El paseo

Erika Irustra, pedagoga menstrual.

 

Erika Irustra, pedagoga menstrual.

Erika Irustra, pedagoga menstrual.

Estamos en el banco del parque que queda a 5.37km de mi casa. 10 minutos y 53 segundos antes hemos estado buscando el mejor lugar para sentarnos. Me cuesta horrores decidir. A Lola le da igual siempre y cuando no haya perros cerca. Su miedo por los bichos peludos es cuanto menos gracioso. Yo la respeto. Todos tenemos miedos curiosos.

Miro al suelo. Luego al frente. Fijo la atención en un par de piedras pintadas de rosa y amarillo. Están algo desgastadas pero la pintura parece fresca, al menos tienen un par de días. Sonrío. En esta ciudad es difícil ver algo fuera de lugar y mucho menos algo pintado de manera espontánea.

Lola se inquieta. Lleva días rara. Mis ojos se precipitan en sus ojos. Me suelta de golpe:

– Oye ¿A qué coño te dedicas?- contengo la respiración- En serio, te veo encerrarte cada día en la habitación esa que tú llamas estudio y que yo llamo “lugar donde desayuno, como y echo la siesta”. Siempre estás ahí, mirando la pantalla. Suspirando mientras le das al DELETE compulsivamente.

Estoy azul.

Voy a explotar.

Mejor explotar que no tener que explicarme.

-Esto…

No he conseguido volar por los aires, así que me explico.

-Pues me dedico al ciclo menstrual.

Nada.

No hay réplica.

Domina los silencios incómodos como nadie

-Joder, ya sabes. Soy pedagoga menstrual.

Toma ya.

Nuevas profesiones, Rajoy estaría orgulloso. O no. O sí, ¿no? Quizás yo sea la prima de la niña de Rajoy y aún no me he dado cuenta.

Cojo todo el aire que hay en el parque, lo compacto en una línea que pretende ser lo más fina y asequible posible, y la esnifo.

Ahora estoy lista para hacer mi declaración:

Desde 2010 trabajo con mujeres. Me gustan las mujeres. Más que nada en el mundo. Nunca me acostaría con una porque soy una cagona impresionante –quiero suponer– o porque me gusta Álex o por lo que sea, pero adoro a las mujeres pero no para follar con ellas. Como sea, antes las odiaba infinito. Me parecían unas chismosas, frágiles, vanidosas e hipócritas de mierda. Y hablo desde la herida, porque han sido ellas las únicas que me han roto el corazón las pocas veces que me he dejado tocar. Por eso comencé a investigarlas y me di cuenta de que yo era una de ellas. En serio, yo era –digo soy– una de ellas. Increíble. Descubrir esto fue doloroso a la vez que liberador. No sabría decirte cuánto de cada cosa, creo que a partes iguales. La cosa es que ahí estaba yo sabiéndome mujer y tratando de buscar seres pares. O tan impares como yo. La cosa es que empecé a estudiar los cuerpos. Porque ¿sabes? en los cuerpos están todas las respuestas aunque aún no haya cabezas suficientes para alojar todas las respuestas. Ni cabezas, ni cerebros, ni nubes. Las respuestas del cuerpo superan el Big Data ese. La cosa es… Esto… sí, la cosa es que mi cuerpo era lo que me llevaba a asimilarme a esos seres,  con lo que empecé por investigar lo común para abrirme a la diferencia. Resultó que yo no era una. Esto ya lo sabía. Bueno lo sabía pero no con certeza, lo intuía. Vamos, que sí que estaba en mí pero que no quería verlo porque se supone que una es Una, y si eres mujer más te vale que seas UNA porque Otra ya es demasiado.

Pues bueno, yo no era Una Indivisible y Grande, sino muchas chiquitas, y revueltas, y alteradas, y encabronadas. Y me sumergí en los mares rojos del Sur. Bonito eufemismo, ¿eh? Sí, hablo del ciclo menstrual, de la menstruación, de la regla, de la berza, de la comunista, de la señora de rojo. ¿Sabes todas las expresiones que hay para evitar la palabra?  Pues surcando los anchos mares advertí que los cuerpos menstruantes no eran Uno Indivisible y Grande, sino que como mínimo eran Cuatro In-Divisibles y Gigantes. Y cuando digo Cuatro digo infinitos y concretos; y cuando señalo In-Divisibles, apunto a la cualidad de aparecer por separado pese a ser Uno Sólo. Y cuando digo Gigantes, afirmo que son Omnipresentes porque están por todas partes sin necesidad de estar y aún estando. Ahora que te lo voy contando estoy pensando en  esto de la Santísima Trinidad. Va a ser que es algo así pero sin palomas. Aunque ¡piénsalo! con palomas estaría muy bien. Al menos tendría un punto menos bizarro que esto de ser mínimo cuatro mujeres en una. Bueno, la cosa es que comprendí que el cuerpo, ése que tanto había maldecido, era mi única escapatoria además de mi más querido escenario. Desde él podía dar cuerpo (que sí, que sí que hablo de dar cuerpo al cuerpo) a todo lo que soy, todo lo que puedo llegar a ser y, a veces, a todo aquello que me arrepiento de no haber sido. Investigué en grandes libros y en sesudos estudios y en ellos encontré bases para poder adentrarme en más cuerpos. Pero no follando- que ya te he dicho que no puedo hacerlo- sino abriéndome desde mi desnudez para invitar a aquellas, a las Otras a quitarse la Unidad y dejarse ser lo que ya eran: Cuatro o 1658. Porque al final los números no son lo de menos, pero tampoco lo de más. Y ¿sabes? así tan vulnerables y tan numerosas me enamoré de ellas. De todas. Pero sin querer tener nada… que eso, que ya sabes. Pues eso. Y llegaron los feminismos y las teorías que me ayudaron a poner cabeza a mis pies y manos. Porque ¿sabes? la cabeza también la necesita el cuerpo y todo hizo clic-clac y todo se puso en su sitio. Pero no te vayas a creer que es un único sitio ni que es un sitio plácido. Es como vivir encima de la luna. Da vértigo cada vez que se prepara para mutar. Mudar. Y esto es lo que les enseño. A ser todas las que son sin vergüenza. Así por placer. Y no es que sea placentero todo el tiempo, pero es el único momento en el que el aire corre de verdad por el cuerpo y éste parece vuelto a la vida pese a haber permanecido muerto. Mudo. Quieto. Y esto… es lo que hago básicamente.

Me quedo quieta. El corazón comienza a trepar por mi garganta. Quiere precipitarse al vacío. Aprieto bien los dientes, coloco la lengua-firme- en el paladar y lo contengo. Palpita avergonzado.

-Pedagoga menstrual– repite con una sonrisa.

Asiento con la cabeza.

Respiro de nuevo.

Glup. Corazón dentro.

No nos hemos dado cuenta de que detrás hay un hombre paseando con su perro. Va directo hacia Lola. Busca ferozmente su culo. Ella se gira rápidamente, le clava la pupila, le enseña las dos hileras de dientes y  ladra con todas sus fuerzas.

-Tiene carácter su perra– me dice el señor del perro-pervertido.

– No sabe cuánto– le digo. No sabe cuánto…

Me levanto y deshacemos el camino. Volvemos a casa. Me encierro en el estudio y vuelvo a darle al DELETE compulsivamente.

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