Arremángate las bragas. Reflexiones sobre Orange is the New Black.

 

 

Apertura

 

 

Con ocho años recibí mi primer puñetazo. Fue en el estómago, recién levantada, con mi pelo a lo «Tina Turner de resaca». Pasaba el verano en un campamento de Ciudad Real y una niña dijo, señalándome: «¡Duerme sin bragas!». Menos mal que el doble michelín que diecinueve años más tarde todavía conservo, carnoso como los labios de Scarlett Johansson, absorbió el golpe.

Yo me había criado entre mujeres cuyo pelo púbico, tieso como alambre roto, sobresalía por los bordes de unas bragas blancas de algodón que a veces, por su magnitud, confundía con sábanas. Desprenderme cada noche de esa prenda opresora me parecía una auténtica fiesta de la democracia. Solos el camisón y yo. Pero aquella criatura, Dolores se llamaba, vino a decirme que mi vida era una mentira, que había que dormir con el «chocho tapado». Sentí que me estrujaba una pierna, me la arrancaba y la usaba de bastón. Me quedé coja de creencias. «¿Dormir con ropa interior?», pensé. Según mis cálculos, aquel giro inesperado de los acontecimientos suponía usar dos bragas —una por el día, otra por la noche—. ¡Ni siquiera había llevado suficientes al campamento!

Cuando empecé a ver Orange Is the New Black solo pude acordarme de la niña del campamento que coartó mi libertad vaginal. La serie narra el día a día en una prisión de baja seguridad de mujeres (en Litchfield) desde que una urbanita burguesa llamada Piper Chapman es condenada, diez años después, por blanquear dinero procedente de la venta de heroína. Su único delito fue amar (a una lesbiana que trabajaba para un cártel). Chapman solo es el hilo conductor que permite ver cómo se relacionan mujeres de muy diferentes clases sociales en un espacio que las iguala: desde la que piensa que va a morir cuando ve sangre en sus bragas por primera vez y no sabe ni qué es un tampón hasta la que tiene cinco baños en casa para cambiarse de compresa. Por eso me acordé de Dolores, porque si aquel campamento manchego hubiese sido Litchfield, su remilgo la habría ayudado muy poco. Parafraseando a alguna de las latinas de la serie, le habría contestado: «Oh, fuck, mamita, qué jodida estás, carajo».

OITNB reduce el lenguaje feminista a levantar el pulgar, agarrarse el coño con gesto chungo o apretar la lengua con los dientes mientras hinchas los orificios de la nariz. Pero tras ese tartajeo a ratos humorístico, a ratos dramático, a ratos un poco «jo, tía, me gusta Kevin» hay realidades subordinadas que resumiría en tres frases: ninguna mujer es fea por donde tiene un hijo; we’re lesbianing together y nos encanta; tus bragas huelen a revolución.

Spray

Ninguna mujer es fea por donde tiene un hijo

La maternidad es de naturaleza errónea. Ser madre —sentirse madre— es una manera de equivocarse constantemente, más con lo propio que con lo ajeno. Sin ser la maternidad una trama principal en la serie, —excepto en el caso de Daya, que comparte celda con su propia madre y que se queda embarazada estando en prisión— hay pocas historias que no queden salpicadas por este tema. Como cocinar con aceite hirviendo. Imposible no mancharse. Desde los seis abortos de Doggett hasta el amor protector que Red siente por Nicky, pasando por Sophia, una trans que ha dejado de ser padre para ser madre de su hijo; o por Boo, cuya madre nunca aceptó su lesbianismo maravillosamente histriónico; o por Alex, que nunca le perdonará a Piper que la dejase cuando su madre se estaba muriendo; o por Gloria, que a golpe de matonismo quiere que su hijo jamás se convierte en un matón… ¡pero es que no sabe hacerlo de otra forma!; también por la yonqui que el Día de la Madre en la cárcel deja a su bebé tirado en el césped para meterse un chute; o por Suzanne «Crazy Eyes», que a falta de una madre que entendiese su mente perversamente lúcida se buscó una en la cárcel: Vee, The Bitch Queen. Sí, el útero lo envuelve todo en OITNB —¡hasta la madre de Pornomostache protege a su criatura del averno!—, una atmósfera asfixiante en segundo plano que viene a decir que ninguna mujer es fea por donde tiene un hijo. Oigan, ese es el origen del mundo, aunque el mundo a menudo nos desagrade profundamente.

Daya y madre

We’re lesbianing together y nos encanta

Si me dieran a elegir entre lo vulgar y lo ordinario, sin duda me quedaría con la chabacanería. La grosería, en su punto, gracias, como la carne. Si al clavar el tenedor no sangra, devuélvala. Si al hincar el ojo no le incomoda, no se deje timar por esa corrección política falsamente revestida de soez. Ver a esas mujeres masturbándose unas a otras detrás de la capilla o en las duchas me fascinó por lo explícito del asunto. Si eres hombre y has pensado «¡la tijera!», vuelve a guardarte la chorra y vete al rincón de pensar. No, aquí el argumento no es como el de esas pelis moralmente ridículas en las que dos chicas se pelean y ¡oh! se besan y ¡ay! llega un señor para darles lo suyo y lo de sus primas. Aquí verás a mujercitas, mujeres y mujeronas tocándose por encima y por debajo de esa horrible ropa interior de cárcel —blanca, de algodón y por el ombligo—. Not men allowed. The Lord of the Lesbians ha llegado y resulta que es una tía, una muy orgullosa de lucir en su brazo un tatuaje que pone: «Marimacho» («Butch»).

Lesbians are dangerous

Tus bragas huelen a revolución

Dado que mi primer recuerdo violento nace a raíz de unas bragas, mi momento favorito de la serie no podía ser otro que el monólogo de Piper Chapman sobre la autenticidad del fluido vaginal: «Yo también me avergonzaba de mi personal… eau de parfum. Pero entonces pensé: “¿Por qué debería avergonzarme?”. ¿No es eso parte del autoodio que ha inculcado en mí el patriarcado? ¿No son los hombres que nos hacen avergonzarnos los mismos que se ponen nuestras bragas en la cara e inhalan profundamente? Dejemos, entonces, que huelan a atrevimiento y valentía». Piper presenta un discurso que jamás habríamos pensado que pronunciaría esta pequeña filoburguesa y que remata al preguntarle a su novia: «¿Cuántos días son necesarios para que unas bragas apesten?». Oh, sí, en el desastre y en el olor nos igualamos. Dolores, arremángate el vestido y las bragas. Puedes seguir afilándote los puños en mi estómago o asumir que has perdido la batalla contra el remilgo. Anyway, shut the fuck up.

Shut the fuck up

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