o que me escriba unas líneas.

 

Muy cordialmente

Kafka

Advierto que no consigo recordar su rostro en detalle. Sólo recuerdo cómo se alejaba entre las mesitas del café; su vestido todavía los veo.

 

 

*

 

Martes

 

Esta mañana volví a soñar contigo. Estábamos sentados juntos, y tú me apartabas, no de mal modo, sino amablemente. Yo me sentía desdichado. No porque me apartaras, sino por mi culpa, porque te trataba como a una silenciosa cualquiera, y no percibía la voz que hablaba en ti, que justamente me hablaba a mí. O tal vez no fuera que no la percibiera, sino que no pudiera contestar. Más desconsolado aún que en otro sueño, me iba.

Me acude a la memoria algo que una vez leí en alguna parte, más o menos era así: «Mi nada es una columna de fuego, que se traslada por tierra. Ahora me tiene preso. Pero no conduce a los que ha apresado, sino a los que la ven».

Tu

 

(ahora pierdo también el nombre; cada vez se hace más breve y ha llegado a ser solamente: Tu).

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