Dice Laia López Manrique en La mujer cíclica (La Garúa, 2014) que escribir ha sido a veces el modo de expulsar lo que en su cuerpo hace madeja y crece, resguardado, oculto como un tumor. Del mismo modo, la poesía de Irati Iturritza Errea, una de las voces más interesantes con las que me he topado últimamente, se nutre del tumor, de la náusea, del vómito que se enreda en las cuerdas vocales de estos poemas y generan niños-madeja, semáforos, manos izquierdas que se convierten en zapatos minúsculos y no significan nada o eso dice la voz poética: ynosignificanada.
Pero en realidad, dentro de esa caja hermética en las que las palabras con las que juega al ynosignificanada, Irati agita los versos como una prestidigitadora e inventa un mundo repleto de monstruos, anclas, animales en bruto que se extinguen con cada explicación, niños con brazos cortos que corren, que corren y corren pero no llegan a abarcar aquello que siempre escapa de. Es por eso que hay algo que está a punto de explotar en estos poemas, hay uñas que se clavan en el brazo de quien pregunta por los significados que se esconden en el filo del verso, hay una voz que cava y cava, que inventa palabras para disimular el barro que queda entre los dedos, hay una voz que acecha agazapada en el silencio previo a la palabra que está a punto de nacer (antes de que yo pudiera decir árbol). Hay una boca llena de tierra, una garganta anegada en lodo, que balbucea, que apenas pueda emitir un sonido inteligible. Sin embargo, henchida de tierra, antes de olvidar cómo se respira, vomita niños, perros y semáforos y, desde el fondo, sale a la superficie y como una bocanada de aire fresco, se deshace en grito, en poema.
Descubrir a Irati ha sido como volver a respirar en mitad de un bosque repleto de animales, niños y otros seres diminutos, porque estos poemas son un horizonte abierto a la posibilidad que ofrece el acto de crear.
Y con la cara sucia y las manos extendidas hacia nada (Natalia Litvinova), perfila la belleza de lo oculto que subyace al poema. Y ríe, porque Irati es una escritora que conoce el arte subversivo de la risa y se ríe mucho, de todo.
POEMAS
Mi madre me regañó por llevarme un puñado de tierra a la boca
David Meza
Mi madre me regañó por llevarme un puñado de tierra a la boca,
pero la tierra ya estaba aquí,
en mi garganta,
antes de que yo llegara,
antes de que yo pudiera decir árbol,
pie, ocho de la mañana.
La tierra era tierra y me ocupaba
antes de que yo olvidara cómo se respira.
La tierra de mi garganta no me deja respirar.
También es quien me recuerda
que el grito
es posible.
*
Este poema existe
porque cuando ando por la calle no pienso
niño, semáforo, perro,
no pienso sueño, miedo, vergüenza o mentira.
Cuando ando por la calle pienso vómito,
y si alguna vez pienso en el niño,
en el perro o el semáforo,
es porque quiero vomitar al niño,
al perro, al semáforo.
Este poema existe
porque eso es imposible
y qué hacer
entonces
con la náusea.
*
Abro los ojos y te digo que mi nombre no existe
y que no importa,
que algunas noches dibujo en mi espalda un símbolo que nadie conoce
y lo llamo cada vez de otra forma.
Te digo que mi mano derecha es
un niño que corre y significa
verde, lluvia o dedo sobre el cristal
y que mi mano izquierda es un zapato minúsculo
y no significa nada.
Clavo mi uña en tu brazo hasta que preguntas
qué significa.
*
Yo cavo así: sin uñas,
con la cara sucia y las manos extendidas
hacia nada.
Cavo aunque sé que esta tierra no tiene fondo.
Cavo porque sé que esta tierra no tiene fondo.
Cuando me canso, salgo a la superficie,
sacudo mi ropa
e invento una historia que explique
el barro que queda entre mis dedos.
Irati Iturritza Errea (Pamplona, 1997) no nació de ninguna boca, a pesar de dedicarse a gestar bocas y voces que la reinventan cada día. A veces es un niño que no recuerda por qué llora, otras veces sólo intenta gritar más alto. Escupe palabras rotas y le gusta decirse blablabla esta soy yo frente al espejo antes de salir a la carrera hacia el instituto. También le gusta leer, quejarse, escribir y hacer galletas.