Libro de la nada. Diario de Belén G. Abia

 

 

 

 

Día 1

 

 

Son las cinco de la mañana. Hay tenues luces dispersas por el valle, también sonidos de animales de fondo; una lechuza, unos sapos, algún gallo. Hoy el cielo está despejado. ¡Estrellas. ¡Se ven tantas estrellas!; unas, diminutas que no atienden a formas conocidas, otras, estrellas brillantes con nombres mitológicos.

 

Incluso las estrellas/ nacen para morir recito a Aurora Luque.

 

Desde aquí escribo, desde esta isla geográfica y personal. Solo quiero tumbarme, mirar las estrellas y dejarme llevar por el consuelo que me invade al sentirme tan minúscula.

Minúscula.

Tal vez una estrella me esté contemplando, desde allá, desde ese otro lado, aquí sentada escribiendo, en esta isla dentro de otra isla dentro de otra isla;

y yo

            ya

                no estaré aquí.

Todo lo que me preocupa, todo lo que me parece importante, habrá desaparecido conmigo. Seré solo un espejismo, un reflejo, un eco luminoso.

El fulgor de una estrella.

 

No tengo un lugar propio. No tengo un despacho, ni una mesa, ni una silla cómoda rodeada de una estantería con mis libros. Yo soy una escritora errante. Me muevo por la casa con mi cuaderno y mi pluma. Me siento en la cama y me tapo con mi manta azul. Escojo un rincón como hacía de niña, una casa tan pequeña para una familia tan grande. Lo que yo tengo es un tiempo propio. De cinco a siete de la madrugada y ratos durante el día. Viajes verticales; sur – norte. Ir de la planta de abajo a la planta de arriba. De la montaña a la costa. Siempre hago viajes verticales.

 

Me gusta esta escritura en madrugada.

Al final de mi vida, hago recuento de amaneceres me leo en Maillard.

 

Leo el prólogo de “El libro de la almohada” y rodeo con un círculo la palabra  Zuihitsu. Lo traducen como el ensayo fugaz, digresivo, como el correr de un pincel. Pienso que así son mis diarios, textos fragmentados, hechos a días y a momentos, en los tiempos propios, hechos a ratos, acompañando el pensamiento, y como una carta, íntima, sobre el momento presente, el fulgor momentáneo de una estrella muerta.

 

Quisiera escribir un libro sobre nada escribe Silvina Ocampo en Cornelia frente al espejo.

Yo también quiero escribirlo. Estos diarios juegan a serlo.

 

Ayer vi un documental sobre Handke. Una mujer le sigue durante mucho tiempo al día mientras le hace preguntas. Le graba escribiendo, le graba sentado en el jardín, le graba caminando por el bosque. Le pregunta por varios temas de su vida. Al comenzar el documental Handke le pregunta a la entrevistadora, ¿ha visto mi camino infinitivo?, y detrás de su casa en un camino de apenas cinco metros comienza a recorrerlo de derecha a izquierda, una y otra vez. Va y vuelve. De derecha a izquierda. Un viaje horizontal. Parece un animal enjaulado. Tal vez yo también lo sea y por eso escribo.

 

Seré solo un espejismo,

un reflejo,

un eco luminoso.

El fulgor de una estrella.

 

Idea Vilariño escribió un poema como si ella fuera una estrella agonizante.

Dos versos.

Cuando yo estrella fría 

y no flor en un ramo de colores.

Otros dos versos.

Ya sin temblor ni luz,

cayendo oscuramente.

 

Leo y subrayo.

Una de las estrellas más lejanas a simple vista es Deneb, en la constelación de El cisne (Cygnus), que está a casi 3.000 años luz. Eso quiere decir que, cuando la observas, la luz que estás viendo comenzó su viaje hacia aquí cuando la antigua Roma apenas estaba arrancando y no figuraba en ningún mapa. Puede parecer mucho tiempo para nosotros (y lo es, dentro de nuestra esperanza de vida), pero respecto a la edad media de una estrella, que es de miles de millones de años, no es nada.(astrobitácora)

 

Minúscula.

 

 

 

 

 

 

Día 2

 

Escribo desde esta noche cerrada, aún queda una hora y media para que la luz se cuele por las montañas. Está nublado.

El afuera es nube. Es niebla.

Hoy no se escuchan los gallos.

Hoy apenas hay sonidos.

Solo yo.

 

En “Nubosidad Variable” de Martín Gaite una de las protagonistas establece una pauta para comenzar una carta y lo amplío a los diarios porque qué es un diario sino una carta a nuestra otra futura. Lo primero de todo, ponerse en postura cómoda y elegir un rincón grato, ya sea local cerrado o al aire libre. Luego, dar noticia un poco detallada de ese lugar.

 

Desde que lo leí, me gusta comenzar así las cartas y después dejarme llevar por la digresión y lo fugaz, por el hilo.

Leo rincón gato en vez de rincón grato. Escribir desde un rincón gato me gusta más; mi gusto por hacerme ovillo.

 

Escribo sin música de fondo. Solo el silencio.

Desde aquí intuyo el huerto. Sombras.

 

Estoy preocupada por las calabazas. Se quedan huecas. Hay una plaga de mariposa blanca y dejan en ellas sus huevos. Cuando estos eclosionan, se alimentan de su interior y la calabaza se desprende y cae al suelo, podrida y vacía por dentro. Me han recomendado pulverizarlas con Manzano de Sodoma. Doce horas en agua. El olor es nauseabundo. Cuelo el agua y pulverizo sobre las pequeñas calabazas donde aún la mariposa blanca no ha puesto sus huevos. Se supone que el olor las repele.

En realidad, las estoy camuflando.

¿Yo también me camuflo?, me pregunto mientras separo las hojas y pulverizo.

Llueve y eso no me ayuda. El líquido gotea y se escurre por las pequeñas calabazas.

No, yo no me camuflo.

Yo escribo desde dentro.

Escribo desde el desorden.

 

Tenemos un nuevo gato. Lo hemos bautizado Tifón. Es el gato de Alicia, la vecina, la madre de Luz. Es pequeño, muy cálido y cariñoso. No le va mucho el nombre, tal vez habría sido más adecuado Viento del sur, pero resulta demasiado largo. Viene a comer cada día. Se queda en el balcón de la cocina. La hija de Alicia no le da de comer porque está la mayoría del tiempo en el hospital. Su madre se muere.

 

Una inmensa nube subía desde el fondo del barranco empujada por un viento suave. A ambos lados de la carretera se divisaban fragmentos de un campo verde y frondoso recortado entre la niebla. Regresé a la aldea y deambulé entre calles laberínticas y blancas. Las nubes avanzaban por ellas, cubriendo poco a poco el pueblo. Adelaida García Morales lo escribió sobre La Alpujarra pero en realidad está escribiendo sobre este lugar, sin saberlo. Habría querido escribirlo yo.

 

Nube densa.

Nube compacta.

Nube sólida.

 

Bi viene a hacerme una visita. Me pide dinero, me lo devolverá cuando cobre. Tanto luchado y que tenga que estar así. Es una mujer de unos sesenta años y creo que tiene razón. Tanto luchado y que tenga que estar así. Voy a mi habitación a coger el dinero. Doblo el billete varias veces y lo guardo en la palma de mi mano derecha. Le doy la mano como una despedida y así, se lo entrego en secreto. Ella valora el gesto. Esto es un lugar pequeño. Es un secreto entre las dos, le digo. Solo mi hija la mayor lo sabe, me dice, es un secreto entre las tres. Se mete el dinero en el sujetador, en el lado izquierdo, aquí en el corazón, y lo golpea suavemente, donde se llevan las cosas importantes, las cosas que no se pueden perder.

 

Mi amigo Alberto me recomendó “El libro de frío” de Gamoneda. Decía que le hacía pensar en mí, en esos días de invierno con niebla, humedad y frío. Apenas bajamos a los quince grados. Casi frío, digo yo, pero de una humedad que se cuela por dentro, como la pena.

 

Todos los hijos de Alicia, la vecina, están aquí. Esperan. Un día le falla el riñón, el otro ya apenas abre los ojos. Es cuestión de días comenta otra vecina. Tifón ha establecido una rutina y ha conseguido que lo hayamos bautizado.

 

Mejor tristeza que pena.

Pena hace pensar en condena y castigo. También penalidades de la vida. Mi madre utiliza mucho esa palabra; las penalidades que he tenido que pasar, las penalidades que pasó tu abuela durante la posguerra. Es una palabra vieja.

 

Alberto me llama desde Madrid. Se ha roto por dentro. Como si no viviera, me dice. Se le ha muerto Coral. Un pilar en su vida, dijo Isa. Y pienso en Alberto como una casa medio derruida, caída por un lado. Sé que está quebrado, que la pena se le ha colado por dentro y se ha asentado, como un tumor de dolor que le crece y le ahoga, agarrado al corazón, donde guardamos las cosas importantes, lo que no se puede perder. No volverá a ser el mismo y yo no sé cómo hacer para que la casa no se le venga al suelo del todo. Vivo demasiado lejos.

 

 

 

 

Día 3

 

Estoy sentada junto a una de las ventanas de mi habitación. Está atardeciendo y comienza a hacer frío. Es un tarde fría. Todo está en calma. Silencio. No hay brisa. Solo frío, humedad y frío. Todo está quieto. Todo está, es. Los animales a mi lado.

 

Y soy en este lugar donde la calma y la quietud son rutina.

Temo quedarme en esta quietud donde el tiempo se entiende en los árboles que dan fruto, donde el tiempo está en los animales que nacen y crían. En los niños que se hacen adultos. En los que envejecen y mueren.

 

Uno no puede aburrirse mirando florecer, madurecer una fruta, explica Hearn.

Desgana, apatía, tedio. No son. No es aburrimiento.

Lafcadio Hearn se fue de Martinica porque su mente se estaba acomodando, a esa misma quietud y calma en la que yo vivo.

 

Las gallinas de María invaden el huerto.

Junto a las escaleras he colocado piedras en hilera para tirárselas cuando las vea aparecer. María me dice que puedo cazarlas y cocinarlas, que se han hecho salvajes y que ella ya no las puede recuperar.

Duermen en los árboles. No acuden a su llamado. A una de las gallinas la siguen varias crías.

Les tiro una piedra y la madre huye planeando. Las crías pían desesperadamente. Dejo a la madre que vuelva y las llame para que salgan del jardín. En pocos meses J plantará un vivero y no quiero que se lo coman, que acampen a sus anchas por el huerto. 

 

He aprendido los tiempos de la isla.

-El otoño; la caña de azúcar florece. Naranjas. Lluvias. El agua corre por los barrancos del valle.

-El invierno; las playas desparecen. El mar se lleva la arena y solo quedan piedras. El mar convierte a las playas en acantilados. Llega el frío.

-La primavera; el valle está seco. Un verde pálido. Se recoge la caña para hacer el ron. Un paisaje ralo. Se recoge el café.

 -El verano; el mar devuelve la arena a las playas y son otras, son nuevas. Una geografía distinta cada vez. Los mangos dan fruto.

 

Hace unas semanas vinieron a casa unos antiguos huéspedes y amigos de Gante. Hemos ido a verles una vez y ellos han venido algunas otras. También se hicieron amigos en el pueblo y traen regalos a los niños, a los hijos de algunos vecinos.  Se acerca ella con cara triste y me dice que le había traído un regalo a la hija de Miguel. Un juguete sin niño es una imagen triste. Sí, se murió el año pasado, le explico. Se le paró el corazón. La imagino yendo a ver a Miguel y a Celia con un juguete y adornos para el pelo y chocolatinas y el dolor de Celia al pronunciar las palabras que anuncian la muerte de su hija, que la traen de vuelta al presente y reavivan el dolor.

 

No puedo escribir un dolor que no es mío como si lo fuera.

Solo puedo contarlo como testigo.

El juguete permanece en sus manos sin poder entregarlo mirando de frente al dolor de la madre. Ya no hay hija a la que poner ese coletero, esas horquillas, a la que dar ese chocolate. Ya no.

 

Murió hace poco más de un año. La enviaron a otra isla, a un hospital más grande porque tenía problemas de corazón, donde se guardan las cosas importantes.

Murió de leucemia.

Así lo escribí en mi diario.

Cuando me lo dicen pienso en Ana, que le hicieron un trasplante y consiguió vivir. Que aún vive porque ha nacido en el lado bueno del mundo, en la zona iluminada. Lo pienso mientras abrazo a Celia que llora desconsolada sobre mi hombro. Lloro con ella. Con lo grande que es el amor de un madre, que de tan grande no se puede abarcar así debe ser su dolor, un dolor que no puede asir, ni mirar, ni guardar.

 

La hermana de Celia es la enfermera del centro de salud, fue a estudiar a otra isla y volvió a trabajar aquí. ¡Me gusta que hayas vuelto!, le digo cuando ambas estamos sentadas en la sala de la casa de Celia y Miguel, donde horas antes había estado el pequeño ataúd blanco con el cuerpo de Isabel dentro, a sus cinco años.

 

Pienso en Isabel y en todas las listas en las que estaba su nombre:

-La lista de los niños con síndrome de dwon.

-La lista de los niños que tienen leucemia y no se salvan.

-La lista de los niños que mueren en los brazos de su madre.

-La lista de los niños que mueren con cinco años.

-La lista de los niños que mueren sin tratamiento alguno a su enfermedad.

 

Y cuando la abrazo siento en mi pecho todo ese dolor y esa tristeza maternal y la lloro con ella.

 

 

 

Día 4

 

Esto era el destino

llegar al borde y tener miedo a la quietud del agua.

 

Pertenece a El libro del frío de Antonio Gamoneda.

Me preguntan desde hace cuánto vivo aquí, más de diez años  y siempre les parece mucho, siempre la misma pregunta, ¿quieres vivir aquí siempre?, ¿hacia dónde quieres cambiar tu vida?

 

Hace una semana que dosifiqué el veneno con agua sobre las calabazas. Parece que ha funcionado, al menos las calabazas crecen. Algunas han muerto bebés pero otras siguen creciendo. Cuando voy a dosificar el veneno mi gato H. me sigue y le echo del huerto. No sabe que es venenoso.

 

Hace unos días vi un documental titulado “Bussines to being”, trata sobre una enfermedad del primer mundo; el cansancio crónico y el estrés. En el documental se entrevista a varios hombres que han sufrido este problema, son alemanes y todos son hombres, me pregunto si las mujeres también sufren este mal pero no me darán la respuesta. La solución que dan es parar y enfocar su vida de otra manera. La solución pasa por la meditación, por retiros donde aprenden a estar en el ahora. Se ve a un grupo que en un pequeño prado pasea descalzo, se mueven a cámara lenta.  Al escucharles pienso en lo imposible de vivir en el ahora para ellos porque viven en una sociedad en la que lo importante es tener planes, objetivos y hojas de ruta.

 

En el ensayo “Contra el tiempo” Luciano Concheiro explica que la sociedad capitalista es una crono-sociedad, donde todo se centra alrededor del tiempo (rápido); la velocidad es imprescindible para el desarrollo adecuado del capitalismo ya que cuanto más rápido se consuma más se consumirá. La forma de luchar contra este sistema es huir, no hay otra.

 

En el documental entrevistan a un hombre de negocios que lo dejó todo y se fue a vivir a las montañas en Suiza, compró un alojamiento y recibe a la gente. Explica cómo se cayó su vida de repente, cómo tenía una enfermedad mental con consecuencias físicas. Decidió parar por un tiempo y dedicarse a subir y bajar montañas. Esa parte del documental es intensa. Él explica que cuando subía una montaña que le costaba mucho esfuerzo, al llegar a la cumbre no sentía la felicidad que esperaba, y a continuación descendía y a pesar de lo duro que había sido y que no le había llenado, mientras se tomaba una cerveza con los amigos, planeaba el ascenso del día siguiente. Se planteaba esa nueva etapa de la misma manera que se había planteado su vida hasta ese momento; tenía un objetivo que se esforzaba por conseguir y finalmente, pasaba a otro y a otro. Sin pararse. Cuando decidió dejarlo todo aprendió a vivir en el instante. Explica cómo ha cambiado para él la idea de éxito. La define y yo lo anoto en mi cuaderno.

 

Éxito significa reír mucho y con frecuencia, ganarte el respeto de personas inteligentes y la admiración de los niños, ganarte el reconocimiento de la crítica honesta y aguantar la traición de los falsos amigos. Admirar la belleza y hallar lo mejor de los demás. Dejar el mundo un poco mejor, ya sea a través de un niño con salud, un pequeño jardín o algo para hacer de una sociedad mejor. Saber al menos que una persona vivió mejor porque tú viviste. Eso es el éxito.

 

Ayer me encontré con Javier, un niño que hace tiempo venía a casa con su prima los sábados para jugar en el ordenador a juegos educativos. Es muy inteligente, es un niño especial. Como pago a los videojuegos me paseaban a los perros y sé que más que un pago era una recompensa. Se fue durante un año a vivir con su hermana en la capital, las escuelas son mejores allí me explicaba la madre, pero se ha vuelto, él prefiere vivir aquí. Cuando llega al pueblo me visita, nos sentamos bajo el mango, se pega a mí con sus lúcidos 11 años y me explica que no le gustaba vivir en la capital porque se pasaba todo el día dentro de un apartamento viendo la televisión. Le toco el cogote y miramos hacia el horizonte. Yo estoy feliz de que estés aquí de nuevo, le digo, y sabes que siempre que quieras puedes venir a visitarme. Asiente con la cabeza.

 

Javier nació el mismo día que yo llegué a este lugar. Me lo presentó su madre acurrucado contra su pecho.

 

Lo vi hace unas semanas y vino a mi saltando, mamá, me ha dicho que el domingo puedo ir a verte y jugar en tu ordenador. ¡Genial!, le respondo y al volver a casa instalo algunos juegos educativos y hago un barrido en internet. El domingo no aparece. Lo encontré hace unos días. Me ve y me acompaña mientras paseo a los perros y me cuenta cómo le va en la escuela y me doy cuenta de que su padre va delante, hablando con unos turistas. Su padre aprende idiomas con cintas de métodos antiguos que encuentra por ahí. Sabe holandés, inglés, francés y alemán. Su padre es muy inteligente pero tiene cambios de humor, y dicen que se deprime mucho y luego pasa épocas pletórico. Su familia, su hijo, lo acepta como parte de su carácter. Cuando le vemos ralentiza el paso, tal vez hayan discutido por lo de venir a casa y no quiere que nos vea juntos. No lo sé, son solo suposiciones mías. Le pregunto si está contento de haber vuelto aquí. Me dice que sí mientras mira hacia donde se encuentra su padre hablando con esos turistas. Le digo que sus padres, en realidad son los dos, son personas difíciles para convivir con ellas pero que él es inteligente y que puede hacerlo. No me mira, se acerca a mí y me coge de la mano. Seguimos andando cogidos de la mano. Le atraigo hacia mí y le abrazo la cabeza y le doy un beso en la coronilla. No le digo nada de un próximo encuentro, andamos hasta un punto y el sigue su camino.

 

A Tifón, el gato adoptado, le he puesto una toalla a modo de cama. No puede entrar en casa porque los perros le ladran, solo le permiten la entrada a los dos gatos de la casa.

 

Hago recuento: cinco calabazas podridas. No ha servido el último remedio. No mueren bebés pero sí mueren aún sin crecer, calabazas comidas desde dentro.

 

Las siete.

Amanece.

 

 

 

 

Día 5

 

Los gallineros no deben construirse en la sombra porque a falta de calor las gallinas no ponen huevos. Por eso las gallinas andan aquí sueltas. 

 

Hace tiempo tuve un gallinero en sombra. Las gallinas enfermaron y una a una fueron muriendo. El último que murió fue el gallo, agonizaba en el suelo sin apenas moverse.

Ignacio, que pasaba por allí, se ofreció a matarlo. Me miró desde sus once años y me pidió un cuchillo. Dos niños más se reunieron en corro alrededor del gallo. Entre los tres no sumaban más de veinte años.

Ignacio se arrodilló junto al gallo y comenzó a arrancar las plumas del cuello una a una.

Despacio. 

El gallo, indolente, se dejaba morir.

Apoyó el filo del cuchillo en el cuello y comenzó a cortar.

Nadie hablaba.

Los otros dos niños estaban concentrados en la operación, que duró apenas unos minutos, y yo contemplaba la costumbre de su cuerpo frente a la muerte como algo que forma parte de la vida.

 

Querido Alberto:

Hace unos días murió mi vecina, tenía la memoria nublada y se olvidaba del día a día y se pensaba niña. Cuando ya nada le funcionaba por dentro la trajeron a su casa para que muriera junto a sus hijos. Murió a la una de la madrugada y a la mañana siguiente cuando escuché los llantos desde mi casa, acudí a velar su cadáver y a perdonarla por hacernos la vida tan difícil cuando llegamos; por no dejarnos crecer a nuestro ritmo, por ahogarnos con exigencias, por sus problemas de lindes y pasos comunales. Me senté junto a su ataúd que ocupaba casi todo la sala y allí sentada, tocando el ataúd de mi vecina con una mano y a su hija con la otra pienso que mis muertos están en otra lugar, que vivo demasiado lejos, que me gustaría llorarte la pena para sacarte el dolor de dentro. Y como una oración recito a Vilariño.

 

Sola bajo el agua,
sola frente al duelo sin luz de la tarde,
sola sobre el mundo, sola bajo el aire.

Sola,
sola y triste, lejos de todas las almas,
de todo lo tierno, de todo lo suave.

 

Permanezco allí sentada preguntándome cómo he llegado a velar una muerta que no es mi muerta, tan lejos de ti, de vosotros y de ese dolor que tienes agarrado al pecho, donde se guardan las cosas importantes.

 

Acompaño el cortejo, un camino de dos horas en pendiente, descenso hasta el mar, viaje vertical, el cortejo como metáfora de lo que es la vida, donde vamos solos, acompañando a los otros, haciendo duelo, duelo-dos-dolor, y escucho los llantos como un canto y recojo un puñado de tierra, lo echo sobre el ataúd y le digo que vaya en paz para no tener deudas pendientes. Recuerdo, Alberto, que siempre me dices que los ritos son importantes. No quiero que mis fantasmas me siguen a cualquier lugar.

 

sola frente al duelo sin luz de la tarde,
sola sobre el mundo, sola bajo el aire.

Sola

(Vilariño)

 

Anoto esta frase de La ciudad líquida de Marta Rebon.

Parece que todo conspira para empujarte en una dirección. Decides y sueltas amarras sin ser consciente de que has quemado las naves, de que no hay vuelta atrás.

 

¿Qué es lo que nos empuja en una dirección? ¿Por qué estoy tan lejos de los míos?

 

El verbo sentir tiene un doble significado; percibir a través de los sentidos y también, tomar una dirección orientándonos por los sentidos. De esta acepción procede la expresión el sentido de las agujas del reloj o el sentido de una calle. Haber elegido después de haber visto/oído/tocado/olido.

Decidir desde las entrañas.

 

En la maravillosa película Niña sombra de María Teresa Larrain ella cuenta cómo cambió su vida en un instante. Cómo perdió uno de sus sentidos y tuvo que desarrollar otros. Cómo se quedó aislada cuando todo cambió.

 

Como si bajaran una cortina, fuera estuviera el mundo y al otro lado, yo.

 

Un día va montada en bicicleta cuando de repente deja de ver. Ese instante.

Solo ve manchas por un ojo pero el médico le especifica que dejará de ver por los dos. Sufre una enfermedad hereditaria; miopía progresiva.

La película es la narración de esa experiencia, de ese dolor.

 

Cuenta:

Si hubiera sido artista, habría pintado mi dolor.

Si hubiera sido escritora, habría escrito acerca de él.

Pero como trabajaba en imagen tuve que hacer esta película. La hice por desesperación.

 

Ella modelaba y lo dejó.

Ella bailaba tango y lo dejó.

Ella tenía un amor y lo dejó.

Al quedarse ciega.

 

Tal vez todos llevamos a rastras una ceguera que nos llegó un día y determinó el resto de nuestra vida y debemos aprender a orientarnos en ese espacio-tiempo con otros sentidos.

Vivir desde las entrañas.

 

 

 

 

Día 6

 

 

Esta mañana he limpiado las hojas del árbol de café. Tiene un hongo que cubre las hojas de una fina película negra, casi siempre fácil de quitar, que impide que la planta haga la fotosíntesis, y con un paño o las mismas manos quito la capa negra hoja a hoja. Es lo que llamo un ejercicio reflejo; mientras lo hago es como si me lo hiciera a mí misma, como si cogiera partes de mí cubiertas por una fina capa negra que no permite pasar la luz, y la quito y así las dejo respirar y las saco y las limpio.

 

Mientras limpio las hojas me viene a la cabeza Alejandro. Trabajó un tiempo para el gobierno local. Ese año ampliaron la carretera y fue el encargado de negociar la compra de las tierras con sus propietarios. Fue el mismo año en el que un encapuchado lo esperó en un recodo del camino y lo pegó una y otra vez mientras él gritaba en el suelo. Hacía poco tiempo que yo había llegado a vivir aquí y Alejandro me parecía simpático y agradable, verle con la cara magullada me impresionó, pensé que este lugar no era tan tranquilo como parecía y nunca supe las razones de por qué le agredieron. Alejandro, como muchos otros, emigró y su mujer se fue con él.

 

Ya cansada de limpiar las hojas me he tomado un café con Silvia, María y Elena. Alejandro está casado con la hermana de Silvia. Les cuento de lo que me acabo de recordar y les pregunto si se supo quién fue el que le agredió.

No tengo ni idea, me dice Silvia, pero con gusto habría sido yo para devolverle todos los que golpes que le ha dado él a mi hermana.

 

Las tres permanecemos en silencio, mirándola mientras ella unta la mermelada en el pan. Nadie de mi familia le habla. Mi hermano fue a buscarlo y se pelearon, se pegaron pero ella sigue con él, se fue con él. Silvia explica que lo ha intentado todo, que ha hablado con su hermana pero ella no quiere dejarlo. Lo único que puedo hacer, Belén, es educar a mis hijos en el respeto a las mujeres. Por mi hermana ya poco puedo hacer.

Las tres, seguimos desayunando en silencio.

Cada una limpiando sus propias hojas cubiertas de hongos. Haciendo que le llegue la luz.

 

 

 

 

Día 7

 

Me acerco a la casa que fue de Alicia. Su nieta ha tenido una hija. Cuando ella murió estaba de cinco meses. Estaba tan triste y tan afectada que temían que le pasara algo al bebé. El día que fui a dar el pésame a la familia pasé a la habitación en la que ella descansaba. Puse mi mano sobre su vientre. Es niña, ¿no? Aún no lo sé y me sonríe. He heredado el don de mi abuelo materno para ver a los fetos por dentro. Lo averiguaste me sonríe mientras abre un poco la manta y me enseña su cara.

 

Y soy en este lugar donde la calma y la quietud son rutina, donde el tiempo se entiende en los árboles que dan fruto, donde el tiempo está en los animales que nacen y crían. En los niños que se hacen adultos. En los que envejecen y mueren.

Los que nacen.

 

Se parece a tu abuela, le digo. Sé que la ha llamado como a ella; Alicia.

 

Sobre Alicia he escrito en “La voz del mar”. Un texto al que no llego a poner punto y final porque las historias siguen creciendo, porque es un texto vivencial y yo aún estoy inmersa en esta vivencia. Como escribe Maillard; mi escritura se traza en tiempo real.

 

No sabemos qué hacer

con todo lo que se nos ha pegado al cuerpo

mientras intentábamos hacernos creíbles. leo en Pablo Fidalgo.

 

No, no sabemos qué hacer. Tampoco sé si soy creíble, tal vez por eso escribo. Dibujo las líneas de mi cuerpo y sé la mayoría del tiempo cuál es mi perfil, no soy fantasma y me reflejo, me miro desde otro lugar al que me miraba antes de llegar aquí. El mapa emocional en el que vivo ahora, sobre todo un mapa femenino que me ha enseñado a mirarme desde otro lugar. Una mirada sur, la llamo. Con otro ritmo, con otro tempo.

Amanece.

Hoy llevo a Blossom Dearie de música de fondo.

 

 

 


 

Belén García Abia nació en 1973 en Madrid. Estudió Filología Árabe e Islam y pasó algún tiempo en diferentes países árabe. Durante diez años trabajó de especialista en la enseñanza de español como lengua extranjera; como profesora, creadora de material didáctico o formadora de profesores. Desde el año 2005 vive en el archipiélago de Cabo Verde donde regenta un casa de huéspedes con su pareja. En el año 2015 publicó «El cielo oblicuo» en la editorial Errata Naturae. En el año 2016 publicó La obra de teatro «La autopsia» en La Tribu de Frida. En el año 2017 participó en El nudo materno; una lectura de varias autoras organizada por La tribu.

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