Diario de una madre infectada por mosca tse-tse VI

Las consecuencias de que haya padre mas rato.

Día 6. Los días que hay padre más rato todo cambia  

 

Las consecuencias de que haya padre mas rato.

Las consecuencias de que haya padre mas rato.

 

Hoy me he despertado a las nueve, todo un récord, porque normalmente el mayor se despierta a las siete sea el día que sea, laborable o no. Hoy se ha despertado igual, pero el padre se ha quedado con él en el salón y nos ha dado un rengue al pequeño y a mí. Los días que hay padre más rato todo cambia, veo la vida con más optimismo. Desayuno con zumo de naranja recién exprimido, puedo exprimir naranjas mientras el padre juega con ellos en el salón, el caos dividido es menos caótico. Hago tostadas con miel y me entran ganas de hacer muchas cosas productivas así que me imagino la posibilidad de que todos los días fueran así, que no tuviéramos que trabajar para vivir, al menos, que no tuviéramos que trabajar los dos, tantas horas. Entonces suena el móvil y vuelta a la vida real.

—¿Me cambias el turno?

—Sin problema.

El padre y yo somos muy conscientes de nuestra clase social, sabemos que ni aunque nos tocara la lotería nos libraríamos de trabajar como mulas. Los dos hablamos mucho, nos gusta teorizar sobre los deseos y la imposibilidad de conseguirlos porque normalmente trascienden la esfera de lo real, que son más o menos ficción, vaya. Hablamos mucho sobre lo que nos gustaría poder dar a nuestros hijos y probablemente no podamos (y nos olvidamos de que esto es también una suerte de deseo). Elaboramos complejas teorías sociológicas para que nuestros hijos no vivan en la irrealidad del consumo, para que sepan que les ha tocado la parte del esfuerzo en la cadena. El padre es filósofo, yo soy escritora pero no, periodista pero no, y soy capaz de fabular a la par. Nos salen cosas que nos parecen interesantes mientras masticamos las tostadas con miel, el sol entra brevemente por la ventana del salón, placer de rascado de espalda en noches de verano con insomnio. Nos salen cosas interesantes que olvidamos llevar a la práctica a los cinco minutos, huelga decirlo.

Cuando está el padre más rato no protestan cuando se les viste, al contrario, se visten muy deprisa, qué mamones estos niños. Vamos al parque y dejamos que jueguen con los hijos de los padres muy preocupados por la educación, y con los hijos de las madres de crianza natural, y con los hijos de los padres que tienen a los niños todo el santo día con las abuelas y las niñeras, y vemos que ellos van de acá para allá, juegan aquí un minuto, allí dos, y vuelven corriendo hasta nosotros para decirnos que si nos vamos ya para la casa.

Normalmente me preocupa ver que ellos no encuentran tampoco su hueco. El pequeño es normal, pero el mayor no tiene mejores amigos, pregunta constantemente cuándo le voy a cambiar de colegio. No sé, pero me da que los pobres sufren nuestra sociopatía y la asimilan como cosa propia, como cosa natural. Esto lo pienso porque cuando yo era pequeña tampoco tenía grandes amigas, o más bien, tenía mejores amigas que a su vez tenían otras mejores amigas que no eran yo, creo que no entendía bien eso de la reciprocidad por lo que parece. Puede que a mi mayor le vaya en los genes, como a mí el cansancio bíblico de mi madre trabajadora, quién sabe.

A veces me entra mucho miedo, porque me gustaría que los niños tuvieran cerca a todos sus primos (por eso que dicen de que los primos son los primeros mejores amigos, yo no lo sé, tampoco lo experimenté de pequeña), o al menos, una estructura de amistades fuerte sobre la que echar raíces, pero todo esto da un poco lo mismo cuando está el padre más rato porque podemos sonreír y sentirnos vivos una vez a la semana, y entonces hablamos y hablamos y damos besos y fingimos que otra existencia es posible. Más tarde, el filósofo y la no escritora y no periodista empezamos a cocinar mientras los niños se entretienen solos en el salón (milagro que no me explico y que nunca sucede los días de diario, el padre no sabe de qué me quejo). Tenemos un rato mientras se acaba el sofrito para hablar sobre lo bueno que debe ser saber idiomas y poder elegir el país donde echar raíces. A más kilómetros, más desarraigo, eso lo sabemos, pero somos conscientes de nuestra clase social, esa de doblar el lomo, y al final, le diremos a nuestros hijos que hay que ir donde esté el trabajo. La contradicción es muy humana y muy mía, qué queréis que os diga.

Buenas noches, hasta mañana.

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