Diario de las ficciones elegidas IV

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Anochece.

Estoy frente al ordenador de la biblioteca de la Universidad en Chancery Lane, tras ocho horas de escritura académica intensiva durante las cuales tan solo me he levantado una vez para tomar té y un ligero snack, sentada brevemente al sol en el jardín. Un jardín lleno de estudiantes gozosos de empezar a des-cubrirse en sus ropas de entretemporada. Me fijo en el acento encantador con el que una chica francesa habla inglés con su amiga. El recogido en perfecto desequilibrio sobre la nuca de otra. La túnica negra y las gafas redondas de un chico con corte a lo frailecillo. Creo que cuando no me siento demasiado bien es cuando más exagero el atractivo de los otros. Casi como respuesta a una pregunta que en el instante se me antoja inexplicable: cómo lo harán.

Cómo lo hago yo, cuando lo hago. Que hoy precisamente no.

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Antes de empezar mi tarea desayuné Eggs Royale en un pub de la esquina y pensé que mi vida entonces era insuperable: estaba a punto de entrar en el monumental edificio de la biblioteca ─un acceso privilegiado que se me negará en pocos meses, en cuanto termine el máster─ e iba a escribir exactamente el ensayo que deseaba escribir:

The conquest of the lost female body: Fetish and desire in Monique Wittig’s The lesbian body and Les guérrillères

Concluir que tu situación actual es insuperable conlleva el pespunte de una dosis de melancolía pre-pérdida. Afortunadamente, fui capaz de recordar que no era la primera vez ni la segunda que sentía que estaba en la frontera en la que lo insuperable comienza a degradar ad infinitum… lo insuperable era al fin mi posición anímica, mi modo de vivir en el contexto.

Costrucción construcción construcción… Mi madre siempre me recriminó, cuando aún yo me concebía a mí misma como una hija, el ser una exagerada.

Una noche le contesté: mamá, yo no exagero, doy énfasis.

A día de hoy no tengo tan claro que el énfasis no altere, de hecho, el significado de la historia.

La diarista.

La diarista.

[…]

Recibo una llamada telefónica y, tras las horas de uso cerebral “modo académico”, me descubro incapaz de sentir ningún afecto, ninguna delicadeza. He entrado en el imperativo de la deadline y la productividad, un cuerpo ora alienado en el ensayo, ora en giro narcisista hacia su propio funcionamiento: identifico dolor en las articulaciones, especialmente en las rodillas, y cierta incomodidad en los intestinos. Mis ojos están secos y al intentar mantener una conversación con la voz al otro lado del teléfono, no puedo sino sentirme irascible y molesta. “Bueno, entonces, cuál es el objetivo de tu llamada” llego a decir en un momento.

“Disculpa… creo que necesito un paseo y una cerveza, para conectar con alguna frecuencia más amable, donde la atención se relaje y haya lugar para otra persona…”

Intento recordar la yo que disfruta, ríe, desea y se abandona… Pensándola desde fuera, le declaro mi admiración casi como respuesta a una pregunta que en el momento se me antoja inexplicable: cómo lo hará.

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