Poemas de Mónica Ojeda

 

 

 

 

 

Mónica Ojeda

(Ecuador, 1988)

 

Es autora de las novelas La desfiguración Silva (Premio Alba Narrativa, 2014) y Nefando (Candaya, 2016), así como del libro de poemas El ciclo de las piedras (Rastro de la Iguana, 2015). Sus cuentos se encuentran publicados en la antología Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2015) y en Caninos (Editorial Turbina, 2017). Ha sido seleccionada como una de las voces literarias más relevantes de Latinoamérica por el Hay Festival, Bogotá39 2017.

 

 

 

 

***

 

 

[1]

 

Cae con madurez el fruto que en verbo ardido lamió sus costillas al sol;

más de 365 veranos de su carne niñada en hueso negro constelado

                                                                                                                                         se aflojan.

 

Rueda el fruto sobre la piel arqueada de las amapolas.

 

                                                                     Se abre.

 

De su epicentro nace una guadaña como un párpado de acero cerrándose en la bruma

bautismal de su oleaje.

 

—Esto es lo primero que verás —sentencia la rama despojada del peso de su cabeza—

antes de atravesar la raza del otoño.

 

 

*

 

 

 

 

P   e   r   s   e   c   u   c   i   ó   n

 

Repto lo oscuro de la aorta de un bisonte atravesado por el mar

en medio de la teoría humana más violenta del poema.

 

Tus brazos umbilicales

              madrezebra en las llanuras

ahorcan la prehistoria de la leche de montaña

                leche de cal apagada,

                leche de higo en cristal,

                leche en la roca de la pintura sagrada del calavera poem

gruta de naturaleza táctil al Amazonas de tus glándulas rellenas de humores:

                Big Bang de Dios por siempre muerto en los maremotos amén.

 

Palpo la atmósfera que humedece su atlas de la ira,

escarabajo mutante rodando las escaleras del magma de tu vientre,

 

¿me romperás contra la musculatura de los cetáceos axiales?

madretundra de las orcas

¿abrirás las cejas al frío goce de los volcanes?

 

Ellos se sueñan en la blancura de los fermentos de la noche en torrente.

 

Pliego mi ala junto a una noria de eterna venganza,

              madrepiedra de los pálidos trasmundos

              madrecidra constelando un infierno de intestinos que doran los rosales.

 

Tu baba salpica en todas las direcciones de los paisajes algebráicos:

 

CRÁNEO – CALAVERA = X

 

Incógnita en la lengua de los muertos.

 

Poema cero.

 

He oído que montas sobre las cabezas de las Furias

y te desbocas

y manchas los eriales de leche cuajada

           leche mía coagulada

y ellas te la beben y te alumbran

un cráneo con cañones de plata apuntando hacia mi pecho

suite de estelas eléctricas y membranas saladas

            madrealambre de las navajas

            madrebuitre de los cinerarios

las tres se relamen las encías bajo el umbral tibio de tus riñones en flor:

tienen pezuñas y desgarran el camino de los ríos gástricos a los maizales.

 

Se derraman sobre la vía láctea cabalgándote.

 

Se orinan sobre las mazorcas de dientes pelándose al poniente.

 

“Madre e hija es una antinomia”,

te canta la clarividencia subacuática de tu trinomio de canes perfecto

y repites al sur de su estampida:

 

“Madre e hija es una antinomia

con patas y pelos de tarántula

en una jaula vacía para pájaros de hielo”.

 

Arden tus cabellos de elefantes marciales cruzando los desiertos

                  madremandril de sable

                  madreladrido de pez aéreo.

Quieres mi carne en tu leche terrible

cociéndose a la alta temperatura de los huracanes

 

(cardúmenes de esperma del dios muerto

pueblan encima de las aguas galácticas del norte).

 

Tiemblo en los refugios colapsados por tu vientre de ballena en histeria

               Madremendrugo de la explanada

               Madredrácula de los mausoleos

Las cabezas de las Furias sonríen torcidas a la sangre,

ateridas bajo muslos galgos y la perfecta escultura del tórax;

quieren cocinarme en tu néctar vencido de yedra,

forzarme la leche de hígados por la ranura celeste de sus madrugadas.

 

Mazorcas de dientes se pelan y muerden mis escombros quietos al pasar.

 

Me oculto entre las pieles de los vertebrados

y convierto mi cuerpo en un saco de plumas

que emerge fresco entre los fémures silvestres.

 

Madre e hija es una antinomia.

 

Un cráneo gastado vigila mi señal desnuda:

 

toda suerte de escape termina

en las profundas cavidades

de un animal muerto.

 

 

 

 

[*]

 

El tórrido aliento de un órice despierta la montaña,

 

te despierta con ella y despierta a los viejos leones:

 

es hora de almorzar.

 

 

Todos los días en tu mente habrá un desierto sepultando la calavera de la poesía;

 

la llevarás contigo al exilio para defenderte de la inclemencia de tu sombra

 

siempre extendiéndose con movimientos de astros oscuros sobre los senderos.

 

 

Tu sombra es el reflejo más antiguo de tu cuerpo.

 

 

Pero cada mañana la calavera de la poesía pesará un poco más que ayer.

 

La arrastrarás hacia la cima de la montaña como una constante de vapor

 

nublando los sentidos de los cazadores;

 

una amenaza que el viento cubre de arena y que barres con tu única ala.

 

 

Sus cuencas libres empañarán tu interior

 

y escaparás manchando de sombra un dolor antes temido:

 

una fiebre que reblandece los picos y tiñe la hierba con moscardones.

 

 

A pesar del fracaso no soltarás la cabeza del misterio:

 

la subirás a la montaña

 

con el peso de su mandíbula empujándote a los cuernos en manada.

 

 

Descansarás con ella en un nido improvisado.

 

Retozarás con sus cuencas abiertas a la noche.

 

 

No te curará la carne, pero al día siguiente será tu casa.

 

 

 

 

[*]

 

 

En tus sueños rapaces escucharás la voz demente del cráneo del poema

 

caja estelar rúnica

 

oráculo vaginal que inventa la poesía en los subsuelos de Marte

 

caracol jineteando el futuro en versos de esporas caucásicas

 

              esporas indígenas meándose al viento planetario de los códices

 

Nortes que exorcizan cebollas y crines en tu viaje de la sangre

 

de ombligo del mundo a clítoris del fin.

 

 

Su voz será pelo de árbol

 

magullándose en el alba de tu buche,

 

pero eres un cóndor: nada podrá evitar

 

que la profecía te crezca en la digestión de una pelvis.

 

 

 

 

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