BLUSA, revista feminista de creación y ensayo

En La tribu de Frida estamos muy contentas por anunciaros que hoy nace BLUSA, un proyecto hermanado con nosotras. Aquí estaremos Sara Herrera Peralta y yo dando mucha guerra.

 

UNA PACIENCIA SALVAJE NOS HA TRAÍDO HASTA AQUÍ

Que somos diferentes, que somos parecidas; que hemos sido desconectadas violentamente, que aún tenemos miedo y desconfiamos unas de otras; que nos añoramos y necesitamos unas a otras; que comprometernos primordialmente con las mujeres es romper un tabú primordial, por el cual a menudo seguimos pagando tanto a través de autocastigos como de penalidades impuestas por los guardianes del tabú.

ADRIENNE RICH

Durante siglos las mujeres de todo el mundo hemos creído que el anonimato era una condición propia de nuestro género. Las mujeres han escrito su historia siguiendo un viejo modelo por el que había que encontrar belleza hasta en los mayores momentos de dolor y transformar la ira en aceptación. Como si durante siglos se nos hubiera negado la posibilidad de manifestarnos, de decir en voz alta lo que pensamos, lo que sentimos. Pero es que, incluso, este relato idealizado de nuestras vidas donde lo correcto era omitir la rabia y el dolor, ha sido el ejemplo a seguir por muchas mujeres que vinieron después. Porque no había otro. Si la ira estaba prohibida, cómo iba a encontrar la mujer una voz a través de la que quejarse y hallar su lugar en el mundo. No se nos puede olvidar esta idea: durante siglos a aquellas mujeres que protestaban oralmente o por escrito de sus vidas, se las tachaba de estridentes y chillonas; se las condenaba a la depresión y a la locura. ¿Qué podemos saber de todas aquellas mujeres que no tuvieron la oportunidad de ser libres para expresarse? Hoy en día, en muchos lugares y contextos, la mujer que se queja es una feminista. Como si ser feminista fuera casi un desprecio. Pero pensemos por un momento en algo que dijo la escritora Carolyn G. Heilbrun, autora de  Escribir la vida de una mujer: “denunciar a las mujeres por ser chillonas o estridentes es otra forma de negarles todo derecho al poder”. Muchas escritoras se han planteado antes que nosotras estas mismas cuestiones que hoy en día siguen causando polémica. La propia Sylvia Plath escribe a propósito de la condición de la mujer en sus diarios: “Estoy de malas. Me disgusta ser chica porque como tal he de comprender que no puedo ser hombre. En otras palabras, tengo que canalizar mis energías en la dirección y la fuerza de mi compañero. Mi único acto libre es elegir o rechazar a ese compañero”. Dice Plath que su “único acto libre es elegir o rechazar a ese compañero”, ¿os imagináis que vuestro único acto libre fuera elegir pareja? ¿Que tuviéramos que dejar de lado nuestras aspiraciones y ambiciones porque se nos ha negado el poder y la palabra durante siglos?

A causa de que el poder fue declarado como no femenino, muchas mujeres se han visto desprovistas de relatos y textos, de modelos, que les podrían servir como ejemplo para poder asumir el control de sus vidas. Hasta que nació el feminismo, las mujeres ni siquiera podían darse cuenta de que sus vidas estaban regidas por los patrones impuestos por la sociedad patriarcal. El poder depende de la capacidad de ocupar un lugar en todo tipo de discursos y que ese lugar cuente para algo.

Una paciencia salvaje nos ha traído hasta aquí para ocupar un lugar que cuente para algo. Escribir, pintar, crear, en definitiva, no es lo que se esperaba de nosotras. Pero hemos llegado hasta aquí como muchas otras antes que nosotras y concebimos esta revista como un lugar donde hermanarnos y compartir nuestro amor hacia la cultura.

Muchas autoras como Marianne Moore y Elisabeth Bishop o Anne Sexton y Adrinne Rich, por ejemplo, se quisieron y respetaron y compartieron sus destinos. Son muchas las muestras de amistad entre ellas: cartas, ensayos, fragmentos de diarios. Aprendieron que las mujeres no pueden estar aisladas, identificándose solo con los hombres que hay a su alrededor. Resulta curioso imaginarse cómo una joven Emily Dickinson leyó novelas con frecuencia y pasión, sobre todo, las escritas por mujeres. Alababa a las hermanas Brontë – aunque su padre desaprobaba la ficción popular – leyó los libros de estas mujeres y sus contemporáneas en secreto para intentar encontrar equivalentes a sus propias historias en la novela gótica inglesa que leía a escondidas en “la casa del Padre” como ella la llamaba. Ella misma se lo contaba por carta a  su mentor “mi Padre me compra muchos libros pero me pide que no los lea porque tiene miedo de que me agiten la Mente”.

Desde estas páginas nos proponemos agitaros la mente con las voces de mujeres brillantes y honestas que tienen muchas cosas que contarnos.

Carmen G. de la Cueva y Sara Herrera Peralta

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