20th CENTURY WOMAN

 

 

20th CENTURY WOMAN

Mike Mills

119min. 2016

Hay un escena que habla de sexo. Ella, adolescente, es su vecina y está sentada en el suelo, apoya su espalda en el muro. Él, adolescente, tumbado sobre el muro. Ella ya lo ha hecho. No una vez, sino muchas veces. Él aún no. Él le pregunta porque le gusta hacerlo, si la mayoría de las veces cuando se lo cuenta, ha sido una mierda. Y ella le responde: porque cuando no lo es, es increíble. Y comienza a hablarle del sexo.  De cuando de verdad se conoce a alguien después de haberlo hecho. Hasta cuando ha sido una mierda, hasta cuando el otro/a ni siquiera ha estado allí, y tú solo has sido un lugar donde hacerlo.

Ella es Elle Flanning, su personaje se llama Julie, y él es Lucas Jade Zumann su personaje se llama Jamie. Pero todo esto empieza en una casa. Una enorme casa antigua de Santa Barbara (California) que protege a una familia de finales de los años 70. Una de esas casas viejas pero lindas. Una de esas casas con techos altos y escaleras, que se sueña con tener, hasta que sabes lo que cuesta mantenerla. Casa vieja que se desploma igual que el concepto de familia se destruye (cuesta tanto mantener), bajo este techo, Dorothea (Annette Bening), ha construido una familia con una huésped, que es fotógrafa y se llama Abbie (Greta Gerwing), un hombre  (Billy Crudup) que va arreglando la casa para que no se venga abajo y asi paga el alquiler de su habitación y una joven vecina, Julie, amiga del hijo. Dorothea es una mujer profesional, divorciada,  fumadora y con más de 50 años que propone a estas dos mujeres convivientes, Abbie y Julie, que le ayuden a criar a su hijo. La primera acepta y la segunda le dice que ella es amiga no madre del chico, pero al final la termina acompañando. No pasa nada en concreto que le haga pedir ayuda, el chico se va a una fiesta sin avisar y se droga un poco, termina en el hospital, algo pueril, y que quizás no justifica este periodo de educación compartida, pero como propuesta narrativa funciona, y sirve como decorado para varias interesantes conversaciones, y la idea de gineceo parece manar del concepto de Amor Libre de la era Hippie, que luego no proseguía con Educación Libre, (eduquemos todos los que hemos follado) más bien seguía con la otra vez sopa: Ocupate tú, que yo tengo cosas mejores que hacer.  

El guion de Mike Mills (pareja de la cineasta Miranda July) parece estar pensado como en compartimentos. Es contado por una voz en off, que nos situa en el momento, el protagonista es él, contando cómo fue su madre. Cada cosa que decide contar la piensa casi de forma autónoma, independientemente de la película. Es como si al principio de la película nos propusiese una juego tonto (vamos a criar a este niño juntas) y lo llevase hasta las últimas consecuencias, volviéndolo muy muy serio. Cada personaje es retratado individualmente, a veces con estética distinta, que te hace recordar lejanamente a los microrelatos que  Wes Anderson inserta en sus películas-fantasías. No le importa que se vea el pegamento, la intención directa de poner lo que quiere poner. Entonces el relato se convierte en una combinación de narración y notas al margen.

Sabemos por la película que Mike Mills conoce los libros que hablan del feminismo, no sabemos cómo los conoce, en la película es a través de Abbie, una mujer más joven que su madre (¿Alter ego de una pareja futura?).  Pero, Mike ¿por qué te pusiste a contar esto de esta forma?. Busco las entrevistas que has dado, nadie te pregunta sobre el feminismo contado por los hombres. Las tres generaciones que protagonizan la película narran el devenir emocional del feminismo de forma extraña: entre romántico y nostálgico. Como si fuese imposible narrar a la madre sin el feminismo, como si el feminismo le diese respuestas al hijo sobre lo que siente la madre. No el feminismo militante: el de gritar en la calle, quemar sujetadores, hacer pancartas, que los hombres de tu alrededor te miren con esa miradita. No. Es un feminismo doméstico, necesidad de un adolescente por entender a una madre.

Si un hombre hecho y derecho, pongamos 45 años,  entra en la habitación de su madre, pongámosle de 65 años,  y le dice: Mamá, te quiero leer algo. Y le empieza a leer: Es duro estar viva y obsoleta. (It Hurts to be alive and obsolete. The Ageing Woman. Zoe Moss). Bueno, digamos que faltaría tiempo para que alguna feminista en la sala se levante y diga: otro mansplaining. Mike Mills es un hombre hecho y derecho de 51 años, y lo hace através un joven adolescente preocupado de tener sexo y de comprender a su madre en el mismo verano, y aunque si lo agarra un psicoanalista lo destroza, a mi esa coincidencia me parece imprescindible. Lo que me hace ruido es ese muchacho que entra en el cuarto de su madre a leerle esto y que la película siga. Podemos entender el deseo del director de colocar este hermoso libro en la película, lectura que seguro contribuyó a este relato en flashback sobre su propia madre, pero ¿Por qué no es la madre quién lo descubre?¿porque no es la madre quien se lo lee al hijo?. El personaje de la madre ha dado muestras a lo largo de la película de buscar definir su vida y sus propios sentimientos. Lo que le lleva a responder a su propio hijo en escena: ¿Piensas que porque leas eso me comprendes mejor?. Si se terminara ahí la película (esto sucede al minuto 70) sería un buen final. Porque,  efectivamente, ni remotamente una lectura o una película es una respuesta. (Porque convengamos que si pudiésemos aprender leyendo, no estaríamos como estamos, no se escribiría como se escribe, y no se viviría como se vive) En vez seguir esa respuesta hasta el final, el Sr. Mills arma otro compartimento. Ya sin fuerza. Como una lenta bajada continua.

No es el primer adolescente que busca respuestas en los libros, aunque la mayoría lo hacíamos en poemarios, porque preguntar directamente lleva a un tipo de intimidad incomoda, y la mayoría de los casos las respuestas no responden a la cuestión que tanto importa: ¿por qué? Normalmente lo que hacemos es inventar una respuesta argumentando razones sociales (generación), económicas (no/sí tenían dinero), problemas psicológicos varios (estaba loca, depresiva, alcohólica) o incapacidades emocionales, y lo que nos falta para la respuesta lo rellenamos con algún personaje de películas o de libros. Creamos una respuesta en divanes o en soledad, con el tiempo, como el vino. Puede ser una respuesta vinagre o un buen malbec. Siempre una narración. Todo antes de preguntar. Todo antes de entrar en la habitación y preguntar directamente. Y esto va para ambos, madre e hijo. Porque si nosotras inventamos una repuesta, nuestras madres inventan otra en el cuarto de al lado.

Las respuestas que creamos se pueden dividir en varias, pero van a flutuar entre perdonar y seguir amando, perdonar y seguir, o no perdonar y seguir en conflicto. Mills decide perdonar y seguir amando. Por eso la nostalgia, por eso el romanticismo, por eso los compartimentos.

Quien vio su anterior película Beginners reconoce una declaración de amor al padre. Esta es un tatuaje en el brazo de love for ever a su madre. Y a las madres que no sabiendo cómo se hace criaron hijos, lo intentaron. Es una película que narrativamente es interesante, los personajes son interesantes, pero esa voz en off que quita el protagonismo al retrato, que introduce el futuro (componente imprescindible del entendimiento) como desencadenante de muchas escenas (ahora comprendo esto: ergo la escena debe ser esta) y no como microscopio de la época, ¿quizás estoy tratando que Mikes Mills haga otra película? Pues posiblemente. Quizás esté siendo demasiado puntillosa: ¿para una vez que un hombre habla de feminismo en una película y lee a Zoe Moss? Pues puede ser, pero siempre parto de la idea que una película de estas características tarda unos cuatro años en salir a la luz, y pasa por muchos filtros, es más pasa por bastantes filtros de guion, es decir, oportunidades de reflexionar ¿Qué significa lo que estoy haciendo?. Porque hay una gran diferencia entre: hice lo que me dio la gana, a: esto fue lo que pasó, y la tan temida: lo hice con buena intención… bueno, después de la aparición del psicoanálisis allá a finales del siglo XIX, y del nombramiento del inconsciente como el actor principal de nuestras vidas, digamos, buenamente: que no creo que nadie, en esas múltiples lecturas de guion, se diese cuenta de lo que yo estoy diciendo aquí. Soy más de la teoría de que se dieron cuenta del enfoque, pero que era tan bonita, que cuando se pusieron en hacer una película comprometida o una bonita. Optaron por lo segundo. Porque bonita es. Como decíamos de pequeñas: haber elegido muete. Pero si te pones a nombrar el feminismo, pues haber sido consecuente, porque el feminismo como estética, como venta, como lazo del regalo, pues ya lo habíamos visto.

Quizás las mujeres que retratan(mos) madres lo hacemos desde un lugar mucho más descarnado, más crudo, menos “bonito”, se me ocurre la genial Bloody Daughter (2012) sobre la pianista Marta Argerich, de su hija Stéphanie Argerich, y Stories We Tell (2012) de Sarah Polley. Las mujeres quizás al retratar a nuestras madres somos mucho más feroces y menos románticas (después de todo, quizás, al final no había una madre amorosa). Quizás porque siempre hemos entendido que ser madre significa también ser feroz, separarte de tu propia vida y empezar a vivir a través de los hijo/as, sentir mucha culpa y mucho cansancio, darte cuenta que en esto estás sola, que todo depende de ti, entonces te conviertes en un ser controlador y vampiresco, es decir en un ser humano con mucho miedo. Quizás el romanticismo que huelo en la película solo sea hacer las paces, quizás sea su forma de decir te echo de menos. Y quizás las mujeres todavía miramos a nuestras madres, y no entendemos cómo pudieron hacerlo solas y sin saber (y gratis), como no dijeron: sabes dónde te puedes meter el sacrificio, ¿no?. Y por eso todavía el feminismo es militante. Porque entendemos.

Entonces se me ocurre decir: Madres-mujeres entren en la habitación de sus hijos y léanles Es Duro estar Viva y Obsoleta. A gritos si hace falta. Persíganles por la casa diciendo: tengo la regla, tengo la regla. Pregunten directamente, no narren. Y si hay que narrar: cuenten su vida, tal y como pasó. No la adornen, no la embellezcan con la mirada de lo que luego supieron, no dejen de decir lo que pasaba en el momento que pasaba, sean su voz en off, hagan callar a sus hijos y digan : ¿crees que porque has leído sobre mi me conoces?. Por mucho que me quieras, no necesito que me expliques mi historia, necesito que me dejes espacio para contarla yo. ¿Entiendes?  Y que sea el punto final de la conversación.  A ver si con los años podemos empezar a contar otra película.

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